Ganas de vivir

Autenticidad de vida

Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C

      

¡Ahora sí! Ya has conquistado la cima. Ya has descubierto el secreto. Ya has leído el precioso pergamino. "Pero, -me dirás- y ahora... ¿qué? El conocer esto no hace automáticamente feliz a nadie". ¡Claro que no! Por eso me gustaría emplear a continuación unas cuantas líneas para sugerirte cómo puedes llevar a la práctica en tu vida ese secreto.


CONOCER A DIOS

Lo primero: conocer a Dios. No puedo ponerme ahora a demostrarte que Dios existe. Me alargaría innecesariamente y no es esta mi pretensión aquí. Además, ya se han llenado bibliotecas sobre ese tema. Anoto tan sólo una cosa. Hasta el presente nadie ha sido capaz de demostrar razonablemente que Dios no existe.

Sin embargo, se han dado a lo largo de la historia cantidad de argumentos razonables que afirman su existencia necesariamente.

Por otra parte, después de todo, si tú no tuvieras la valentía y la sensatez de creer en Dios, ya habrías dejado el libro algunas páginas atrás. Así que, sigo adelante dando por supuesto, como algo innegable, que Dios existe con todos los atributos que le son debidos. Y, lógicamente, que podemos llegar a conocerlo, amarlo y poseerlo.

Ya dijimos que era imposible amar a alguien sin conocerlo. Y para conocer a Dios, se usa la misma receta que para conocer a cualquier persona. Si hay que tratarla, estar con ella, dialogar, compartir... Pues, con Dios, lo mismo. ¿Quieres conocerlo? Trátalo como a un padre, un amigo, un compañero. Habla con Él.

Vive con Él. Llévalo contigo a todas partes. Sé su amigo. Así es como se conoce a Dios; no hay que complicarse la vida.

A este respecto, lee estas líneas atribuidas -supongo que con verdad- a un soldado. Quizá te ayuden a ver cómo podemos descubrir a Dios y tratar con Él con la mayor naturalidad.

"Escucha, Dios... Yo nunca he hablado contigo. Hoy quiero saludarte: ¿Cómo estás? ¿Tú sabes...? Me decían que no existías y yo... -¡tonto de mí!- creí que era verdad.

Yo nunca había mirado tu gran obra, y anoche, desde el cráter que cavó una granada, vi tu cielo estrellado. Y comprendí que había sido engañado.

Yo no sé si Tú, Dios, estrechas mi mano, pero, voy a explicarte y comprenderás... Es bien curioso: en este horrible infierno he encontrado la luz para mirar tu faz. Después de esto, mucho qué decirte no tengo. Tan sólo me alegro de haberte conocido...

¡La señal...! Bueno, Dios, ya debo irme... Me encariñé contigo... Aún quería decirte que, como Tú sabes, habrá lucha cruenta... Y quizá esta misma noche llamaré a tu puerta.

Aunque no fuimos nunca amigos, ¿me dejarás entrar, si hasta ti llego?

Pero... ¡si estoy llorando! ¿Ves, Dios mío? Se me ocurre que ya no soy tan impío... Bueno, Dios, debo irme. ¡Buena suerte! Es raro, pero ya no temo a la muerte". (Carta encontrada en el bolsillo de un soldado americano destrozado por una granada durante la 2ª Guerra Mundial).

No hay que dominar los tratados de teología o de mística para entenderse con Dios. Sí, nadie ignora que se han escrito montañas de libros acerca de Él. Y los hay muy buenos y provechosos. Pero el conocimiento íntimo y experiencial que hará surgir en nosotros un amor profundo y verdadero hacia Él, sólo se aprende en el libro de la oración personal.

La ciencia de Dios se adquiere sobre todo en el trato cordial e intenso que con Él mantenemos todos los días.

AMAR A DIOS

Merece un amor especial
Sin duda te acuerdas de lo que comentamos sobre el amor auténtico. Pues eso mismo se aplica a Dios y con pleno derecho.

