Ganas de vivir

Amar a Dios no empobrece... ¡colma!

Autor:  Padre Marcelino de Andrés, L.C

      

Tengo veinticinco años y soy carmelita descalza desde hace seis. Diez años atrás me encontraba en Roma, con otros jóvenes para responder a la invitación del Papa.

Antes de esto me encontraba en la universidad, había comenzado la carrera de Bellas Artes. Tenía muchos amigos. Todo me iba bien. Pero a pesar de todo, cuando llegué a Roma estaba confusa, tenía miedo, un miedo oscuro al sufrimiento, a no ser amada, a la soledad, a la muerte.

La verdad no esperaba nada del Señor. Si alguna expectativa tenía de aquel viaje, era tan sólo la de encontrar un novio.

Recuerdo que la primera tarde el Papa nos dio la bienvenida en San Pedro. El mensaje del Jubileo era: "Abrid las puertas al Redentor". No puedo olvidarlo. Aquella misma noche, casi inconscientemente, sin saber muy bien lo que hacía, abrí las puertas de mi corazón al Señor. Y aquel día -ahora lo sé- el Señor comenzó a asediarme sin descanso y no me ha dejado un solo instante. Ha tenido que usar mucha paciencia conmigo.

Aquellos días transcurrieron como un sueño. Yo sabía que me estaba ocurriendo algo, pero no sabía darle un nombre.

Durante una catequesis en el Palacio de los Deportes, algo se rompió dentro de mí. Un muro que hasta aquel momento era inexpugnable, se vino abajo.

Antes no, pero ahora todo me habla. El Señor no era uno cualquiera, sino una Persona concreta, real, que me buscaba, que me llamaba. Si pudiese explicar cómo he venido a parar a este monasterio, cómo he descubierto mi vocación carmelitana, cómo el Señor tuvo que luchar conmigo durante 4 años... hasta que un día, 14 de octubre, atravesé la puerta de la clausura para siempre.

En el monasterio he encontrado verdaderamente el rostro del Señor. Quiero dar testimonio de que se ha cumplido aquello que la Iglesia me prometió hace 10 años: el amor de Dios no empobrece, no limita, sino que colma.

Hay gente que piensa que nosotras las monjas de clausura somos como solteronas, mujeres a medias, estériles, madres frustradas. No es así. Soy una mujer. Cada día más mujer. Me siento hija amada de Dios Padre, no porque lo dice un escrito, sino porque el Espíritu lo grita dentro de mí, porque mi corazón puede reposar en Él como un niño en los brazos de su madre.

El Señor me llama a seguir sus huellas, a verme en su belleza, a empeñar toda mi alma en su servicio, para que sólo el amor sea mi ejercicio.

Yo estoy enamorada de Él y Él lo está de mí. Y no hay nada de abstracto ni de metafórico en este amor.

Mi vocación contemplativa se extiende, se dilata hasta abarcar los últimos confines de la tierra.

A aquellos que dicen que nuestra vida encerrada no tiene sentido, yo les digo que ninguna otra vida está tan llena de sentido. Bendigo al Señor que me ha elegido para que su amor fluya a través de mí y sea verdaderamente un canal de su gracia.

(Tomado de la revista I Care, Italia)

Reflexión:

Has podido asomarte a otra vida joven feliz de verdad. Se trata una vez más de otra de esas felicidades ocultas, de las que muchos quizá no creen ni siquiera que existen. Pero ahí tienes su testimonio. El no tener más que a Dios se ha vuelto a revelar como el secreto de una felicidad plena que colma la vida y le da su sentido más profundo.