Ganas de vivir

En cada cosa pequeña hay un ángel

Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C y Juan Pablo Ledesma, L.C

      

Suspiraba Don Camilo:
-Jesús, es como para volverse loco: ¡Aquí no pasa nada de nada!

-No lo entiendo- le respondió, sonriendo el Cristo crucificado. Todas las mañanas nace el sol y todas las tardes se pone; cada noche ves cómo millones de estrellas giran sobre tu cabeza; la hierba brota en los prados, el tiempo sigue su rumbo. Dios está ahí y se manifiesta en cada lugar y en cada instante. ¡Creo que pasan muchas cosas! Creo que pasan las cosas más importantes.

Es verdad. Todos los días, a cada hora, pasan muchas cosas. Todas muy importantes, aunque nosotros no nos demos cuenta ni prestemos atención. Y esto me parece maravilloso, sublime. Las cosas importantes no necesitan ni nuestras cámaras, ni nuestras primeras planas. Suceden y basta. Esas cosas pequeñas, insignificantes, de poca monta, sin importancia son las más importantes, porque las cosas pequeñas que nada parecen son las que dan la paz.

¡Pero qué razón tenía Bernanos al escribir: “En cada cosa pequeña hay un ángel”! Es encantador cambiarse los prismáticos y ver la vida de otro color, con otros ojos.

No nos amarguemos la vida. No importa los millones que no tenemos. En las tardes de primavera y de verano contemplemos desde la ventana las estrellas: no son miles, sino miles de millones. Y todas son nuestras, como los millones de segundos de vida que galopan por nuestras venas.

Y hay gente que vive estancada, arrinconada como ficha muerta en el ajedrez de la desilusión y del hastío. La tristeza es el deporte más practicado. Y lo peor es que se propaga como epidemia y contagia a todos los de alrededor. Me aterra la gente sin esperanza, la mediocre, la cobarde, los que mendigan felicidad. La dicha está ahí, a nuestro lado. Crece con nosotros, arde en nuestro corazón.

Hay que aprender a admirar y emocionarse de lo que sucede todos los días y que no es noticia. Hoy me he levantado: vivo y estoy aquí. La vida no tiene precio. Porque lo grande es inconmensurable. Es como el amor, la libertad, la justicia. ¿Quién se atrevería a tasarlos? Valen muchísimo porque cuestan y porque no se pueden comprar ni tampoco rebajar.

Cada día admiro más a la gente sencilla, a ésos que saben emocionarse y encontrar felicidad en lo más simple y ordinario. Los que saben gozar una ducha caliente o el café de la mañana. Quienes se alegran y disfrutan de un simple saludo o de una sonrisa sincera. Eso es la felicidad: maravillarse de lo pequeño, de lo que vivimos cada día. No necesitamos más.

Los días de sufrimiento... Tampoco es tiempo perdido; ni un solo instante del tiempo que Dios nos da es inútil e irrecuperable. Porque si fuera así, Dios no nos lo daría. La vida es bella aunque esté sembrada de dolor, de sufrimiento, de incomprensión... Porque la vida, minuto a minuto, segundo a segundo es siempre bella, preciosa y emocionante, cualquiera que sea la condición del cuerpo. ¿Y quiénes gozan de esto?

Viviendo así, habría menos gente aburrida en el mundo, menos tristes en el planeta y ningún suicida en el universo. Las horas no nos parecerían interminables. Así todo cambia. Habría más gente ilusionada, arrastrada por la felicidad y la dicha. Todos apostaríamos por la vida.

Ese es el secreto, la clave y el sol de cada día: descubrir que todo vale la pena; que nadie es inútil, que todo es infinitamente valioso. No podemos vivir aburridos y bostezando.

¡En cada cosa pequeña hay un ángel!