Ganas de vivir

Thomas

Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C

      

La vida, ¿qué es? De niño no me hacía esta pregunta. Simplemente vivía y disfrutaba. Todo era amor y alegría.

Nací en una familia numerosa. Éramos diez. Fue una buena escuela para la formación del carácter, la mutua comprensión, la apertura y, sobre todo, para aprender a amar.

Agradezco a Dios y a mis padres los dones de la vida y del amor. Los aprendí a valorar desde mi niñez y me sirvieron para formar un corazón sensible a las necesidades de los demás. El ejemplo de cariño de fe de mis padres fue dejando su huella en cada uno de nosotros.

Mi hermana Mary Catherine y yo nos llevábamos muy bien. En 1974 (ella tenía catorce años y yo once), participamos en un desfile anual del pueblo, pues habíamos recogido dinero para donarlo a la causa de los niños que sufrían deformaciones musculares. Con el desfile terminaba el trabajo para nosotros. Para mi hermana supuso la culminación de su estancia en este mundo.

Después del evento, yo me fui con unos amigos y ella regresó a casa con una amiga. En este breve camino, lo inesperado: un coche la atropelló. Murió casi en el acto.
La muerte, ¿qué es? ¿A dónde fue mi hermana? La buscaba por todas partes, pero ya no estaba. Ahora sí me preguntaba: "¿Qué es la vida? ¿Para qué?". Todo era oscuridad y tristeza, lágrimas y dolor.

Unos días después, mi padre me dijo: "Vamos a Misa para rezar por el alma de tu hermana, ¿quieres venir?". Tengo profundamente grabada en mi corazón la experiencia de aquel atardecer. Al entrar en la Iglesia encontré una paz y una fuerza interior que sólo Dios puede otorgar al alma. Comprendí, por primera vez, el sentido auténtico de la vida. En medio de tanta confusión y sufrimiento, encontré ahí al Amigo y supe que mi hermana estaba con Él. Desde ese momento he ido a Misa todos los días.

Creo sinceramente que esta cercanía a la Santa Eucaristía ha sido fundamental para el descubrimiento y desarrollo de mi felicidad.


Reflexión

La vida de todos tiene reveses, circunstancias y pruebas a veces muy amargas. Tú y yo tendremos que pasar quizá por momentos en los que todo sea oscuridad y tristeza, lágrimas y dolor. ¿Qué hacer entonces? ¿De dónde agarrarse para no sucumbir? ¿Qué cosa o quién será capaz de devolvernos la paz interior? ¿Quién podrá enjugar nuestras lágrimas de dolor e iluminar de nuevo nuestra vida, dándole sentido e inyectándole renovado entusiasmo? Ya ves: no hay por qué desesperarse en esos tragos amargos. Sabemos que sí hay Alguien que sana las heridas más dolorosas, que consuela las penas más profundas y que alegra los más tristes momentos de la vida.