¡Ah! Pero amar a Dios tiene unas peculiaridades. A Dios no se le puede amar como a un objeto más, como a cualquier otro.

Dios no es un objeto. Él está muy por encima de cualquier otra cosa o persona. Él -no podemos ponerlo en duda- constituye lo más sublime a que puede ordenarse nuestro amor.

Y en justicia, Él sería el único que merece ser amado sobre todas las cosas, más y mejor que a todas ellas. Sí, es verdad; en Él y por Él amar a todo lo demás y de modo especial y primordial a nuestros semejantes.

Y amar a Dios sobre todas las cosas, por su condición de Creador y Señor, que nos hizo por amor. Esto ya constituiría un motivo más que suficiente para arrancar de nosotros una respuesta amorosa hacia Él.

Pero aún hay más. No sería honesto pasar desapercibidos ante otro hecho abrumador: Dios, en su infinita generosidad y por amor a nosotros, se hizo hombre en su Hijo Jesucristo, para alcanzarnos la vida eterna.

Y no sólo eso: Jesús, el Hijo de Dios, en su vida terrena, "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" ( Jn. 13, 1). Hasta dar su sangre y su vida colgado de un madero. Esto se dice rápido, pero para comprenderlo cada uno debería hacer propia aquella profunda experiencia de Pablo de Tarso cuando afirmaba: "Él me amó y se entregó por mí" (Gál. 2, 20). Cristo dio su propia vida en una cruz por amor a ti, para salvarte.

¿Quién de nosotros no se sentiría inmensamente agradecido ante un amigo que ha arriesgado o incluso perdido la propia vida por salvar la nuestra? Dudo que exista alguien con las entrañas tan duras e insensibles como para no arder en deseos de corresponder ante tal locura de amor, con un amor al menos semejante.

Tieso y frío como un témpano de hielo ha de tener el corazón el que no es capaz de hallar motivos irresistibles para responder al amor de Dios con una entrega y un amor similar al suyo.

Por eso Dios merece un amor especial, porque nadie nos ha amado tanto como Él. Con ninguna persona hemos contraído una deuda de amor tan grande.

Por otro lado, no olvides el contenido de nuestro pergamino... La máxima felicidad surge de la posesión de Dios y el grado de esta posesión está en proporción directa con el grado de nuestro amor a Él. Cuanto más lo ames, más lo poseerás. Y cuanto más lo poseas, más dicha alcanzarás.

Hacer lo que le agrada

El hijo demuestra el amor a sus padres haciendo siempre lo que ellos quieren. Sabe bien que eso les agrada. Un verdadero enamorado se desvive por dar contento a su amada. Realiza en todo momento lo que a ella le gusta, aunque muchas veces a él no le atraiga lo más mínimo. Pues bien, también a Dios le encanta que nosotros, sus criaturas, sus hijos, llevemos a la práctica su voluntad. Es la manera de demostrarle que le amamos.

Toda persona sensata y sabia, sabe obrar en todo con una finalidad. Dios es bastante listo e inteligente -por no decir infinitamente sabio-. Por eso, cuando Él hace algo, no obra "porque sí", caprichosamente. Todo lo efectúa siempre por algo y para algo muy concreto.

Dios pensó en cada uno de nosotros. Decidió hacernos existir. Nos dio la vida por amor y nos puso en el planeta Tierra para algo. Y como Él mismo es amor, aquello para lo que nos hizo será, sin lugar a duda, lo mejor para nosotros. Esto lo exige el ser mismo de Dios y no puede ser diversamente, so pena de dar al traste con su sabiduría y bondad.

El ingeniero que idea y fabrica una determinada máquina, tiene muy claro en su mente para qué ha de servir una vez terminada. Todas sus partes constitutivas y la exacta disposición de las mismas van en función del servicio que prestará después. Y él se sentirá satisfecho de su "creatura" sólo al comprobar el funcionamiento eficaz en aquello para lo que la ideó.

