La culebra y el ratón

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

      En casa de un amigo vieron un espectáculo insólito. En la antigua jaula de un canario donde todavía quedaban en la arena restos de la comida del pájaro que la había habitado, el amigo tenía encerrada una serpiente.

      La enseñaba al Maestro, el cual con curiosidad miraba al animal que descansaba inmóvil. Los comentarios que se hacían eran los acostumbrados, que cómo la habían cogido, que si podía vivir en cautividad, que qué comía... entonces el propietario dijo:

      - Os enseñaré lo que come, pero, os aviso a los que tengáis la sensibilidad a flor de piel que no miréis...

      Trajo un ratón y lo metió en la jaula. La culebra, al principio, no se inmutó; el ratón se movía como si aquello fuera una pista de carreras, se subía por las paredes, se paraba, se encaramaba al techo... La serpiente se despertó e hizo un rápido movimiento de ataque; el ratón, asustado, se escapó, se paró de nuevo, comió un grano de alpiste y volvió a correr. La culebra, con parsimonia, movía de cuando en cuando con agilidad su cabeza y el ratón huía, volvía a comer y volvía a correr. Finalmente fue atrapado y tragado entero. El espectáculo no era para verlo mientras se hacía la digestión; tenía razón el amigo al avisar.

      Al atardecer, antes de irse a dormir, lo comentaban. Lo que más les chocaba era la voracidad del ratón, el cual aun encontrándose cerca de la muerte, no hacía más que comer... Entonces, el Señor les dijo:

      - Lo lleva en su cerebro; los científicos dirían seguramente que está escrito en sus genes. No se puede hacer nada. Es un proceder estúpido, lo que pasa es que este roedor no tiene conciencia; lo triste es que es también así el proceder de algunos hombres. El ratón podía haberse quedado quieto y mordisqueando de una manera insistente, hubiera abierto una agujero en la madera y haberse salvado del reptil.

      El hombre, atrapado por la biología que le conduce a un fin inexorable, puede librarse del fracaso haciendo el bien, amando, mirando esperanzado la muerte. Pero vemos hombres que no piensan más que en poseer, que no ven, o no quieren ver, que el poseer no tiene sentido si no es en provecho de los que más lo necesitan.

      No seáis ratones, sed como aquel naranjo que nos ofrece sus frutos sin semillas y que ha elaborado únicamente para nosotros, ya que si no nos las comemos tampoco las aprovechará la planta. Esta naranja es toda ella bondad, un don de la naturaleza completamente para nosotros. A este árbol generoso se le ha dado la oportunidad de entrar en nuestro organismo y hacerse tejido nuestro. De igual manera el alma generosa entra en el Reino de mi Padre por su bondad.

      Vosotros haced como el naranjo, gozaréis de una eternidad feliz; pero si hacéis como el ratón, series unos pobres insensatos.