Carta a Jesús de Nazaret

Autor:  Padre Marcelino de Andrés

       

Muy querido Jesús: 

Me he decidido a escribirte esta carta para avisarte de algo importante que estoy por hacer. No es nada malo. Así que, no te inquietes. Mira, me dispongo a escribir un librito sobre María. Y pensé que, siendo Ella tu Madre, debía por lo menos advertírtelo. Lo digo porque Tú eres sin duda el que más y mejor la conoces. Y yo no quisiera que nada de lo que sobre Ella diga, vaya a ser mentira o inverosímil y te cause por ello un disgusto.  

Sin embargo, me encuentro con un serio problema. Verás. Me faltan datos, pero que muchos datos. Los evangelistas han sido -a mi juicio- demasiado parcos al hablar de tu Madre. (Supongo que por ello ya habrán recibido de ti allá arriba su merecida reprimenda, como esas que les ponías de vez en cuando acá abajo...). Ellos nos han contado someramente un par de cosas (importantes, desde luego), pero nos han dejado con las ganas de muchísimas más. Nos hemos quedado con unas ganas inmensas de saber, por ejemplo, cómo fue la infancia de María, qué había en la casa humilde de Nazaret, a qué distancia estaba de la plaza del pueblo o de la fuente o el lavadero municipal, de qué color eran los ojos y el cabello de Tu Madre, cómo era su sonrisa, a cuántos pobres y necesitados asistía ella diariamente, o qué dio de comer a los Reyes Magos durante su inesperada visita, y mil detalles más... 

Por esta razón en algunos momentos me veré casi obligado a suplir toda esa escasez de datos con un poco o bastante imaginación. Y, claro, eso es arriesgado. De todos modos, estoy dispuesto a correr el riesgo de decir alguna que otra inexactitud al imaginarla y describirla como debió ser. Desde ahora te pido que me disculpes si en algo me equivoco. No habrá sido por mala voluntad. Te lo prometo. Tú lo sabes. Yo amo a María y te amo a Ti; y jamás diría nada de Ella que ponga en entredicho mi amor, respeto y cariño por vosotros dos.

Además, sé que María fue una mujer tan humana como nosotros. Y a mí me encanta soñarla así. No me parece inconsiderado suponer que debió vivir las veinticuatro horas de cada día como una mujer sencilla y encantadora, entre todas las cosas normales de que se compone una vida como la nuestra. 

Estas páginas, a decir verdad (te vas a dar cuenta rápido) son fruto principalmente de una novena a la Inmaculada que preparé, prediqué y también viví, hace poco más de un año. )Recuerdas? Y, lógicamente, en una novena no es que se puedan decir tantas cosas de alguien como María. De entre las innumerables maravillas que Tú quisiste en Tu Madre, no me quedó más remedio que escoger sólo algunos de esos destellos de Dios en ella, nueve (uno por día). Lo hice con profundo pesar, por tener que dejar en el tintero otros muchos tanto o más atractivos e importantes. En este libro he querido redondear el número nueve y he añadido un décimo destello que, como verás, creo que incluye de por sí todos los demás. Y espero que me des la razón en esto...  

Bien, Jesús, esto era lo que quería decirte. Bueno, he de agregar que, al escribir sobre tu Madre, me ha sido imposible no recordarte a Ti y tenerte muy presente. En cada rasgo de Ella te he descubierto también a Ti. Y qué bueno que así haya sido y así haya de ser siempre para todo el que la contemple. Creo que ahora te conozco y te amo todavía más. Y me alegro muchísimo por ello. 

Ya termino, Jesús. Me despido con un fuerte abrazo. Saluda de mi parte a María. Pero no le digas nada de lo que te acabo de contar. Guárdame el secreto, por favor. Yo mismo se lo haré saber todo a Ella tan pronto como termine. 

Marcelino de Andrés