El pozo y los camellos

Autor: Padre Mamerto Menapace  OSB

Libro: “La sal de la tierra”, Editora Patria Grande, Buenos Aires

(autorizada la reproducción por la Editora Patria Grande)

 

En las ciudades de los hombres hay fuentes que largan su chorro día y noche. Su misión no es la de abrevar a los hombres en la ciudad. Más bien, cumplen con la función de alegrar la vista con su juego de agua en movimiento, y los oídos con su despreocupado murmullo en medio del bullicio. Fuentes que son visitadas por los turistas, hombres que llegan hasta ellas sin sed y con la máquina de fotografiar en bandolera.

Abundancia de aguas inútiles, derrochadas frente a los hombres sin sed. Armonía de movimientos y colores para entretener a los hombres que necesitan gastar su tiempo, porque se han detenido en la vida al quedarse sin metas. Fuentes conocidas por todo el mundo.

En la plaza de San Pedro, compré una vez por noventa liras diez tarjetas postales con diez fuentes distintas que había visitado en una sola mañana en que no sabes qué hacer. En ninguna de ellas sentí necesidad de beber.

Pero en el país de los nómadas las cosas son diferentes. En la tierra de hombres en movimiento, con metas difíciles y lejanas, no hay fuentes, sino solamente pozos. Pozos del desierto, distantes y ocultos bajo la monotonía de los arenales. Abrevadas en un pozo, hay caravanas que a veces tienen que caminar con urgencia largo tiempo antes de encontrar el más próximo. Y a veces su presencia es tan irreconocible que no les queda más remedio a los camelleros que fiarse del instinto afiebrado de sus camellos sedientos, que buscan rumbos olfateando el viento.

Pero los camelleros saben también que, cuando la sed se agranda, comienzan los espejismos. En los cerebros recalentados despiertan entonces las tarjetas postales de fuentes exuberantes y tentadoras que llevan a las dunas donde sólo esta la muerte. ¡Pobre del turista que se adentre en el desierto con su cerebro equipado con postales de fuentes! Probablemente morirá de sed autoengañado, a poco trecho del pozo que podría haberle devuelto a la vida, pero que le permaneció oculto, simplemente porque su presencia no se manifestaba con los mismo signos que las fuentes para turistas con las que había equipado su imaginación.

En este momento, los conductores de camellos deben aferrarse a dos convicciones: que los camellos con más sed son los mejor equipados para encontrar el pozo, y que la misión de los conductores es hacer lo imposible para mantener unida la caravana sin permitir la desbandada de los camellos sedientos, ni el rezagarse de los camellos satisfechos. De lo contrario, los camellos sedientos a lo mejor encontrarán el pozo, pero, una vez abrevados, se habrán quedado sin caravana y, por ello, sin meta, condenados a morir junto a ese pozo agotado bien pronto. Y los otros, la caravana sin sedientos, habrán perdido con ellos la única posibilidad de dar con el pozo que les habría permitido continuar su marcha hacia la meta.