El árbol de Navidad

Autor: Padre Juan Pablo Ledesma, L.C.

 

 

El bueno de San Francisco de Asís vivía la Navidad maravillosamente. Cantaba, danzaba, contagiando su felicidad. Si el día 25 caía en viernes, lo celebraba en grande. En fecha tan entrañable no se podía ayunar. -Si las paredes pudieran comer carne, hermano León, se la ofrecería para que también ellas pudieran celebrar el nacimiento del Niño Dios– les decía con ternura. 

En una fría noche de invierno, se le ocurrió la genial idea de avivar el recuerdo de momento tan augusto. Y representó con figuras humanas, de carne y hueso, la escena del Nacimiento. Lleno de emoción cantaba con sus frailes: -Si el rey fuera mi amigo, le pediría sembrar de trigo todas las calles durante la Navidad, para que hicieran también fiesta los hermanos pájaros... Porque Cristo ha nacido”. Y así, entre cantos y danza, entre algazara e ilusión, el buen fraile ponía en escena junto a la Familia Sagrada a Adán y a Eva, al diablo, al ángel del Paraíso con su espada flamante y al árbol del fruto prohibido: ¿un manzano?

Es verdad que la Biblia no indica la especie. Lo cierto es que la tradición se ha continuado por los siglos. Y hoy adornan nuestras casas abetos y pinos. ¿Cuál es la legendaria historia de nuestro árbol de Navidad? ¿Por qué le colgamos tantas luces y dulces y adornos?

En Alemania existía la costumbre de utilizar este tipo de árboles, por la dificultad de encontrar manzanos en flor en pleno diciembre. De ahí que entre bosques de coníferas se eligiese el abeto como árbol de Navidad. Era curioso ver abetos “cargados” de manzanas. De esta manera tan pintoresca, los cristianos de la Edad Media pintaban de sentido cristiano sus celebraciones familiares. El antiguo y legendario árbol del primer pecado reconquistaba un nuevo verdor. El árbol de Navidad volvía a ser el árbol de la vida. Los mismos cantos recuerdan ecos lejanos: “Hoy nos vuelve a abrir la puerta del Paraíso. El querubín ya no la defiende. Al Dios Omnipotente alabanza, honor y gloria”. 

Desde el siglo XVII, junto a la manzana cada familia cuelga una oblea. ¿Por qué? A la manzana, que ha sumergido al hombre en este valle de lágrimas, se contrapone la oblea, que representa el pan de vida. Y poco a poco, con el correr de los siglos y de la imaginación, se le añaden dulces y golosinas, luces y colores, esferas y figuras.
Una vieja leyenda relata la historia desde Adán. Dice así... Después de haber recriminado a Eva su pecado, Adán aprovechó una distracción del ángel guardián del Paraíso. Viéndose solo, se inclinó hasta el suelo. Le temblaban los dedos. Respiró con un jadeo y, con la rapidez de una ladrón, escondió entre sus manos una semilla de la fruta prohibida que antes había comido. Salió del Edén y caminó con Eva durante cuarenta días. Por fin encontraron un valle donde detenerse y habitar. Allí Adán plantó las semillas y cultivó la tierra, con el sudor de su frente.
El tiempo transcurría entre añoranzas del pasado, pesares del presente e ilusiones de futuro. El árbol germinaba y crecía como la familia de Adán. Eva daba a luz y el árbol flores y frutos. Caín mató a Abel y Adán y Eva envejecían. Mientras tanto, el árbol, testigo de la historia humana, seguía creciendo y presenciando el paso de las generaciones, de los siglos y milenios... Hasta que un buen día, del frondoso árbol hicieron leña. Y algunas ramas fueron a parar a un montecillo a las afueras de Jerusalén. De aquella lejana semilla había surgido una cruz.

Otra versión cuenta la visita de una peregrina a la gruta de Belén. En medio de la noche, achacosa y vieja como un pergamino, una ancianita hace su camino. Es la última en llegar y arrodillarse ante el recién nacido. Las estrellas ya han palidecido y el alba está a punto de dar a luz el día. La Virgen le pregunta su nombre. –Me llamo Eva-, responde la anciana llena de arrugas. Y con reverencia deposita entre los deditos del recién nacido una manzana. Es su tesoro. Se despide y se aleja de la gruta. Está a punto de amanecer. Por momentos la fruta resplandece y se convierte en una esfera de cristal. Como por encanto, van apareciendo colores, luego figuras... Una Virgen da a luz; una anciana, de nombre Isabel, deja de ser estéril. Un mudo profetiza y unos ángeles hablan con pastores. Luego se ve una cruz y la gloria.

Esa es la historia del árbol y de la Navidad. Muchos deberíamos ver en el árbol de Navidad más que una simple tradición de otros tiempos o una mera decoración ambiental. ¿Por qué no dejarnos iluminar por el significado más profundo de las esferas, de las frutas o de las obleas? ¡Navidad! Hay que cantar, danzar y celebrarlo en grande, porque al lado del árbol vuelve a nacer un bebé-Dios.