La enfermedad

Autor: Mamerto Menapace, osb Mamerto Menapace: Una orca llamada Belén; Editora Patria Grande, Buenos Aires, Argentina

(autorizada la reproducción por la Editora Patria Grande)

 

           

Pero la pequeña orca estaba enferma. Gravemente enferma.

Los primeros análisis encontraron sangre en su estómago. Probablemente se estaba frente a un caso de úlcera. Algo que parece no ser sólo posible, sino hasta frecuente en los cetáceos.

¿No sería precisamente éste el motivo por el cual sus padres la fueron empujando hacia la playa para entregarla a la muerte o librarla a su misterio?

Lo cierto es que cuando fue liberada de las arenas ya estaba en el límite de sus fuerzas y ni siquiera opuso resistencia. La colocaron sobre las sábana de plástico y así fue levantada a pulso y colocada en un gran carro preparado con colchones. Tirado por un tractor, cruzó el carro la frontera de los médanos. Y en esta forma ingresó a Mundo Marino por la puerta de servicio, grande y ancha. Allí no se encontró con una factoría comercial, sino con un entorno humano. Velozmente se le hizo un sitio en una piscina provisoria. Es decir, una cuna con lo que se tenía a mano. No es de extrañar esta sabia solución. Al Rey de reyes le pasó lo mismo allá en Belén, cuando envuelto en pañales fue recostado en un pesebre. Hubo que desplazar a otros animales de su propio laguito a fin de utilizar para ella el purificador de agua que le permitiera sobrevivir en aquel pequeño estanque provisorio. Quizá también el buey y el burro sacrificaron su propia comodidad ante la necesidad de un Dios nacido de sorpresa en medio de la noche de Navidad.

Lo que ella creyó ser su fin, resultó ser el comienzo de algo impensable. Todo un grupo humano empezó a ponerse a su exclusivo servicio. Hombres y animales le hicieron sitio en su mundo. Aparentemente todo terminaba y sin embargo aquello era un nuevo comienzo. Un comienzo con continuidad. Porque la pequeña orca seguía gravemente enferma. Pareciera que lo único que seguía igual era precisamente eso. Enfermedad que en definitiva sería la ocasión de una vida nueva. Porque se hace necesario, a veces, que el dolor nos ponga en situación de dependencia y vulnerabilidad, para que los demás se animen a acercarse y a brindarnos los cariños y el cuidado que necesitamos para nuestro crecimiento. Evidentemente, cuando una orca pertenece a la especie que se ha creado la fama de asesina y puede llegar a pesar siete toneladas, no hay mucha probabilidad de que nadie se anime a acercárcele para hacerle mimos. Y sin embargo también ella necesita del cariño, del juego y del pequeño premio que gratifica, para que se le vaya despertando por dentro toda su capacidad de alegría, de destreza y de bondad. Afortunadamente nuestra orca es pequeña y todavía se la pudo transportar a pulso. Estaba cansada por una noche de esfuerzos estériles y fue fácil acercársele. Estaba gravemente enferma y se entregó impotente a los ciudadanos de quienes querían ayudarla. Sus límites casi absolutos fueron justamente los que posibilitaron su liberación.

Se afirma que para poder convivir con los demás, todos nosotros deberíamos tener tres manías que nos humillen y nos hagan vulnerables y necesitados de perdón y comprensión por parte de los otros. Es muy difícil convivir con los omnipotentes: con ellos no queda otros recurso que ser su corte o su presa.

El estanque de la orca se encontraba justamente entre el refugio de las nutrias y el laguito de los lobos de mar. En circunstancias normales, esta cercanía hubiera sido fatídica para estos animalitos, que en pocos minuto hubiera sido un fácil bocado para el enorme cetáceo. Pero aquí no había nada que temer. La orca era aún muy pequeña y estaba enferma. Muy enferma. Y se entregó dolorosamente en manos de aquel grupo de jóvenes que desde ahora compartirían con ella el mismo cariño y dedicación que tenían para con las nutrias y los lobitos de mar.