El pantano

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Los torrentes son inseguros, tan pronto un día arrojan agua a empujones que estropea los contornos, como se secan de repente. Los riachuelos, que dependen de los torrentes, también son inseguros. Teniendo en cuenta todo esto, los hombres, que desean gozar de  agua en todo tiempo, construyen pantanos. El agua, en los embalses, está a disposición de los poblados, independientemente de la meteorología. Aun así, antes de que llegue al consumidor, es necesario que, en la paz de unos depósitos, se decanten el polvo, los limos, todas las partículas sólidas de mayor volumen. Y de estos depósitos el agua sale limpia y cristalina. Pero antes de consumirla se analiza. Si contiene parásitos deberá filtrarse, si se observan bactérias perjudiciales, le añadirán cloro. El análisis debe de ser meticuloso, pero no es preciso que se haga con morbosidad. Quiero decir que si el analista encuentra un determinado número de colibacilos, deberá eliminarlos sin que por ello tenga que pensar en si proceden de excrementos humanos o tienen otro origen. Si encuentra restos de grasas extrañas, deberá suprimirlas, sin necesidad de descubrir si proceden del cosmético de una bañista o de un garrafón de aceite de oliva que se desprendió de un transporte de mercancías.

-Lo que el hombre hace con el agua que va a incorporar a su organismo debe hacerlo con su conciencia, si quiere viajar por la vida en paz y bien.

-El pantano es el silencio, la paz interior buscada. Los depósitos y los análisis son los retiros y el examen diario de conciencia. El examen debe ser minucioso pero sin morbosidad, que lleva a un cierto orgullo, a creerse que uno es grande en el pecado. Los filtros son los preceptos. El cloro, el arrepentimiento, el propósito de la enmienda y la oración.

Así les habló el Señor un día a un grupo muy amigo de grandes entusiasmos, de muchas efusiones de amor, de mucha propaganda, en una palabra: de mucho cuento. Se sentían muy satisfechos de su proceder, olvidando infidelidades de las más elementales, egoísmos finos, obligaciones fundamentales. Vivían endiosados de sí mismos, sin querer reconocer su poco valer y el poco fruto que daba su empresa digámosle mística, para el bien de los hombres. Muy majos, muy majos eran, pero bien mirado, enormemente inútiles.