Pues, tú y yo, y todos los demás hombres y mujeres -infinitamente superiores a cualquier otro artefacto-, si poseemos esta vida es por algo y también para algo. No hemos venido a este mundo por casualidad.

Dios, valiéndose de la colaboración de nuestros padres, ha querido, en su amor, que existamos. Y no sólo le complace que estemos vivos. Quiere también que, en nuestra vida, llevemos a cabo aquello para lo que nos pensó al decidir crearnos.

Nuestra respuesta al amor de Dios, tiene su más privilegiada expresión en dar cumplimiento a su voluntad concreta sobre nosotros.

En consecuencia, podemos matizar nuestro secreto añadiendo que:

Seremos felices
sólo cuando comencemos
a realizar por amor
lo que Dios quiere
de nosotros en la vida.


Y, ¿quién me asegura que esto es así? Yo personalmente lo sé por experiencia. Y como yo, lo han experimentado otras muchas personas. ¿Quieres algunos ejemplos? Te ofrezco algunos.

Rodrigo, de 22 años, echando una mirada retrospectiva a su vida, comenta: "En los momentos de mayores dificultades me repetía interiormente que nada es tan importante como hacer lo que Dios quiere para nosotros.

Sí, la felicidad verdadera tiene un secreto. Y este secreto está precisamente en buscar y cumplir la voluntad de Dios para nuestra vida. Esa es mi experiencia".

O Elena, al analizar el camino hacia su felicidad, no duda en confesar: "Mi pregunta actual es: ¿qué es lo que Dios quiere de mí, cuál es mi misión concreta en esta vida? La respuesta será el siguiente paso en esta senda hacia y por la felicidad, que sospecho no tendrá su meta y plenitud hasta dar el paso definitivo y último de mi vida, cuando al otro lado Dios (¡ojalá!) quiera que me reúna con Él".

Y si no te parece suficiente, escucha con qué seguridad este otro joven, Juan Luis, después de relatarnos su experiencia de la felicidad, afirma: "Estoy convencido de que la felicidad que todos buscamos no está en ser sacerdote, en ser futbolista, en estar casado, etc., sino en encontrar la voluntad de Dios, aceptarla y vivirla como Él nos lo pide. Sé que muchas veces cuesta cumplir esta voluntad de Dios, pero cuando uno la cumple, llega a la felicidad".

Y qué bien confirma todo esto el ejemplo de "X" que justo cuando se abría ante ella un prometedor porvenir como modelo y como campeona de volleyball decide, a los 21 años, hacerse monja. Poco después, en una entrevista, le preguntaron, entre otras cosas, que si ahora era feliz. Ella respondió de inmediato: "Sí, mucho". Y al cuestionarle, acto seguido, que hasta cuando duraría esa felicidad, contestó: "Por toda la eternidad; aumentará siempre más; cuando estás con Dios es así".

O si quieres más aún, lee esta otra expresión, reflejo sin duda de la vida del que la escribió: "¡Qué paz, qué felicidad, qué serenidad, qué gozo, qué dulzura se experimenta cuando se vive bajo la voluntad de Dios!, aunque esa voluntad rezume y exija sufrimiento, dolor e incluso la muerte misma"

Estimo que basta con lo dicho. Para empezar a gozar de la verdadera felicidad, es necesario descubrir y realizar lo que Dios quiere de nosotros.

Y recalco que lo importante aquí no es realizar esto o aquello, sino saber que Dios lo quiere para mí -sea lo que sea- y hacerlo.


¿Cómo descubrirlo?

Pero, ¿cómo llegar a conocer lo que Dios desea de nosotros? Es un interrogante crucial. Pero a veces se alza frente a nosotros como una muralla aparentemente infranqueable. Muchas personas se esconden y acurrucan detrás de ella. No se atreven a saltarla. No quieren enfrentarse a la conquista de un ideal que no les resultará cómodo alcanzar.

Prefieren dar por insoluble esa pregunta en vez de molestarse en indagar la respuesta.

