Ganas de vivir

Olga

Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C, Juan Pablo Ledesma

      

Olga Bejano Domínguez sufrió a los 23 años un paro cardíaco y un coma. Desde entonces no puede hablar ni comer. Necesita respirar con la ayuda de una máquina. A veces escribe.

"Han pasado ya siete años desde que fui calificada de enferma terminal. El tiempo pasa, la enfermedad avanza y, con ella, el deterioro se prolonga desde mí al resto de mi familia, pues necesito cuidados las 24 horas del día. Me siento como un pulpo, atrapando con mis tentáculos a cada miembro de mi familia. Y ante tantos problemas a veces pienso que mi muerte es la única llave para la liberación. Por eso comprendo mejor que nadie a los que piden la eutanasia. Pero aunque sueño muchas veces con que todo termine, estoy rotundamente a favor de la vida, sea como sea y cueste lo que cueste".

El caso de Olga es uno entre miles. También a ella le ha asaltado la tentación de la eutanasia, como a miles. ¿Ha pensado Usted en los millones de personas que pasamos alguna vez por los hospitales y no como simple turistas? La enfermedad está ahí. Es parte de nuestra naturaleza humana. Todos somos enfermos, casi-enfermos o candidatos a la enfermedad. Y muchas veces a las dolencias y padecimientos más largos y costosos. Es esa la realidad humana, lo queramos o no.

Aceptando este presupuesto, es preciso prepararse para esta "asignatura" que todos cursaremos. Pienso en los enfermos terminales, en esos seres queridos que todos tenemos y que transcurren los días y las horas en su cama de hospital. Esos que algunos denominan "plantas" porque -se atreven a decir- sólo "vegetan". En casos como el de Olga.

Esos enfermos terminales constituyen para algunos intelectuales un estorbo, pues sólo causan gastos a la sociedad. En su lógica mental, tan rigurosa, tan universitaria, no aparecen nombres ni apellidos. El que está en el quirófano, el enfermo de Aids, el de la habitación 234 es un número, un sujeto sin personalidad, un cadáver viviente.

El Doctor Viktor E. Frankl, famoso psiquiatra judío y escritor, solía preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos: ¿Por qué no se suicida Usted? La pregunta suena dura, tajante, radical, como las respuestas que escuchaba. A uno los hijos y su esposa son lo que le atan a la vida. A otro, ese talento o habilidad todavía sin explotar. A un tercero unos simples recuerdos que merecen la pena recatar del olvido. Porque, como decía Frankl, “el hombre, aunque se vea desposeído de todo en este mundo, cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente -con dignidad- ese hombre puede realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido”.

La enfermedad no es siempre un fenómeno patológico. Puede y debe ser un logro humano más que un síntoma neurótico. La palabra "vida", salud, vigor físico, no son conceptos abstractos, términos vagos, sino realidades que configuran y dan sentido al destino humano de cada persona. Todos somos diversos, únicos e irrepetibles: nadie tiene nuestra misma voz, ni nuestras huellas dactilares, ni nuestra mente. Nos pareceremos, quizás nos parezcamos o nos podrán encontrar semejanzas, pero siempre seremos diversos. Diversos en el ser y diversos en el destino y en el obrar. Por eso ningún destino, como ninguna persona puede compararse a ningún destino ni a ninguna persona. Por eso cuando una persona descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su tarea. Ha de reconocerse de que como enfermo es el único e irrepetible en el universo.

En cierta ocasión le formularon una pregunta a un campeón de ajedrez: "Dígame, ¿cuál es la mejor jugada que se puede hacer?". El campeón no quiso responder. ¿Por qué? Porque no hay una "mejor jugada" así en general. Debe verse en cada situación, en cada tablero, observando las jugadas del otro o la posición de sus piezas. Lo mismo sucede con la vida. No deberíamos buscar un sentido abstracto a la vida, porque su sentido difiere de una persona a otra, de una momento a otro, de un segundo a otro. Es parte de nuestra irrepetibilidad. Cada persona debe vivir su vida y nadie le puede reemplazar en ello, pues su vida no puede repetirse. Su oportunidad es única.

Para que no sufras más... Para evitarte molestias inútiles... No puedo verlo así... Nos lo ha recomendado el médico para evitar gastos inútiles... De todas formas va a morir, así le acortamos el suplicio... Es injusto que padezca esta agonía... En realidad lo que le estás gritando al moribundo, a ese ser querido que languidece en su lecho de dolor es: ¡Tu vida es un fracaso! ¡Ya no vales! ¡Nos estorbas! Y engañados por una extraña conmiseración y compasión se le pide al médico que abrevie el suplicio, que propicie una sobredosis o que desenchufe...

Si a cada hombre se le pregunta por la vida, por el sentido de su dolor o de su enfermedad es porque solamente esa persona puede responder. Y sólo siendo responsable puede contestar a la vida.

Muchas veces me he encontrado con enfermos, ya avanzados en edad, que no envidian a los jóvenes. Les he preguntado por las posibilidades de cara al futuro, por los planes del porvenir. Uno se encuentra con mil respuestas. Ninguna como ésta: "En vez de posibilidades yo cuento con realidades, con hechos, con momentos de amor y de sufrimiento que me llevo conmigo".

Si un enfermo pide la eutanasia es porque alguien le ha faltado. En muchos casos suele ser el médico. Las súplicas de los enfermos terminales que invocan la muerte no deben ser entendidas como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia. Esos gemidos, esos quebrantos son peticiones angustiosas de asistencias, de cercanía, de solidaridad y de afecto. Además de los cuidados de los médicos, lo que necesita el enfermo es el amor, el calor humano, la valorización de su enfermedad, el aprecio de quienes le rodean y asisten, de sus padres, de sus hijos, de los médicos y enfermeros.

La última palabra la tiene Olga. "Necesito mucho cariño, muchos aparatos, mucho dinero, muchos cuidados y, por mi parte, mucho esfuerzo para vivir. Y, aunque soy consciente de que hay gente que opina que a personas como yo es mejor quitarlas de en medio, yo seguiré luchando y exigiendo mis derechos. Entiendo que es más cómodo y barato legalizar la eutanasia que dar las ayudas económicas y poner los medios necesarios para personas como yo".