Serenidad (Segunda parte)

Autora: Lucrecia Roper

 


Conseguir todo lo que deseamos y pronto, es algo que no siempre está a 
nuestro alcance. Estar serenos cuando las circunstancias son adversas, 
demuestra el temple de las personas.

Hay un axioma en Psicología que afirma que la agresividad es una variable 
dependiente de la frustración. El mal humor frustra. Estemos atentos a 
nuestros comportamientos agresivos y procuremos evitarlos; de no conseguirlo, no busquemos la causa en los otros.

Cuando existe una predisposición inmotivada al enfado nos encontramos en 
situación de alerta, y por tanto hemos de extremar la prudencia al hablar, 
para no caer en ningún desahogo agresivo. “Muestra tener poca inteligencia y mal corazón quien por no controlarse hace sufrir a los demás. La serenidad 
hay que conquistarla, no nos viene dada” (Miguel Ángel Martí).

Uno de los secretos para alcanzar la felicidad es vivir con fruición el momento presente. Vivir no es suficiente, hay que tener conciencia de que se está vivo. Detener el tiempo es la única forma de vivirlo, sino el instante presente se convierte en el instante ido. Conozco a una persona que disfruta al máximo de la vista de las plantas, de los animales y de las frutas que 
come. Lucha diariamente por ser consciente de la belleza que esas cosas 
guardan, y así comentaba gozoso: ¡Qué belleza veo en esta sopa de 
verduras! 
La felicidad es más cosa de empeño personal que de acontecimientos 
favorables, aunque creamos lo contrario.

Hay que apreciar más nuestro equilibrio interior que lo que nos viene 
de 
fuera. Si nos coge un embotellamiento de tráfico o se nos poncha una 
llanta, 
hay que pensar que eso no nos debe de quitar la paz interior, ya que la 
serenidad siempre está por encima de lo que podríamos alcanzar si la 
perdiéramos. La serenidad valora más el presente que el futuro. El 
presente 
es lo real, el futuro... no sabemos si llegará, pues nadie tiene la 
vida 
comprada.

Lo que nos sucede no siempre tiene el valor que le concedemos. 
Generalmente 
exageramos. Por eso es bueno desconfiar un poco de nuestras 
apreciaciones. A 
veces nos apresuramos a juzgar y, los otros, pueden tener razones que 
nosotros desconocemos. Otorgarse toda la razón conduce a nada. En la 
medida 
en que queramos acercarnos a la realidad del problema estaremos más 
cerca de 
resolverlo.

La serenidad no se deja engañar por espejismos. La paz interior nos da 
el 
mejor don que los mortales podemos esperar: la capacidad de ser lo que 
estamos llamados a ser: contemplativos.