En el fondo intuyen claramente lo
comprometedor que es caer al otro lado.

Encontrarse en la senda difícil hacia la felicidad que Dios ha pensado para ellos.

Dan la espalda a su felicidad. Se cortan a sí mismos la alas sólo por ahorrarse la fatiga de volar muchas veces viento en contra hacia la cima. "¡Qué error! La felicidad no está en huir de lo que nos cuesta, sino en solucionar nuestros problemas frente a una realidad tan objetiva en nuestra vida como es la voluntad de Dios"

A ti no te deseo la suerte de aquellos que pasan por la vida vegetando, dormitanto en un letargo sin fin. Llegan a viejos sin haber estrenado su corazón. Consumen lustros y lustros sin molestarse en buscar y amar un ideal. Nada les pone en pie de lucha hacia su realización personal.

No quisiera, por ningún motivo, augurarte un epitafio como este: "Vivió 80 años sin hacer nada que valiese la pena".

Por todo esto me apresuro ahora a contestar el interrogante que nos ocupa y preocupa. Lo haré con brevedad. Te doy dos pistas nada más.

Para saber acerca de lo que Dios quiere de ti, no esperes la aparición de un ángel del cielo proclamándote solemnemente, en nombre del Creador, que has sido pensado por Él para ser ingeniero, o futbolista, o sacerdote, o torero, o lo que sea. Dios ya no suele usar esos medios extraordinarios para comunicar a los hombres su voluntad.

Sí, sigue siendo Él el que te susurrará al oído su plan para ti. Pero lo hará a su manera. Hablándote veladamente a través de mil acontecimientos y "casualidades". Tales como el colocarte en determinada familia, el rodearte de tal ambiente, el permitir que atravieses por tales circunstancias, el que tengas tales amistades, etc.

Entonces, en primer lugar, intenta descubrir esa voz de Dios en todo lo que te ocurra.

Esto lo lograrás por ti mismo si tratas mucho con Dios, si te acostumbras a llevarlo siempre contigo y a verlo en todo.

Y también puedes ayudarte para ello de alguna persona con más experiencia que tú.

Alguien con quien no tengas reparo en confiar tu interior. Alguien de quien creas poder recibir luz suficiente para ver con más claridad lo que Dios pretende comunicarte.

Segunda cosa. Para discernir si Dios quiere de ti esto o lo otro, tienes que ver si cuentas o no con las cualidades que te capacitan para realizarlo.

Resulta inconcebible que Dios haya pensado en un cojo de nacimiento para ser competidor internacional de atletismo en 100 metros lisos. Como es igualmente inverosimil el que haya querido que una chica poco agraciada y marcadamente propensa a la obesidad sea modelo.

Dios nos crea para recorrer un camino preciso en los años que nos concede de vida.

Y no puede olvidarse de meter en nuestras alforjas las cualidades necesarias para poder andarlo. Dios ha depositado en cada uno de nosotros las capacidades para cumplir su voluntad. De lo contrario, sería como el ingeniero que al construir su artefacto, olvida incluir en él algunos elementos indispensables para su funcionamiento.

Podrá ser que, a primera vista, no encuentres en ti todas las cualidades requeridas. Tranquilo. Trata entonces de descubrir por ti mismo o ayudado por otra persona -como ya vimos antes- si con tu trabajo y esfuerzo puedes llegar a adquirirlas. Y luego, adelante. Decídete.

Ahí tienes las dos pistas. Lo demás está en tus manos. En decidir realizar o no lo que has descubierto como voluntad o querer de Dios para ti.

Sólo añado que me gustaría poder afirmar de ti esta bienaventuranza: benditos los que tienen claro a dónde van, para qué viven y qué es lo que Dios quiere de ellos en esta vida, aunque sea algo pequeño o doloroso. De ellos es el reino de la satisfacción y la dicha.


¿Cómo le gusta a Dios?

Bueno, y ¿cómo le gusta a Dios que cumplamos su voluntad?

