Los Santos Inocentes

Autora: Lucrecia Roper

 

 

Cuando Herodes manda matar a los niños de Belén, a los que llamamos Santos Inocentes, dice un poeta que “los ojos de Jesús, recién abiertos, se han llenado de lágrimas para bautizar con su llanto las almas de los Inocentes... Hasta la última hoja de los árboles ha notado el escalofrío de este crimen. El Cosmos entero sufre” (Enrique Monasterio).  

Hay un universo que a los hombres impresiona como si la grandeza se midiera en leguas o en años luz. “No ven que hay otros miles de millones de universos, mínimos en apariencia, pero mucho más importantes: los seres humanos. Ellos son más preciosos que todos los soles del firmamento, porque cada uno es capaz de contener el infinito”, dice Enrique Monasterio.  

Imaginemos un espejo capaz de reflejar el rostro de Yavé con toda su belleza y su bondad: es el espíritu humano, esa chispa divina que Él pone en cada niño cuando se forma en el seno de su madre. Parece poca cosa, pero es un cristal limpísimo; un espero que irradia la imagen del Creador. Allí Yavé se asoma y deja esculpida su propia mirada.  

Cuando alguien mata a un niño se rompe ese espejo y la imagen de Dios salta hecha añicos... Es terrible; peor que si todo el universo material se desintegrara. Por eso, cuando hay un aborto, el dolor de Yavé alcanza el último átomo de las galaxias.  

Cada niño recibe un ángel custodio desde que es concebido. Las madres son el modelo en el que quizás Dios se inspiró para hacer a los ángeles custodios. Y, para formar a las madres, pensó en María. Lo malo es que a veces los custodios no llegan a guiar a sus ahijados, porque las madres deciden librarse de ellos. Cuando esto ocurre, los ángeles del Cielo se unen al llanto del Niño.  

Pero hay quienes el inmenso valor de una vida humana. La trivializan, y toman el aborto y la culpa a la ligera. Siempre hay camino de regreso cuando se reconoce la equivocación. Benedicto XVI lo explica bien cuando dice: “La incapacidad de reconocer la culpa es la forma más peligrosa imaginable de embotamiento espiritual, porque hace a las personas incapaces de mejorar”. Y continúa:”Se dice que el cristianismo ha lastrado al ser humano con sentimientos de culpa con la intención de mantenerlo bajo presión. Lógicamente, también esos abusos son posibles. Pero peor es la extinción de la capacidad de percibir la culpa porque la persona se ha endurecido y ha enfermado por dentro” (Dios y el mundo, p. 399).  

He aquí un ejemplo de esa mentalidad: Una profesora de Bolivia, a favor del aborto, escribe: “Un embrión es tan sólo el inicio de un proceso que puede o no culminar en un ser viviente. El embrión no es más que un proyecto que está en sus inicios y que, por la misma obra de la naturaleza, puede quedar interrumpido, como lo comprueba el hecho de que al menos un 30% de los embarazos terminan en abortos espontáneos. Sostener que tiene vida propia es como sostener que alguien tiene una casa cuando cuenta con el terreno, los planos y algunos ladrillos”. En otro momento dice: “el aborto es una decisión ética personal; hay que desechar dogmas culpabilizadores” (Teresa Flores B:).  

Si se deja a los ladrillos seguir su curso natural allí permanecerán: son materia inerte; si se deja al feto seguir su curso natural, tendremos un bebé.  

La base de toda sociedad es la justicia, que parte de la igualdad humana. Al niño no nacido como a un ser sin derechos. Eso es arbitrario La función de la ley es proteger la vida, en primer lugar, y en segundo lugar es proteger al débil.  La mujer embarazada vale por dos.  

Autorizar el aborto es autorizar la violencia intrafamiliar, autorizar que la ley permita a los padres a hacer violencia contra los pequeños que dependen de ellos. Esto supone una profunda herida que lastima más a la sociedad que un crimen ordinario. Cuando las familias matan a sus propios hijos, la sociedad se destruye a sí misma hasta la médula.  

El deber de los padres de cuidar a sus hijos se cuenta entre los deberes más fundamentales del ser humano. El vínculo entre la madre y el hijo es uno de los más fuertes que pueden existir. El no nacido, cuando es desmembrado por petición de la madre, es traicionado de la manera más ruin.  

Todo ser humano tiene una misión en el mundo, incluyendo –por supuesto- a los discapacitados. A Teresa de Calcuta le preguntó un enfermo de SIDA:

—“Madre, ¿por qué Dios no manda a alguno que descubra cómo curarnos”. Ella respondió: -Ya los mandó pero no los han dejado nacer.  

Hoy como ayer, “Herodes” –en forma de médico, mujer o de ayudante- sigue matando a santos inocentes, y por ello el mundo llora.