Belén

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Tierra Santa

 

 

            A los que hemos nacido en una cultura cristiana, la palabra belén está en nuestro acervo desde la más tierna infancia. Tal es el arraigo que tiene, que a algunos les parece que se trata de un lugar imaginario tal como la tierra de jauja, o el país de las maravillas. Pues no, Belén es una población concreta, de apretado y alborotado gentío ahora, de conflictos políticos en el presente, situada en la frontera entre los territorios de Benjamín y de Judá antiguamente. Está situada entre Israel y Palestina en la actualidad, perteneciendo sin duda a esta última. Sus ciudadanos estables son de religión cristiana y musulmana. En tiempos de Jesús podría tener 1.000 habitantes y en los momentos del censo llegar hasta 10000. Hoy son unos 35.000 los que  pueblan la ciudad. Los cristianos serían de rito oriental, ortodoxos o católicos, pero la presencia de varias congregaciones religiosas occidentales y la de la Custodia de Tierra Santa (organismo de la segunda orden franciscana (OFM), que por encargo de la Iglesia sirve a los Santos Lugares y a los hombres que la pueblan, sean cristianos, musulmanes o judíos, amén de gente viajera o peregrina, que por Belén y por toda Tierra Santa de continuo se mueven) influyen de tal manera que el calendario romano no es una cosa extraña a los habituales ciudadanos. Quiere esto decir que la Navidad, efemérides que en el lugar se celebra el 6 de Enero, es una fiesta grande el 25 de diciembre, de acuerdo con el calendario romano.

 

            ¿Quién, de nuestra cultura, en casa o en su iglesia no ha hecho un belén durante las fiestas navideñas? Aquí todos los comercios, todos los tenderetes, todos los vendedores ambulantes están llenos de belenes. Y todas las misas, todos los días, de todos los peregrinos que visitan la población, son de Navidad.

 

            El peregrino se acerca ansioso de visitar el lugar del nacimiento de Jesús. Hay que advertir que los evangelios no dicen cómo era, si algún detalle dan es que cuando los Magos visitaron al Niño entraron en una casa. El inciso de que junto al lugar del parto había un pesebre, no aclara nada. Este instrumento útil, de piedra o de barro, lo mismo podía estar en una gruta natural, que en la estancia de una casa. Nuestros belenes, nuestras canciones navideñas, nuestras representaciones teatrales, están profusamente adornadas con detalles que pertenecen a la literatura apócrifa, que no por serlo resulta necesariamente errónea. El proto-evangelio de Santiago principalmente, y otros más, nutren de bellos ingredientes, que unas veces tienen origen en la fantasía pero otras son muy verosímiles.

 

            En el centro de la villa se levanta la Basílica de la Natividad. Fue edificada en un principio a expensas del emperador Constantino, en el 323-26, que envió a su madre Santa Elena para revisar las obras. Reformada más tarde, casi hay que decir que reedificada por Justiniano en el 540, es la iglesia más antigua del orbe que se conserva y esto es debido a un hecho casi anecdótico. Allá por el año 614 la invasión de los persas fue destruyendo todo monumento cristiano que encontraba, pero en Belén en un friso que representaba la adoración de los Reyes, los protagonistas iban vestidos al modo de los persas, así que al considerarlos como unos de los suyos, salvaron el edificio.

 

            La autenticidad del lugar se puede buscar por dos vías: primero, la tradición oral, que en Oriente Medio tiene la seguridad que nosotros otorgamos a los documentos escritos; en segundo lugar al hecho de que el emperador Adriano, queriendo borrar toda memoria cristiana, tanto aquí como en los demás sitios, elevó encima templos de culto pagano, en este caso dedicado a Adonis.

 

            Me he referido al gran edificio, ahora bien, lo que el peregrino busca es la cripta, el lugar del nacimiento del Niño Jesús. Para llegar a él deberá adentrarse, después de atravesar la diminuta puerta, que impide el paso de caballerías según unos, que obliga a humillarse agachándose, según otros, y cerca del altar descender por una de las dos escaleras que le conducen al recinto de no más de 12 m de profundidad, por unos tres de anchura. Allí, en el suelo, en un extremo, bajo un altar no demasiado elegante, está la famosa estrella de plata que en latín pone: aquí nació, de la Virgen María, Jesucristo. Sin querer exigir certeza absoluta, hay que advertir que el lugar de más antigua veneración, es el del pesebre, que se ve modestamente a la derecha de la cueva. Es precisamente este el solo espacio de celebración católica, lo restante pertenece a los ortodoxos. El ámbito resulta para nuestra mentalidad, por la gran cantidad de lámparas, luces, cortinas y doseles, bastante deprimente. Pero la reflexión permite olvidar lo que captan los sentidos y en silencio el cristiano reza y hasta canta. Tal vez no vea que en el fondo hay una puerta, casi siempre está cerrada, a la que me referiré a continuación.

