Ganas de vivir

Dale más atención a tu hijo que a la televisión
Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C y Juan Pablo Ledesma, L.C

      

Los promotores de la “Semana internacional sin televisión” hicieron pública la original oración que un niño de nuestros días le dirige a Dios. En ella, el pequeño le pide al Señor que le convierta en un televisor. Y le expone los motivos de tan atrevida súplica con estas palabras:

“Señor, transfórmame en un televisor. Para que mis padres me cuiden como cuidan al televisor. Para que mamá me mire con el mismo interés que mira la novela, y papá se interese por mí como por el partido. Señor, por favor, déjame ser televisor, aunque sea por un día”.

Será producto de la imaginación o fantasía -no lo sé-, pero me parece perfectamente formulable atendiendo a la realidad de hoy día. Y tendría que hacernos reflexionar bastante. Porque si somos sinceros, hemos de reconocer que muchas veces prestamos mayor atención a esa caja con pantalla luminosa que a las personas más queridas de nuestro entorno.

Tristemente así es. Tenemos que admitir que nunca como ahora las familias han estado tan desconectadas dentro de sí. A veces uno hasta llega a preguntarse si padres e hijos viven de verdad en el mismo planeta. Creo que nunca se ha dado menos diálogo y comprensión mutua a todos los niveles familiares.

Curiosamente, por culpa de algunos medios de “comunicación”, resulta que nunca se ha acentuado tanto, en ciertos ámbitos, la incomunicación generacional e interpersonal. Parecería incluso una cuestión matemática: a más minutos de televisión, menos de afectos, de diálogo, de diversión sana y creativa. A más tiempo de hipnosis frente a las pequeñas pantallas; menos de crecimiento humano integral.

Esto es preocupante. Y más si atendemos a lo que al respecto nos dice la ciencia psicológica. Al menos a mí, al leer la descripción de un psicólogo a cerca de los típicos síntomas presentes en los que ven demasiada televisión, me pareció estar ante casos de verdadera adición, como en la droga. Así que, se podría empezar a hablar también, con sobrada razón y preocupación, de verdaderos teleadictos.

Y no creo que sea precisamente eso lo que buscamos y deseamos de nuestras generaciones actuales y venideras.

Por eso no vendría nada mal ir buscando robarle a la televisión algunos momentos de nuestra vida, para dárselos a nuestros semejantes (comenzando por nuestros seres queridos, por nuestros niños), antes de que empiecen a tener envidia de no ser tan queridos y atendidos como el televisor. Sería una verdadera pena, además de una vergüenza.