A Dios, amor infinito, le complace nuestra respuesta de amor. Y le entusiasma el hecho de que llevemos a cabal realización su proyecto sobre nosotros. Pero el constatar que eso lo hacemos por amor a Él, le regocija su corazón.

Ahora bien, ese amor con el que a Dios le gusta que le amemos, podemos enriquecerlo y adornarlo con algunas virtudes que lo harán más precioso a sus ojos. ¿Cuáles?


AUTENTICIDAD

Vivir tu amor, tu entrega y dedicación, tu vida toda, sea cual sea, con sinceridad y autenticidad. Ser lo que has decidido ser de arriba a abajo, por dentro y por fuera.

Que en tus ojos se revele a los demás un tesoro de sinceridad. Que tu boca pregone siempre la verdad que vives. Que tu obrar sea un fiel y constante reflejo de lo que te has comprometido a ser.

Una persona idéntica, de una sola pieza, coherente en todo y siempre. Y sólo así serás una persona satisfecha y feliz.

Un corazón donde mora la doblez o la división, tendrá grietas, hará aguas. Por más que se le vierta dentro, seguirá vaciándose y nunca podrá colmarse de dicha.

Que la doblez no distorsione tu personalidad. Que la mentira no corrompa las palabras que salen de tu boca. Que la falsedad no empañe tu comportamiento. Que la trampa no comprometa tus decisiones. Que la insinceridad no envenene tu respuesta al amor de Dios. Si esto llega a ocurrirte, te aseguro una felicidad falsa, viciada y podrida.

No he conocido ni conoceré jamás alguien insincero, tramposo, dividido en su interior y que a la vez viva feliz. En el interior de esas personas no reina la paz, la tranquilidad de saber que están cumpliendo.

Y donde la paz está ausente, la felicidad también. La paz es fruto del amor sincero a Dios, lo mismo que la felicidad.

Esto tú y yo lo sabemos muy bien por experiencia. Mete, si no, la mano en el baúl de tus recuerdos y saca algún que otro día de tu pasado. Y ahora, compara. El día que has cumplido bien tus deberes, ¿no has palpado dentro de ti una gran tranquilidad y satisfacción? Pero el día que no has sido fiel y coherente, ¿no has notado todo lo contrario?

De aquí se desprende otro pequeño matiz de nuestro secreto:

No basta amar a Dios
en el cumplimiento
de lo que le agrada:
hazlo con
autenticidad.


FE Y CONFIANZA

Resulta más o menos llevadero el amor cuando las cosas van bien. Todo es fácil cuando el camino se extiende llano y no se interponen demasiados obstáculos. Ser generoso parece relativamente sencillo cuando todo se tiñe color de rosa y no se hacen sentir las espinas.

Pero por el camino de la vida las cuestas se empinan, los baches y tropiezos se multiplican. Muchas veces el dolor de las espinas evapora la fragancia de las rosas.

Entonces, el amor puede volverse molesto y oneroso.

Precisamente en esos instantes nos conviene poder echar mano de la fe y confianza en Dios. Estas dos virtudes sostienen al amor cuando flaquea. Le inyectan fortaleza y vigor cuando lo acosa el cansancio o la dificultad lo arredra. Le dan consistencia cuando se haya probado y purificado en el crisol del dolor y el sufrimiento.

La vida de todo ser humano está salpicada de momentos difíciles. Pasa por pruebas y luchas, enfermedades y dolores, fracasos y derrotas. A veces esos malos ratos van realmente cargados de amargura, de soledad, de muchas lágrimas. Pero el alma que cree y confía en Dios, cuenta con el bálsamo infalible. Posee el remedio que es capaz de endulzar la amargura más intensa, de llenar la soledad más triste, de secar el llanto más profundo, trocándolo en gozo intenso.