 

            Estando ya al aire libre se ve a la izquierda una iglesia sin especial categoría arquitectónica, se trata de la dedicada a Santa Catalina, recinto que pertenece a la Custodia Franciscana. Es desde esta iglesia desde donde se retransmite la misa de Nochebuena el 24 de diciembre, por lo que se dijo antes de las diferencias entre el calendario local, llamado Juliano, y el occidental, llamado gregoriano. Bajo esta iglesia se encuentran una serie de criptas, dedicado un rincón a San José, otro a los Santos Inocentes, otro a San Jerónimo, que aquí vino a traducir la Biblia...Estos espacios están limpios, son austeros, con la decoración indispensable para señalar el significado del lugar, el peregrino aquí sintoniza con el misterio que ha venido a meditar y más que rezar o cantar, se impresiona y hasta llora y agradece a Dios las gracias recibidas por aquel Niño, que se hizo mayor, murió y resucitó por él.

 

Adentrándose hasta el final, encontrará la puerta que comunica con la cripta de la Natividad de la que anteriormente se ha hablado.

 

            Cerca de la Basílica está la Gruta de la Leche. Cuenta la leyenda que al huir a Egipto la Sagrada Familia, se pararon a descansar encima de una roca y Santa María dio de mamar al Niño, una gotita de su leche cayó en la piedra, que al momento se tornó completamente blanca. Los peregrinos raspaban las paredes y se traían como recuerdo este polvo blanco que con el tiempo, probablemente, ha dado lugar a las ampollitas-relicario con la inscripción: de lacte Mariae Virginis. Si es fruto de una leyenda el origen de la iglesia, el lugar ahora es sitio de oración piadosa, tal vez muy interesada, de mujeres que imploran ayuda para sus necesidades maternales, y uno encuentra lugareñas, tanto cristianas como musulmanas, que lo hacen en silencio.

 

            A unos 4 km del núcleo urbano se encuentra Beit-Sahur, donde se halla el campo de los pastores. Ha pasado el peregrino por los trigales de Rut, donde se dice que la moabita venía a espigar y recuerda la ingenuidad espabilada de la extranjera que se convirtió en bisabuela del Rey David, pero aquella viudita que supo captar la atención del solterón Booz hasta casarse con él, siguiendo las indicaciones arriesgadas de su suegra, aceptó la fe que profesaban los que la amaban, convirtiéndose en ejemplo para los emigrantes, y la buena suegra Noemí es enseñanza para todo aquel que desee que alguien se convierta, debe hacerlo más que con discusiones, demostraciones e imposiciones, con ternura.

 

            Sí, el cristiano espera con ansia visitar el lugar donde por primera vez se canto el: "Gloria a Dios en las alturas", este lugar que desde antiguo recuerda el anuncio a aquella gente, en aquel tiempo marginada, que eran los pastores, se han encontrado restos de edificaciones bizantinas que lo demuestran. El entorno que encuentra no le defrauda, es un espacio encantador. En el centro, una sencilla iglesia de la segunda mitad de este siglo tiene forma de tienda de beduinos; a su alrededor, en el declive del terreno se abren algunas cuevas que fueron refugio de pastores. Puede uno entrar, rezar, celebrar misa y cantar, aquí sí que se cantan villancicos con fervor, alegría y emoción. El paraje está alejado del bullicio, los jardines muy sencillos están cuidados, uno encuentra siempre la amabilidad acogedora de un franciscano.

 

            Como no tiene sitio para dormir, el peregrino se marcha lleno de emoción y al despedirse saborea en su interior un deseo: ¡Ojalá todos los lugares santos se hubieran conservado tan sencillos como este! Pero recapacita y añade para sí mismo: también el lugar de la confirmación del primado era así y los caminos de los alrededores de Jerusalén, el que baja a Jericó sobre todo, conservan el mismo valor evocativo; alguien, en lenguaje de hoy diría que poseen buenas vibraciones.