De nuevo el regalo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

       Llegó el día en que tuvieron un rato libre y le recordaron al Maestro que les tenía que hablar largo y tendido de cómo se debe regalar. De buena gana y en seguida empezó la explicación.

      -Lo haré contándoos una historia:

      En la cama de un hospital yacía un chico, su enfermedad tal vez era incurable. El diagnostico, sin ser fatal era, por su imprecisión, muy grave, sufría grandes trastornos en una rodilla. Unas imágenes radiográficas no suficientemente claras y una gammagrafía muy expresiva aumentaban una incertidumbre preocupante. Por muy profesional que se sea, una tal situación en un chico joven, lleno de una vitalidad aparente, mezclada con momentos de brutal decaimiento, conmueve a cualquiera. Por eso, en las sesiones clínicas o en los ascensores, todos hablaban de él.

      Alguien, seguramente una auxiliar en período de prácticas, se enteró de que el chico pronto iba a cumplir dieciséis años.

      Nuestro chaval había pensado siempre en esta edad de una manera casi mítica; se había imaginado estudiando asignaturas importantes, aprendiendo idiomas con estancias en el extranjero, un amor más estable, tal vez un poco de independencia económica gracias a una beca, etc. Cumplir dieciséis años era su gran ilusión. Y los dieciséis años eran, ahora, vivir una gran decepción. El estaba allí, estirado en una cama, de cara a la ventana que, por la altura del piso y por la ubicación del centro hospitalario, ni siquiera le permitía ver el paisaje ni distinguir con nitidez a las personas que deambulaban por la calle.

      Ni su familia se acordaría de su cumpleaños...

      La chica que había descubierto que era el de su aniversario dio la voz de alerta y se movilizaron todos en el hospital; desde la superiora de la comunidad religiosa hasta el último encargado de la limpieza, desde el director gerente hasta la novata asistente social. El día señalado, cuando revisiones, análisis, limpieza, visitas médicas, administración de medicinas, todo, todo se cumpliese,  entonces sería cuando cada uno le llevase un regalo personal. Nadie debía hablar de ello, iba a ser una sorpresa para el joven, a quien querían alegrar y divertir  uno por uno. A demás, se impusieron como condición que el regalo tuviese un valor crematístico modesto, nada de exhibiciones monetarias que apocan al que las recibe y humillan a quien no las puede emular.

      Y llegó el día y el momento. Si queréis darle teatralidad podéis oír en vuestro interior la marcha de nupcial de Mendelssohn o el coro de peregrinos del Lohengrin de Wagner...para él no hubo acompañamiento musical; la gente se acercaba individualmente desde sus gabinetes profesionales.

          *El médico radiólogo, que era quien con más detenimiento había mirado las placas, tenía un hijo que estudiaba alemán en Austria; cada vez que daba una mirada a  aquellas pruebas del chico del hospital no podía evitar pensar en él. ¿Y si le pasara lo mismo? Pensaba: ahora vendrá la amputación, después la quimioterapia, le caerá el pelo, le decaerá el ánimo... tomó la decisión de ir de madrugada y llevarle un alegre sombrero tirolés diciéndole:

      -Creo que uno de los encantos del regalo, es el lazo de amor que puede crear si pasa de uno a otro. Este sombrero me lo ha enviado mi hijo, yo lo estrené un día que fui a cazar; ahora te lo pondrás tú, después... ¿A quién lo regalarás? Los lazos de amistad se habrán ensanchado, disfrútalo; acuérdate de mi, de mi hijo y de aquel bello país donde lo han fabricado.

      * Una supervisora de planta que se creía muy importante (aunque todos la conocían por su fino egoísmo), en seguida que supo la noticia, afirmó:

      -El regalo es una cosa simbólica y hay que tener mucho cuidado, si no uno cae en el mercantilismo consumista.

      De manera que fue al jardín, cogió una hoja de higuera y, con un pincel de laboratorio y pintura de yodo, escribió: ¡Felicidades! Orgullosa fue a dársela y, educadamente, el chico  lo agradeció...

