Hebrón

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Tierra Santa

 

 

           Mientras duren las dificultades de relación entre israelíes y palestinos, resultará difícil visitar esta asombrosa población. Y es una lástima. En realidad, debería ser lugar de encuentro amistoso de judíos, musulmanes y cristianos, pues las tres comunidades religiosas nos consideramos descendientes de Abraham. Unos vía Isaac, otros vía Ismael, nosotros cristianos nos sentimos por nuestra fe también hijos suyos. La población, por ser palestina, tiene un ambiente árabe pero hay en ella algunos asentamientos judíos. Existe presencia cristiana ortodoxa, que resulta puramente testimonial.

 

            Unos cuatro kilómetros antes de llegar, si uno viene de Jerusalén, se encuentra el lugar santo de Mambré. Una explanada rodeada de restos de muros que por lo menos, son de época herodiana, la circundan. En un ángulo, un pozo; se dice lo horadó Abraham, cosa que no debe extrañar ya que para un beduino tan importante como los pastos son las fuentes,  en los lugares donde no hay ríos. Lo que uno no encuentra y busca desde que llega al lugar son las encinas, como las que dieron sombra al Señor cuando acudió a encontrarse con su amigo y se dejó convidar a un banquete. Haram Ramet el Kalil  (la colina del amado) se llama el paraje. Aquí había venido Dios para señalarle un plazo a su paternidad y para confiarle, como amigo que era, sus planes respecto a Sodoma y Gomorra. Y aquí tuvo lugar el singular regateo con Dios del buen beduino que era Abraham que se saldó al final con la salvación al menos de su sobrino Lot y familia.

 

            Eutropia, suegra de Constantino, mandó erigir una basílica en honor de la Santísima Trinidad, quedan sólo los restos de mosaico que la alfombraban. La escena, tan cara a la piedad oriental, la Trinidad del Antiguo Testamento la llaman, tan reproducida en iconos, pese a la desnudez actual de este rincón, la hemos de situar aquí. Lo que no ha cambiado es el calor que abrasa como aquel día. Uno puede cobijarse bajo alguna higuera o una parra, que eso sí hay, y que también son árboles bíblicos, para una meditación profunda.

 

            Hebrón, Haram el Khalil, santuario del amigo de Dios, la antigua Kiryat Arbá (ciudad de los cuatro), como quiera llamársela, es la ciudad más alta de la Tierra Santa, 950 m y parece también que es la más antigua del mundo de las habitadas, pues no ha dejado de serlo desde la época del bronce. En el corazón de la populosa y alegre ciudad, se encuentra el edificio que alberga, según se cree desde antiguo, la caverna de la Makpelá, el lugar que Abraham compró para enterrar a Sara, su esposa y donde él y los suyos también serían enterrados, de acuerdo con sus deseos.

 

            La edificación, como tantas otras del país, ha sufrido diversas modificaciones. Tal vez las más antiguas paredes sean de tiempos de Salomón, modificadas y enriquecidas en época herodiana, bizantina y de los cruzados. En la actualidad los diversos recintos, ya que no se trata de un único ámbito, son mezquita en su mayor parte y sinagoga en una pequeña porción.

 

            En el interior se levantan seis cenotafios, o monumentos funerarios, cubiertos de seda verde los de los patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob, y de color rojizo los de las matriarcas: Sara, Rebeca y Lea. José también tiene su monumento, su cuerpo está enterrado en Siquén, pero aquí esta su espíritu, dicen los del lugar.

 

            Según se explica la colocación de los mausoleos corresponde al lugar de las tumbas en el subterráneo, que sería propiamente la cueva que compró Abrham, que nadie puede visitar, pues, según los lugareños, no se debe molestar el sueño de los justos. Parece que nuestro Benjamín de Tudela, en 1170, pudo penetrar en su interior, que un militar inglés también lo hizo en 1917 y que a una chiquilla de 12 años la metieron en 1967, para que la observara. Pero las noticias que se han dado son confusas. El peregrino sólo puede acercarse a una boca de no más de 40 cm y aun así enrejada, y distinguir, si se empeña en mirar fijamente, colgando de un hilo, una lampara de aceite que luce en la total obscuridad, sin lograr iluminar nada. El silencio y la pequeña lucecita evocan el recuerdo de aquel que dejó a los dioses de sus padres para creer y confiarse a un Dios personal y convertirse en su amigo con una fidelidad heroica. Las letras bordadas dicen: "esta es la tumba del profeta Abraham, que descanse en paz" y un poco de esta paz nos embarga cuando tratamos de dirigirle una oración a su Dios.

 

            Hebrón alberga muchos otros recuerdos bíblicos. David en esta ciudad fue proclamado rey y reinó en ella 7 años. Absalón centró su rebelión también aquí. Muy cerca de la gran edificación se encuentra la tumba de Abner...

 

            Una ciudad asombrosa y alegre a la vez. Rica en viñedos y continuadora desde la antigüedad de la industria del vidrio. Ojalá llegue un día la paz a estos lugares y los peregrinos de las tres grandes religiones monoteístas entremos fervorosos a celebrar su fe y salgan abrazados ya que aunque de una manera diversa son descendientes de Abraham y adoradores de un mismo Ser supremo que poco importa si cada uno en su lengua lo adora llamándolo Yahvé, Alá o Dios