Usemos lo que Dios nos ha regalado

Autor: Luis Fernando Pérez

 



Queridos hermanos,
Muchas veces la vida del cristiano entra en barrena por mero descuido y dejadez. ¿Cuántas veces no nos hemos visto tirados por el suelo, preguntándonos el porqué estamos allí en vez de estar de pie trabajando para la obra de Dios?
Es mi opinión que la gran mayoría de las ocasiones en que tal cosa ocurre es porque no hemos sabido tomar aquello que Dios nos da para ayudarnos en el camino de Cristo. 
Empecemos por los sacramentos. ¿No es cierto que el atrasar el sacramento de la reconciliación es un impedimento grave en nuestra relación cotidiana con Dios? Hemos pasado de una época en la que muchos iban al confesionario en cuanto se les pasaba por la cabeza algún pensamiento malo, a otra en la que muchos cristianos se acercan 
sólo cuando los pecados les agobian y asfixian; eso, si es que se acercan. No sé cuál es vuestra situación personal, pero os animo a acudir con regularidad a ese sacramento. Ayuda a ponernos en paz completa con Dios y a hacer un examen de conciencia por el cual el Señor nos puede señalar cosas que debemos corregir, en las cuales no habíamos reparado.
¿Y qué me decís del sacramento de la comunión eucarística? 
¿Realmente, hermanos, damos en nuestras vidas la importancia que merece dicho sacramento? Es fuente de vida eterna de la que podemos beber a diario y en no pocas veces lo hacemos solo semanalmente y sin poner nuestros cinco sentidos, alma y espíritu, en ese encuentro con Cristo sacramentado. Hermanos, si vamos a comulgar sin ser conscientes de a Quién nos acercamos y la honra que merece, mejor no comulguemos. No en vano, es muy grave la advertencia que nos da el apóstol Pablo en 1ª Cor 11,27-32 para que no pensemos que estamos ante un acto que puede tomarse a la ligera. No digo esto para causaos miedo sino para que meditéis en las maravillas que se encuentran en dicho sacramento, que puede darnos vida y renovarnos por completo si lo tomamos con integridad y con plena entrega a Cristo que entra en nosotros. Hermanos, a veces es difícil comulgar como es debido en el bullicio de una misa dominical. Por eso os animo a acercaos entre semana para participar de la celebración litúrgica y poder tomar la comunión en un ambiente más relajado.
Aparte de los sacramentos, instrumentos por los que el Señor derrama su gracia sobre nosotros, tenemos acceso directo a Él a través de la oración. Nunca será demasiado el tiempo que dedicamos a orar a Dios. Nunca. Tenemos un tesoro de oraciones tradicionales en nuestra Iglesia que pocos aprenden a usar como es debido. Pero además, la oración viva, de tú a tú, sin más guión que el que nos marca el Espíritu Santo, es también fuente de comunión con Dios. Hermanos, aquel que aprende a orar ya sea en el silencio, en medio de un atasco en una gran ciudad o en medio de un grave problema, obtiene una gran bendición para su vida. 
No es fácil la oración del corazón, la oración de Jesús por la que nuestro espíritu está en plegaria constante, casi de forma inconsciente, pero hemos de esforzarnos en buscar a Dios en cada momento que tengamos libre, en cada descanso del día, en cada recodo del camino.
¿Y la Palabra de Dios? ¿qué bendiciones no nos trae el estudiarla a diario? Hermanos, ¿cuánto tiempo dedicamos a meditar en la Palabra de Dios cada día? Ella es lámpara a nuestros pies y nos alumbra el camino. Nos acerca a la voluntad de Dios para nuestra vida. Nos transporta hasta el escenario donde los profetas exhortaban al Pueblo de Dios, donde Cristo predicaba, donde los apóstoles extendían el evangelio por todo el mundo. Hoy tenemos acceso a la lectura de la Biblia como nunca antes en la historia. Aprovechémonos de esa bendición que Dios nos otorga y empapémonos del conocimiento de su Santa Palabra. Siempre teniendo en cuenta que nuestra Iglesia viene en ayuda con su Magisterio para entender el verdadero significado del texto sagrado.
Hermanos, hay otro gran don que el Señor nos ha regalado y que pocas veces somos conscientes de su valía. Ese don no es otro que el hermano en la fe. No estamos solos en el camino de Cristo. Aparte de la presencia de Dios mismo, tenemos al hermano que peregrina con nosotros al cielo. Sí, ese hermano que se cae como tú, que se levanta como tú, que sufre como tú, que goza de las bendiciones de Dios como tú, que es tu compañero y amigo aunque a veces lo veas como un extraño y un competidor. En esta carrera ganamos todos o no ganamos ninguno. No podemos seguir corriendo si vemos que el hermano se ha quedado exhausto. Él nos esperaría. Y si no él, miles como él. 
¿Cuando aprenderemos a usar del don de la fraternidad cristiana como es debido?
Hagamos de la Iglesia una posada para el peregrino, un lugar donde podamos disfrutar de auténtica fraternidad cristiana, donde renovemos nuestras fuerzas para salir con un impulso mayor del que teníamos al llegar. Hay mucho trabajo por hacer, mucho campo por cosechar y muchos frutos que esperan a ser cogidos de los árboles.
Usemos de todas estas cosas que Dios nos regala y pongamos la mirada en la meta, que no es otra que Cristo, nuestro Dios y Salvador.