           *Había un médico sudamericano que hacía prácticas en el hospital; era joven y soñador. Quería que el chico guardase un recuerdo de él y entró con un kit de aeromodelo con control remoto por radio, diciéndole entusiasmado:

      -Mientras no te permitan salir de aquí hazlo volar en el helipuerto del hospital; irás aprendiendo algo del timón de dirección y del de profundidad, del tren de aterrizaje y del efecto Venturi en las alas...

      El chico no había imaginado nunca poder tener un avión de esta clase pero no le pudo decir nada, ya que el médico, un poco acomplejado por aquello de ser extranjero, se escurrió rápidamente.

     *En la administración había una administrativa de les fondos administrados por un administrador que nadie sabía qué hacía en realidad, pero que era una metomentodo y siempre quería relucir. Aquel día se presentó cuando el chico estaba solo y, con cara de duda, como si le hubiera pasado alguna tragedia, le explicó los intríngulis por los que había tenido que pasar hasta encontrar una cosa que le pudiera ser útil; lo explicaba como si buscar un regalo fuera una cosa tan penosa coma buscar la caja negra de un avión caído al mar. Después de tantos preludios, le entregó una gran maleta de los tiempos del Orient Express; a la fuerza todos la verían, ya que no cabía ni en el armario; además iba dedicada y firmada en el lugar donde se tenía que poner el nombre y dirección del propietario.

      *Había una enferma anciana que sufría una insuficiencia cardíaca que no podía corregir ni un marcapasos grande como un castillo, que todo el cuadro médico esperaba que de un momento a otro no le hiciesen efecto los medicamentos y que se durmiera "en la paz de los justos", ya que esta mujer tenía la bondad de los santos. Encargó que le sacaran dinero de la caja de ahorros; quería regalar al chico un cartón de tabaco americano; de la marca que tanto le gustaba a su nieto. Aunque le dijeron que el tabaco es malo, que en el hospital estaba prohibido fumar, que no le dejarían ni probarlo, etcétera, ella les dijo que su nieto tenía la misma edad, que medio a escondidas de sus padres fumaba y escogía siempre esa marca... estaba segura que a él también le gustaría.

      Cuando se lo llevo, había un médico delante que hizo una señal elocuente al chico. Él, rápidamente, rompió los precintos, cogió un paquete y empezó a abrirlo. La buena mujer, feliz, ya había salido cuando el chico volvió a meter el cigarrillo en su lugar, muy conmovido por el gesto de esta bondadosa abuelita...

      *Hubo una chica que no apareció aquel día, aunque le iba a ver con frecuencia y siempre le llevaba muchas cosas de toda clase, de tal manera que -lo había dicho- el chico se sentía incómodo cuando ella llegaba. Tenía la impresión de que le quería comprar con sus obsequios, pero, ¿qué podía hacer? A veces pensaba que quería atraparlo en una especie de enamoramiento absorbente, así que su ausencia, aquel día, le supuso un descanso espiritual.

      *Al atardecer, en silencio, entró una monja muy discreta. Era una mujer mayor y, con ternura, le dijo:

      -Yo ya sé que tú no rezas nunca como yo, no eres de mi generación. Tú, cuando rezas lo haces a tu manera; pero estoy segura de que te gustará este rosario que te he traído. Era de mi padre y lo recibió de un fraile que lo había hecho él mismo con los huesos de las aceitunas del huerto de Getsemaní. Ayer, cuando las monjas comentábamos lo que te debíamos regalar, yo les dije que disponía de esto que tiene más de cien años, que era un recuerdo familiar y que hasta lo había utilizado yo en tiempos de la guerra. Toda la comunidad estuvo de acuerdo que era el mejor regalo que te podíamos ofrecer; ya lo ves, está cargado de oraciones y, cuando lo mires, piensa que continuamos rezando por ti. La superiora ha querido que fuese yo, por ser la más vieja, quien te lo trajese.

