La moneda falsificada

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Todos estaban de acuerdo en que los tiempos eran difíciles. Hasta parecía que los cimientos de la sociedad se hundiesen, todo temblaba como si estuviese edificado sobre arena. Se olvidaba el ámbito religioso, había una sutil exaltación del propio ego, contaba solo la propia  individualidad, había que realizarse y triunfar. Los servidores del Reino, no obstante, no habían perdido la serenidad, parecía como si estuviesen indiferentes a esta situación, se adormecían mientras esperaban turno, el que les tocase, según un programa establecido, muy bien trazado. Tal actitud, aunque aparentemente correcta, escondía a veces una enorme apatía y pereza.

El Señor era muy consciente del fenómeno, Él, que no “pasaba” de nada que fuese importante para la humanidad, sufría mucho. Un día se le acercaron unos jóvenes y le dijeron satisfechos:

- ¿Sabes, maestro? todos los fines de semana vamos a un suburbio que no tiene campos de deporte, ni locales cívicos, ni espacios recreativos. Nos reunimos con los chavales al salir de la escuela y en un solar, que aún no está edificado ensayamos representaciones teatrales, cantamos música folk, organizamos danzas tradicionales y bailes de salón... Todos están muy contentos ya que, como dicen y repiten, hasta que llegamos nosotros nadie hacía nada en el lugar. Todo esto como sabes es utilísimo para que aprendan a ser tolerantes, para que se preparen para ser adultos que vivan en buena vecindad y en democracia, respeten el medio ambiente... Pero, pones una cara…¿Te gusta o no te gusta lo que te he explicado que hacemos?

Aquellos jóvenes se habían educado en los mejores colegios religiosos y se habían formado en instituciones de la misma categoría. Ahora pretendían enseñar a respetar la naturaleza, a no tirar los plásticos por el suelo, a no dejarse perder ni el carnaval ni las fogatas de las verbenas. Decían que todo esto constituía la mejor riqueza cultural del pueblo...

El Señor notaba una lucha interior que lograba dominar a duras penas, aunque se le notaba la indignación que hervía dentro de sí. Tanto sufrir, tanto andar, tanto enseñar buena nueva, para que llegara un día en que solo se apreciasen unas correctas normas de conducta social. Si Moisés en el Sinaí había roto las lápidas de la ley, Él de buena gana hubiera roto la cruz y se la hubiera entregado hecha astillas, para que encendieran el fuego de la noche mas corta del año, la del solsticio de verano, es decir, la noche de San Juan, como a Él le gustaba llamarla sin remilgos.

Pero pensó el Señor que no había para tanto. De hecho, aquellos jóvenes no tenían la culpa, eran otros los que les habían ocultado los motivos últimos que debían esconderse en cualquier actividad. No conocían aquellas empresas, aquellas organizaciones, por las cuales sí valía la pena trabajar, luchar, morir, pues sus pretensiones eran muy grandes, casi infinitas, de aquí que valiera la pena una dedicación total.

Prefirió, en esta ocasión, explicarles unas anécdotas, para que se diesen cuenta de que hacían el ridículo, ante la mirada atenta de los de arriba (los hombres construyen telescopios para ver muy lejos, pero nunca llegan al infinito. Los que existen en el infinito, en cambio, miran sin dificultad, son lúcidos, nítidos y ven todo lo que pasa aquí abajo).

- Un día un amigo me enseñó una antigua moneda de una peseta, el ejemplar era muy curioso. No era  de plata como todas las de su tiempo, sino de platino. Era, en  sentido técnico, una falsificación. Alguien, que desconocía el valor del metal que tenía entre manos, acuñó una moneda que imitaba la de la sencilla plata. Mi amigo, orgulloso por supuesto, como buen coleccionista, de tener una pieza tan singular, se reía de aquel que había desdeñado el platino, haciéndolo pasar por plata.

Ahora os explicaré otra parecida y más próxima a vosotros. En un banco de la capital guardan un billete de cien pesetas dibujado a mano, lo había recogido un cajero al que se lo habían entregado, solicitando cambio en moneda menuda. El billete en sí era falso, pero ahora, puesto en un marco, luce en una pared de la entidad bancaria. Todos se admiran de aquel trabajo tan bien hecho, tan laborioso y efectuado sólo para conseguir cien pesetas, cantidad que no era grande aunque el hecho ocurriera hace unos años. (1)

(1) Aunque parezca extraño, los dos ejemplos corresponden a una realidad no muy remota; la moneda me la enseñó el señor L-G y el billete está en un banco de Barcelona.

Vosotros, con los proyectos que me habéis explicado, me hacéis pensar en lo que os he referido, en la estupidez de aquellos falsificadores, en una palabra: me dais pena.. Buscad el Reino, salvad al hombre hambriento, enfermo, solitario. Dad amor, visión trascendente de la vida y la existencia, luchad por la justicia, denunciad la corrupción y la opresión del pobre, anunciad un mundo mejor, fruto del esfuerzo humano, de la Fe y de la Gracia. En una palabra: ¡propagad el Evangelio! Esto es la que os debe entusiasmar y a lo que debéis dedicar vuestros anhelos. Todo lo otro: las paredes limpias, el papel reciclado, el vidrio reutilizable o las tradiciones populares, revivirán entonces por añadidura.

Además entonces vosotros seréis bien vistos en mi Reino y después mejor recibidos, aunque ningún programa de TV de vuestro barrio se haya preocupado de grabar vuestras actividades y vuestros ensueños. Si obráis así, seréis ahora y siempre mis amigos, mis discípulos, mis apóstoles, tal como lo fueron los primeros que me escucharon y siguieron.