El ballet

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

La TV transmitía desde Viena un ballet, concretamente “Mi vida es todo amor”. La música, que era de Joseph Strauss,  estimulaba el movimiento de los bailarines. Hubo un momento especialmente encantador: una bailarina en primer plano se movía como si nada, excepto la música, interviniese en su cuerpo. El vestido largo hasta los pies, de seda violeta, estilizaba aún más su esbelta figura. Se elevaba como si no pesase, se movía como si su cuerpo fuese totalmente dúctil y elástico. El color del vestido y la sonrisa de su rostro eran el complemento de una imagen de bella armonía. La música lo era todo pero, no obstante, la satisfacción que sentían los que miraban el televisor era fruto también de la complacencia por la visión de las figuras humanas. Todos  estaban fascinados. También el Maestro se sentía feliz. Fue Él el primero que habló de inmediato al acabar la pieza musical.

- Nada hay más semejante a un cuerpo resucitado, a un cuerpo glorificado, que un cuerpo que danza. Lo entenderéis mejor si os lo explico.

En el Reino eterno la música es la gracia, los bailarines son los hombres y mujeres que se dejan llevar por esta excelente sinfonía. Disfrutan de verdad, son totalmente felices.

El director de orquesta es mi Padre y la coreografía se ha elaborado a lo largo de los siglos: es la historia gloriosa de la Iglesia. Como han sido perdonados, nadie desafina, todos lo hacen bien.

Así como habréis observado que ninguno de los miembros de la compañía de ballet era exactamente igual a los demás (diferentes eran los vestidos, los peinados o las fisonomías, pero el conjunto era maravilloso), lo mismo pasa con los santos, no hay dos que sean iguales, ya que a la voluntad de mi Padre, han dado cada uno una respuesta personal y única.

Por otro lado no hay allí gravedad ni ningún otro impedimento, todo es agilidad, belleza y gracia.

Mientras veía moverse a aquella joven, pensaba en lo que había dicho mi amigo: sí, la bailarina glorificaba con su cuerpo a mi Padre. (I Cor.6.20)