Ganas de vivir

Sembrando

Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C y Juan Pablo Ledesma, L. C.

      

Hay que vivir sembrando. Parece cosa de locos... Educar a los hijos es el arte más difícil del mundo. Educar es sembrar, porque la vida está siempre delante de nosotros, no detrás. Como en el surco, cualquier palabra, gesto o mirada es una semilla lanzada al viento que, al caer, germinará en las entrañas de los hijos. Nada es indiferente: o educa o mata. La fe y el amor, bien sembrados, a la larga acaban fructificando. ¡Vivir sembrando!

De aquel rincón bañado por los fulgores
del sol que nuestro cielo triunfante llena,
de la llanura tierra donde entre flores,
creció mi infancia dulce y serena.

Envuelto en los recuerdos de mi pasado,
borroso cual lo lejos del horizonte,
guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,
del sembrador más raro que hubo en el monte.

Aún no sé si era sabio, loco o prudente
aquel hombre que humilde traje vestía;
sólo sé que al mirarle la gente,
con profundo respeto se descubría.

¿Es que acaso su gesto severo y noble
a todos asombraba por lo arrogante?
¡Hasta los leñadores mirando al roble
sienten las majestades de los gigantes!

Una tarde de otoño subí a la sierra,
y al sembrador, sembrando miré risueño.
Desde que existen hombres sobre la tierra,
nunca se ha trabajado con tanto empeño.

Quise saber, curioso, lo que el demente
sembraba en la montaña sola y bravía.
El infeliz oyóme benignamente
y me dijo con honda melancolía:

“Siembro robles, pinos y sicómoros;
quiero llenar de frondas esta ladera;
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera”.

¿Por qué tantos afanes en la jornada
sin buscar recompensa? -dije-
y el loco murmuró con las manos en la azada:

“¿Acaso tú imaginas que me equivoco?
¿Acaso por ser niño te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende?
Por los que no trabajan, trabajo y lucho;
si el mundo no lo sabe, Dios me comprende.

Hoy es el egoísmo torpe maestro
a quien rendimos culto de varios modos:
si rezamos, sólo pedimos el pan nuestro;
nunca al cielo pedimos pan para todos,

y en la propia miseria los ojos fijos,
buscamos las riquezas que nos convienen
y todo lo arrastramos por nuestros hijos.
¿Es que los demás padres hijos no tienen?

Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre
y en las guerras brutales con sed de robo
hay siempre un fratricida dentro del hombre
y el hombre para el hombre siempre es un lobo.

Por eso cuando al mundo triste contemplo
yo me afano y me impongo ruda tarea,
y sé que vale mucho mi pobre ejemplo
aunque pobre y humilde parezca y sea.

Hay que pedir por los que no imploran,
hay que luchar por los que no luchan;
hay que llorar por los que no lloran,
hay que hacer que nos oigan los que no escuchan”.

Dijo el loco. Y con noble melancolía
por las breñas del monte siguió trepando
y al perderse entre las sombras aún repetía:
“Hay que vivir sembrando,
hay que vivir sembrando”.