Epílogo. La fuentecilla. Nota del autor

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Muchas de estas palabras han estado algunos años encerradas en una carpeta. Una situación de pena inundaba mi espíritu: primero fue la salud de mi madre, después fue su fallecimiento. El estado anímico me impedía acabar la redacción definitiva y organizarlas un poco. Frecuentemente pensaba que esta situación era injusta pero no podía continuar. Teniendo como tengo el sentido del deber, era consciente de la exigencia de trabajar en su elaboración definitiva. Sentía el honor de haberlas engendrado en el seno de mi imaginación, a instancias de mi vocación evangelizadora que sabía que habían surgido entre el vivir y el rezar y esto me honraba. Mis sentimientos, debo reconocerlo, no eran más que puro orgullo. Me explicaré. Pedí un día al Señor que me diera fuerzas, le dije que tenía que ayudarme a escribir, que de lo contrario todo el contenido de los papeles podía perderse y nadie se aprovecharía de su contenido… Oí entonces una voz interior que me decía:

“Estúpido, ¿quién te crees ser? Recuerda para ti mismo, la enseñanza de la fuentecilla que un día descubriste”.

Escribo pues esta parábola en primera persona del singular, tal como me toca.

Marchaba hace unos años alegremente en coche hacía las ruinas del monasterio de Sant Pere de Casserres, allá donde la Plana de Vic hace frontera con las Guillerias, ambas en la Cataluña interior. Iba penetrando en esta preciosa subcomarca (un viejo y sabio párroco me había dicho un día, para expresar gráficamente  lo salvaje de sus rincones, que por allí: “todo y todos, tenían un injerto de jabalí”). Cuando yo efectuaba este viaje rodaba por una buena carretera, pase por Tavèrnoles y Savassona, y después de una profunda hondonada y de una curva cerrada, cuando la carretera trepa hacía el pie de un precipicio, giré a la izquierda, era allí donde yo quería parar, dejar el vehículo y complacerme con la visión de una fuente en la que probablemente era el único que se fijaba. Lo hice, miré al suelo para descubrir el pequeño manantial que tanto me gustaba. Busqué algún hilillo de agua, pero no vi nada, la sorpresa fue decepcionante. La fuente que buscaba ya no existía. El antiguo camino se había convertido en una ancha carretera, el asfalto había pisado y borrado aquel venero que había llegado a considerar como cosa mía. Sí, la quería mucho y su desaparición me entristeció.

Traté de nuevo de encontrarla. Buscaba y rebuscaba con los ojos muy abiertos, pero nada se veía, la curva era la misma, no cabía la menor duda, pero del pocito lleno de agua transparente rodeado de juncos y sembrado de berros no quedaba ni rastro. El alquitrán y la gravilla la habían sepultado, la veta de agua se había perdido para siempre. Oí entonces una voz interior que me decía: “¿Que te has creído, imbécil? El agua que por aquí manaba se habrá abierto camino por entre las fisuras de la roca y quien sabe por donde saldrá ahora. Aparecerá con toda seguridad en otro sitio de esta comarca y al fin irá a parar a un río y este llevará hasta el mar todas las gotitas que tu veías aflorar aquí, la fuentecilla puede perderse, el agua, no”.

Puede pasar con la corriente de agua como con mi inspiración, uno puede acogerla y servirla a los otros o puede uno cegar el curso y despreciarla. (Puede a veces uno sacar jugo de sí mismo y creerse que lo que ha salido es agua fértil, quizá podrá engañarse y hasta engañar momentáneamente a los demás, pero nunca será esto una fuente de agua viva). Pisar el terreno, aplastarlo, recubrirlo, es esconder la realidad viva del suelo, pero no por eso desaparecerán las cualidades que le han sido concedidas, tal vez sólo alejarlas.

Lo que yo, que soy el Señor, deseo que llegue al hombre, el pecado puede desviarlo, pero nunca suprimirlo.  Soy Yo quien le doy impulso, quien le conduzco hacía allí, donde creo resulta mejor que brote, hacia la persona que debe recibirlo y propagarlo. Puedes ser tú o quién sabe qué otra persona, tal vez mañana llegará a un lejano país si tú no me haces caso. Estáte seguro de que nadie es indispensable, aunque todos puedan resultar útiles.

En cualquier momento, caminando por un bosque, o en la montaña, puedes descubrir un agujerito con un poquito de agua y, si lo adecentas, convertirse en humilde fuente, gracias a tu esfuerzo. También tú, yendo por el mundo, encontrarás un poquito de verdad viva, en algunas personas que hasta aquel momento ignorabas, no pases de largo, tal vez esté brotando lo que en principio iba hacia ti y tu pecado desvió, tal vez es la verdad que mañana irá hacia ti, ya  que hasta ahora no ha encontrado una salida adecuada. Nunca pases indiferente por ningún sitio. Reflexiona sobre lo que encuentres, sé responsable de cada hallazgo, pero no te alteres nunca, no te angusties lo que viene de mi Padre, siempre encuentra su curso, siempre da fruto..

Es cierto que la responsabilidad de quien acoge la Palabra de Dios es grande, pero no tan grande como para creerse que es su propietario y que sin él peligra la Verdad misma.

Al escribir este librito, como al predicar cada domingo, no pretendo otra cosa que dar libre curso a las enseñanzas que de Dios me llegan y que quiero siempre acoger. Ojalá lo haya conseguido.