Ganas de vivir

Salir, ir, partir

Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C

      

Un buen día la joven Teresa le abrió a su confesor lo más íntimo de su corazón: una pregunta que no le dejaba tranquila.


-Padre, ¿cómo puedo saber si Dios me llama y para qué me llama?

El buen sacerdote le contestó:
-Hija mía, dale tu felicidad. Si eres feliz pensando que Dios te llama para servirle y para servir al prójimo, entonces esta es la mejor prueba de tu vocación. El gozo profundo es como una brújula que te indica la dirección de la vida. Es necesario comportarse así también cuando el camino no sea tan claro y el camino se nos haga difícil.

Salir-ir-partir. Tres palabras mágicas que encierran y entrañan el misterio de la felicidad y de la realización personal. Y en el caso de Madre Teresa son los puntos cardinales de su vocación y entrega amorosa.

Salir como el sol cada mañana.
Ir como el río al mar.
Partir como el ave remonta el vuelo.
Salir, ir, partir...

Un 26 de septiembre SALIÓ de su casa, de su familia, de su parroquia, de su nación, de su patria.

IR a seguir el llamado. IR a servir al Señor donde Él quiera. IR a ser jubiloso anuncio del Evangelio.

PARTIR a las misiones, siguiendo la llamada íntima y persistente, a la cual no se puede oponer ni olvidar. PARTIR para conquistar la salvación de aquella gente que no conoce todavía, pero que lleva en el corazón.

Dios la había llamado, poniendo en su alma ese deseo de hacer algo -lo que sea- por los demás. Y ante el susurro de la voz de Dios todas las certidumbres del mundo se desvanecen; pierden su peso. No existen.

Es el primer riesgo, la primera prueba, el primer desafío de la vocación: el dejar el propio egoísmo. Despojarse de todos y de todo; el dejarse guiar por la voz de Dios. Delante de Dios hay que cerrar los ojos y abrir el corazón.

A la invitación del Señor: "¡Sal de tu tierra..., y vete donde yo te mostraré" (Génesis 12, 1), Madre Teresa contesta con su "Adiós".

"Heme aquí, dejo la casa que alumbra el corazón,
mi tierra, mi familia entera,
es mi meta Bengala postrada en aflicción,
tierra por mi amada, aunque sea tierra extranjera.

Con gran tormento dejo a los amigos amados,
tristes los parientes, desierto el hogar
pero el corazón me llama tras los desheredados
donde a Cristo me podré entregar.

Te dejo mi saludo, madre amada,
y también a vosotros, amigos queridos, adiós.
Me dirijo hacia la India atormentada
la fuerza con que me conduce Dios.

La nave lenta navega sobre el mar,
hende las olas que se alzan espumosas.
Una última vez me vuelvo a mirar:
dejo de Europa sus playas tumultuosas.

Sobre la nave, firme y exultante,
la virgen que a Dios ha sido consagrada,
se va a un nuevo mundo, tierna esposa, amante,
humilde mujer de gozo iluminada.

Una cruz de hierro en la mano aprieta,
resuena en ella la salvación anhelada
y el espíritu con vivo contento acepta
el cáliz en el cual ha sido sacrificada.

Cuando te ofrezco acéptalo, oh mi Señor,
como prenda del amor que te he jurado,
ayuda a esta criatura tuya, Creador,
yo haré que seas glorificado.

Te ruego, en cambio, Señor Omnipotente,
lleno de bondad, oh Padre nuestro,
dame sólo un espíritu ardiente,
el espíritu que Tú sabes, fuerza de adentro.

Tan sólo como rocío matutino
una lágrima brota desconsolada
para rendirte más clara, oh mi divino,
la promesa que ahora es consumada.

Madre Teresa, entonces Sor Teresa, escribió esta bella poesía mientras viajaba hacia la India, el 9 de diciembre de 1928. Tú, ¿ya has salido? ¿Has ido? ¿Partirás? ¿Qué poema estás escribiendo?