Ganas de vivir

María Elena

Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C 

      

Elena, ¿eres feliz?", alguien -no recuerdo quién- me preguntó hace años. "Sí", contesté en voz alta. Pero en mi interior continué diciéndome: "Bueno, siempre no, totalmente feliz, plenamente feliz, no".

Aunque me esfuerzo, no logro recordar quién me formuló aquella pregunta; pero sí recuerdo que me sorprendió, me resultó extraño, raro que alguien me hiciera tal pregunta. Me pareció como un poco de "lunáticos". Y, sin embargo, me la he repetido a mí misma desde entonces muchas veces.

Es una cuestión que, unas veces de forma explícita, creo que la mayoría de forma implícita, todo hombre se plantea a lo largo de su vida en alguna ocasión. Porque creo que todo ser humano aspira a ser feliz. ¿Por qué no seguí expresando en voz alta lo que pensaba detrás de aquel "sí" tan escueto?

Supongo que porque es muy duro reconocer ante otros que no eres feliz, y porque detrás del "no" la siguiente pregunta que me harían sería: "¿por qué no eres feliz?". Y responderla supone abrir tu alma, tu corazón, echarte un vistazo a ti mismo, quedarte a solas, en silencio, y reflexionar. Entonces no me respondí inmediatamente; lo he ido haciendo a lo largo de estos años.

Puedo recordar muchas situaciones, momentos, ocasiones, en que me creía feliz: en una fiesta de baile de salón (¡me encanta bailar!), en una comida o celebración familiar, a la salida del cine después de ver una película que me ha encantado, en una reunión de amigos, con la noticia de un examen aprobado después del esfuerzo, al sentirme enamorada, con la compra de un vestido o unos zapatos, con un aumento de sueldo, disfrutando de unos días en la playa, tras un día agotador de trabajo bien hecho, etc. Pero, ¿cuánto tiempo duran estas felicidades (con minúscula)? Unos minutos, unas horas, días, semanas, quizá meses... Y después de la fiesta, ¿qué?; y una vez que has conseguido aprobar ese examen, ¿qué?; y tras las vacaciones en la playa, ¿qué?... Cuántas veces me he dicho: "Ya has logrado esto y ahora, ¿qué?". Supongo que tú también has sentido ese vacío que se siente después de lograr algo que anhelabas y creías que supondría tanto. De repente lo consigues, y te asombras de lo fugaz, de lo rápido que pasa esa felicidad que creías te iba a llenar.

¡Cuántas veces he creído sentirme feliz cuando tan solo me he sentido contenta!
No, la felicidad no debe estar en ninguna de esas cosas, no puede ser algo tan efímero. Yo me imagino la FELICIDAD (con mayúsculas), como un estado permanente, como una forma de vivir, un ser continuo, un ir poco a poco lográndolo, pero de forma tal que nada ni nadie pueda hacer que se derrumbe, ni pueda arrancarla del alma donde está plantada.

Cuando alguien es feliz, no hace falta preguntarle; se le nota, irradia felicidad como un resplandor que ilumina a los que le rodean. Así, viendo, admirando y envidiando a personas que yo sentía y veía felices, es como me empecé a orientar por dónde podría encontrar la felicidad y cómo podría llegar a ser feliz. [...]

¿Qué es lo que tienen en común todas estas personas? ¿Qué es lo que les da la felicidad que transmiten, y que yo siento cuando estoy cerca? O mejor: ¿Quién? Porque es Alguien. Es sencillamente Dios. Todos ellos han conocido a Dios y lo están amando y siguiendo. Dios está presente en cada acto de su vida.

Ante las cosas alegres, agradables... dan gracias a Dios; y cuando alguna dificultad se interpone en su camino, confían en Dios y lo ofrecen por Él. Y entonces, a pesar de ello, pueden seguir siendo felices, y a veces, si cabe, más felices. Porque uno puede sentirse contento y alegre y no ser feliz; pero también uno puede sentirse en un determinado momento triste y no por ello dejar de ser feliz.

Pero creo que no basta con saber que en Dios, en vivir como Él nos enseñó cuando estuvo aquí, está la verdadera felicidad. El saberlo para mí fue un paso, un punto de partida; el llegar a experimentarlo una "caminata" en la que todavía sigo andando.

Poco a poco intento que Dios esté en todo lo que hago, desde que me levanto, cuando al despertar me digo "un día más viva", cuando saludo a las personas con las que me cruzo, en mi trabajo, con los pacientes y con las compañeras de trabajo; cuando estoy de guardia y cansada de atender a tantos pacientes, a veces en tan poco tiempo, pienso en Dios, le ofrezco esos momentos, intento ver a Dios en todos ellos o recuerdo las palabras de mi hermano cuando vino al hospital en una de mis guardias: "Lleva a Dios a toda esa gente".

He ido viendo a Dios en todo lo que me rodea: en la maravilla de un amanecer o una puesta de sol, en la naturaleza, en el mar y en el baile que tanto me encantan, en una película, en un libro, en el canto, en una reunión familiar, o con los amigos... Es como empezar a sentir, a vivir, a ver, a escuchar, a ser; ya no puedes conformarte con vegetar, mirar, oír o dormitar.

Estoy en estos momentos queriendo conocerle más, acercarme más a Él, profundizar más. Y tengo que decir que esta inquietud ha sido aliviada a raíz de una experiencia maravillosa, de un mes de mi vida que he pasado de misiones en México hace apenas siete semanas.

Y no nos engañemos: este camino de búsqueda y logro de la felicidad no es fácil. Yo me he encontrado con dificultades, con dudas, con retrocesos; es un camino de rosas, pero con espinas. A pesar de ello no olvido que tengo una Ayuda con la que puedo contar: Dios está siempre a mi lado.

Mi pregunta actual es: ¿qué es lo que Dios quiere de mí, cuál es mi misión concreta en esta vida? La respuesta será el siguiente paso en esta senda hacia y por la felicidad, que sospecho no tendrá su meta y plenitud hasta dar el paso definitivo y último de mi vida, cuando al otro lado Dios (¡ojalá!) quiera que me reúna con Él.


Reflexión:

Acabas de ver realizado en la vida de María Elena el secreto de la verdadera felicidad. Con qué sencillez y claridad ha ido dando uno tras otro los pasos hacia la cima. Primero un saberse no plenamente feliz. Luego el ver y comprobar que otros sí lo son de verdad. Más tarde descubrir el porqué de esa dicha en ellos. Y por último, comenzar a vivirlo y a experimentarlo en primera persona. Dios sigue, sin fallar a ninguno de los que han cimentado su felicidad en Él.