El cuclillo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Una chica hablaba muy afligida a sus amigos de la triste experiencia por la que pasaba.

Era una chavala que se había incorporado al grupo aquel verano y había encajado muy bien. El descubrimiento que hizo de la vida del equipo cambió de tal manera su vida que decidió, al empezar el nuevo curso universitario buscar compañeros, alquilar un piso y vivir juntos según aquellos ideales fascinantes que había aprendido del Señor. Encontró gente entre los miembros de una asociación, eran suficientes para llenar el piso y se instaló en la capital llena de entusiasmo.

Todos habían aceptado las reglas: el piso debía ser un núcleo concentrado de los ideales enseñados por el Maestro. Cada uno debía aportar algo, de manera que aquella mezcla de muebles y cacharros de diversas procedencias, tenía un cierto encanto. Había que compartir la propiedad, el dinero que uno tenía, las limitaciones de los diversos horarios y hasta los medios de transporte. Todos estaban de acuerdo y la tolerancia debía ser el complemento del ideal radical del compartir.

El planteamiento estaba en teoría muy bien hecho, pero en la práctica no dio los resultados apetecidos.

Había una chica que siempre llegaba muy tarde, demasiado para preparar la comida y así que se acababa todo lo que encontraba en la nevera. Por la mañana, como debía coger el autobús a toda velocidad, no podía hacer la limpieza de su dormitorio. Al mediodía siempre se encontraba con alguien deprimido al que ella debía ayudar y comía, tragaba más bien, en un momento y dejaba los platos sin lavar para que lo hiciese quien no estuviese tan ocupada como ella. El dinero... Bueno, siempre tenía los bolsillos vacíos y debía a todo el mundo. Vestía según decía de rebajas, pero su armario estaba lleno de ropa que no necesitaba y su atuendo lo formaban siempre modelitos encantadores. Fumaba ¿ quien podía negarle este pequeño vicio? Tan ocupada como estaba siempre necesitaba estos pequeños objetos combustibles que la relajaban. Claro que este pequeño vicio era de la marca americana más cara y, además, no lo compraba en el estanco, pues según ella siempre estaba cerrado; en cambio, en el bar, aunque fuera más caro, estaba abierto a todas horas…

- Maestro, lo que hacemos ¿es compartir o hacer el primo?

El Señor había acercado la cabeza de aquella chica cabe sí y la chica sentía una gran satisfacción y notaba una paz interior muy grande, se sentía feliz aunque todavía no le había respondido nada. Él empezó alejándose un poco, y rodeando con sus manos aquella carita de ojos redondos rebosantes de alegría, le dijo:

- El cuclillo es un pájaro muy común en nuestros bosques, aunque tú seguramente nunca lo habrás visto. La hembra, en llegando la época de poner sus huevos, escoge el mejor nido que encuentra por el bosque, de cualquier pájaro, el mejor colocado, el que goce de una mayor garantía, el más parecido al que ella haría si quisiera trabajar. Aprovecha un momento de ausencia de la pareja progenitora de la puesta y deja un huevo suyo en el nido, a veces se permite incluso la libertad de tirar al suelo un huevo de los otros, a fin de que al nacer el alimento llegue a todas las crías y ninguna pase hambre, sobre todo su hijo, que hay que advertir que crece mucho y muy deprisa. El cuclillo es egoísta pero a este proceder él lo llama compartir con la naturaleza, compartir con los otros pájaros el nido.

El cuclillo nunca cambiará, es cosa notoria y el bosque lo acepta con resignación. Pero tu compañera no es ningún animalito. Hay que hablarle claro aunque aquí cabe el dicho popular: ¿Quien le pone el cascabel al gato?

Si no hace caso, dejadla sola un tiempo, completamente sola, que experimente las consecuencias de pensar solo en sí misma (primero yo, después yo y siempre yo). Hay que ser duro a veces y es mejor que experimente ahora que es joven la maldad de su proceder. Por ser joven todavía la perversidad no está  enraizada, debe descubrir las consecuencias de su egoísmo y quizá así cambie. Tal vez pueda darse cuenta de que la generosidad en vez de  empobrecer, su consecuencia es un enriquecimiento personal muy grande. Si sois condescendientes con ella, vosotros sufriréis inútilmente y ella continuará atolondrada y egoísta para siempre.

Y para que no seas tú sola la que el lunes le hables de esta forma, no te preocupes; yo estaré contigo y en ti. Tienes que ser responsable en todo, ya que fue tuya la idea del piso. Yo, que te he escuchado con interés, quiero continuar ayudándote y estaré a tu lado.

Había tanto amor como evidencia en aquellas palabras y nadie se atrevió a decir nada, hasta que después de un corto silencio, la chica se echó a reír y los demás con ella.