Ya te habrás percatado de los verdaderos milagros que la fe y la confianza obran en muchas personas. ¿Cómo te explicas, si no, la serenidad, la paz y la sonrisa en el rostro de un joven cuya vida se extingue minuto a minuto por un cáncer cerebral? ¿Cómo se entiende la gallardía, la entereza y el valor de tantos hombres, mujeres, e incluso niños, que a lo largo de la historia han sido sometidos al los más atroces martirios o han tenido que pasar por pruebas realmente inhumanas?

Más adelante podrás leer algún testimonio que apoye y confirme lo dicho. Pero no me resisto ahora a ofrecerte lo que escribía a sus 26 años un jovn cuando la nave de su vida atravesaba por uno de esos períodos de tempestad: "Este día he estado enfermo, he estado triste, he estado solo, lloro... Y aquí me sorprende el recuerdo de la realidad más radiante que vivimos los cristianos. Tengo a Dios en medio de mi corazón... ¡Todo está arreglado! Adiós soledad, adiós tristeza, adiós lágrimas. ¡Lo tengo todo! Él está conmigo, Él me consuela, Él me sanará... Dios sana las heridas más dolorosas, consuela las penas más profundas, alegra los más tristes momentos de la vida... Dios nunca falta... Dios es fiel..."

Y tampoco puedo dejar de referirte el testimonio de una gran mujer. Lo encontré leyendo un artículo del diario The Washington Post, del 25 de enero de 1995. Se trata de Rose Kennedy, fallecida no hace mucho. Fue hija de un diputado y alcalde, esposa de un embajador, madre de un presidente de la nación y de dos senadores, y abuela de dos diputados. Ella, madre de nueve hijos, perdió cuatro de ellos de muerte prematura: dos en accidente de aviación y dos asesinados. Al morir el primero, su pena duró meses sin que nada ni nadie pudiesen brindarle consuelo. Hasta que su fe resurgió.

Escribió así: "Tan pronto como acepté sin reservas que Dios tenía sus razones para llevarse a Joe (su hijo), comencé a recuperarme". [...] "He llegado a la conclusión de que el elemento más importante de la vida humana es la fe. Si Dios fuera a quitarme todos sus dones -salud, bienestar físico, riqueza, inteligencia- y me dejara escoger uno solo, yo pediría la fe. Porque con fe en Él, en su bondad, en su misericordia, en su amor por mí, y con la fe en la vida eterna, creo que podría sufrir la pérdida de mis otros dones y todavía ser feliz: llena de confianza, abandonando todo a su Providencia inescrutable".

¡Qué elocuentes testimonios del poder de la fe se nos manifiestan a través de estas expresiones!

Quizá ahora te resulte más fácil entender lo que antes afirmamos sobre la salud y los demás caminos inseguros. Bien sabes que no pongo en duda que gozar de todos esos dones de Dios nos permite hacer mil cosas buenas.

Nos ayuda a estar contentos y felices. Más aún, estoy convencido de que si Dios mismo nos los ofrece, es porque quiere que los disfrutemos. Pero nuestra verdadera felicidad -como lo has podido comprobar- no radica exclusivamente en ninguno de ellos.

¿Quieres que tu felicidad permanezca imperturbable e inconmovible en el fondo de tu alma? ¿Te gustaría tener la certeza y la seguridad de que tu dicha seguirá en pie aunque se venga abajo en tu vida todo lo demás?

Pues aquí te dejo el último retoque a nuestro secreto:

Asienta esa felicidad
en la roca firme
de la fe y de la
confianza en Dios.

Te lo aseguro: con la seguridad que ofrece el poder infinito de Dios, nada ni nadie podrá destruirla o arrebatártela.


RESUMIENDO

. La verdadera felicidad (la máxima posible), consiste en poseer a Dios (único Sumo Bien), amándolo plenamente (hasta el extremo del amor).

. Seremos felices sólo cuando comencemos a realizar por amor lo que Dios quiere de nosotros en la vida.

. No basta amar a Dios en el cumplimiento de lo que le agrada: hazlo con autenticidad.

. Asienta esa felicidad en la roca firme de la fe y de la confianza en Dios.