Los conciertos de Brandemburg

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Uno de los amigos que no siempre les acompañaba pero al que se encontraban con frecuencia y hacía buenas migas con todos, apareció un día radiante, sus ojos parecían bombillas encendidas, el entusiasmo le envolvía como el sudor empapa después de un ejercicio físico.

   Apresuradamente y a borbotones, explicó a todos lo que le había ocurrido. En su familia un éxito aparentemente fortuito e inesperado había cambiado para bien la convivencia. De ahora en adelante no tendrían dificultades económicas y la unión familiar iba aumentando. Sin duda, Dios había entrado en su familia y había hecho de las suyas...Y como siempre ocurre, las había hecho bien.

   Todos escuchaban complacidos y contentos, pero él añadió al cabo de un rato:

   - Cuando venía hacia aquí trataba de rezar. Buscaba una plegaria para irla repitiendo, una oración de acción de gracias y no he sabido encontrarla. He puesto la radio entonces y se escuchaba música de Bach, concretamente uno de los conciertos del Brandemburgo y me he sentido feliz al escucharla. He tratado de pronunciar una oración, pero notaba que eran palabras vacías, simples articulaciones de la boca, que no salían de mi corazón, en cambio aquellos acordes del clavicémbalo, de la flauta o del violín, aquellos sonidos, los sentía como míos. Quería agradecer y no sabía hacerlo, me sentía culpable de no tener presente a Dios, ahora que sentía una tan gran deuda de amor hacia Él.

   - No te preocupes -le dijo el Señor- No tienes que explicar nada más, lo que te pasa es que  estás acostumbrado a la oración intelectual, rellena de palabras y conceptos. La oración del corazón frecuentemente es pobre de ideas y pródiga de sensaciones. Más que con palabras, se expresa con latidos del corazón, más que deducciones filosóficas es sonrisa y canto.

   En el Reino de mi Padre se dice que se cantan himnos, que suenan instrumentos, que hay encantadoras danzas... A ti se te ha dado la oportunidad de probar el misterio de la inmensa alegría, sin ir acompañado de un vademécum de erudición ascética. Ya lo dijo un salmista “cambiaste mi luto en danza, me desataste el sayal y me has vestido de fiesta, te cantaré con toda el alma sin callarme,  Señor; Dios mío te daré gracias por siempre “ (Salmo 30 12-13).