El coche de segunda mano

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Un chico se quejaba ante el Señor de la decepción que había tenido con una chica. No hacía mucho que se la habían presentado, pero desde el primer momento le había robado el corazón. Su amor era maravilloso, su encanto le había transportado a otro mundo. Pero de repente todo se había acabado. Una pequeña desconfianza, un insignificante detalle captado en una conversación, una pequeña dificultad de nada, había descubierto una interioridad de egoísmo insoportable.

El Señor, acogedor y comprensivo como era siempre con los afligidos, le dijo:

- Si un día quieres comprar un coche de segunda mano, ¿no es así que no te conformas con mirar la pintura de la carrocería o el tapizado de los asientos? Que estos detalles estén bien conservados pueden aumentar el atractivo del vehículo y el que pretende venderlo lo sabe. Pero si tú quieres que la compra no sea un fracaso, deberás llevarlo a un mecánico de confianza, no fuera que habiendo limpiado los exteriores siempre, el propietario se hubiera olvidado de cambiar los filtros, de renovar el aceite, y cuando estabas pensando en que el coche era una ganga, resultara que los cilindros estaban rayados, los cojinetes bailaban de desgaste y para entrar las marchas hubiera que probarlo 37 veces antes de acertarlo.

Con la gente mayor pasa lo mismo: lo importante es el interior; la modelo más hermosa, el galán más gallardo, pueden ser insoportables e intratables y dándose uno cuenta de que solo son atractivas fachadas, que se han hecho dioses de sí mismos.

Amigo - continuó el Señor - que te aproveche la experiencia. Y no te desesperes, el mundo está lleno de chicas generosas, de mujeres que saben consolar olvidándose de sí mismas, que aman de verdad y con su alegría inmensa alegran  su entorno, que acompañan dulcemente en los momentos de éxito o de fracaso y además de que tal vez sean bonitas. Solo hay que descubrirlas y a eso no te ayudaré yo, te bastas a ti mismo.

Únicamente al niño o a la niña puedes mirarlos sin observarlos, solo a la criatura puedes dejar que se introduzca en tu intimidad sin precauciones, únicamente los niños no saben disimular y son tal como saltan a la vista, sin ningún trasfondo equívoco.

Me dan pena las personas simpáticas, majas, listas, que se aprovechan de sus cualidades y no se esfuerzan en fomentar virtudes: fidelidad, coraje, estudios, trabajo. Temo por ellas, no por mí, ni por vosotros. Pueden ser enemigos momentáneos, fugaces rivales, pero pronto ellos mismos se hunden y caen en cualquier vicio, para ser enseguida olvidados o evitados.