      La buena mujer le dio un beso, aunque las "constituciones" no lo admitían. Y el chico, con las lágrimas en los ojos, se lo devolvió, dándole mucha vergüenza de que lo viesen llorando...

      *En la habitación de al lado había una niña que seguía un tratamiento muy largo. Casi no se conocían, ya que podía salir muy poco de su habitación y lo tenía que hacer en silla de ruedas.

      Era pequeña, estaba rodeada de juguetes. Su tía le explicó que a su vecino de hospital le ofrecían una fiesta de cumpleaños y por eso iba a recibir regalos. Ella dijo que también quería ir. Cogió la muñeca más grande que tenía y, tímidamente la dejó a los pies de la cama del compañero, sin atreverse a decirle nada. El chico quiso agradecérselo y la llamó, pero ella dijo que no, que no; parecía que quería llorar... En llegando a su habitación preguntó si le había gustado:

      -Como era tan alto tenía que darle la muñeca mas grande...

      *Se preguntó a la gerencia del hospital si quería participar. Muy educadamente, y por escrito, comunicaron al jefe de medicina interna que la empresa tenía el criterio de no hacer obsequios, excepto los llamados "regalos de empresa" y en los días de costumbre, por ejemplo en Navidad. Por tanto el director gerente, al cual le pareció muy bien la iniciativa del personal sanitario, docente, técnico y auxiliar, consideró más adecuado no tomar parte en ninguna idea que, seguramente establecería precedentes enojosos.

      La institución económica no podía expresarse de otra manera. A nadie le extrañaba y, como ocupaba unos anexos del edificio principal, no provocó ninguna interferencia en el proyecto.

      *Nadie se había acordado de la cardióloga. El chico no tenía problemas con el corazón, aunque ella le había visitado más de una vez.

      La gente, al darse cuenta del olvido, se lo fue a explicar  pidiéndole excusas por no haberla avisado antes. Pero ella no dio ninguna importancia al descuido, ya que siempre tenía una buena provisión de cosas en su armario aptas para estas situaciones. Apareció en seguida con un despertador sonoro, así no tendría que encender la luz por la noche para saber la hora; además, como daba las horas en inglés, le serviría para hacer prácticas de esta lengua.

      *El encargado de compras, como era costumbre en él, hizo como si nada oyera. Él, por sistema, estaba en contra de todo lo que supusiese desembolso, había que aceptar la realidad, el regalo siempre enmascaraba la verdad. ¿Estaba enfermo? Pues que lo aceptase. ¿Tenía que seguir un tratamiento molesto? Pues que se preparase. Obsequiar era engañar... Todo el mundo sabía en cambio que se apropiaba de lo que podía y el hecho de regalar suponía abrir un agujero que disminuiría su pequeño capital, una pequeña fortuna que nadie sabía donde iría a parar, pues estaba en la vida completamente solo.

      *El jefe del laboratorio de análisis era un hombre entregado totalmente a su labor. Le pareció que era una idea excelente. Él, por desgracia, había dejado atrofiar su imaginación y solo entendía de resultados de reactivos, de placas, de microscopios electrónicos, de cromatógrafos, etc. Así pues se le ocurrió meter una suculenta cantidad de billetes en un sobre, nadie supo cuantos, y se los hizo llegar sin ni tan solo acompañarlo del nombre del remitente. El auxiliar que se lo llevó le confesó al chico quien se lo enviaba; este se lo agradeció sinceramente, ahora conocía la filantropía de este buen técnico.     

      *Un anestesista, al conocer la iniciativa, dijo seriamente que se tenía que tener más profesionalidad, que un hospital moderno no era una institución benéfica, que el enfermo era puramente objeto de estudio y proyecto de curación, que los lazos afectivos no hacían otra cosa que dificultar, y a veces modificar, erróneamente el diagnóstico. Que él, en nombre de su oficio y de su responsabilidad, no quería saber nada del proyecto.

      *Lo que le regaló el capellán solo podía hacerlo él. En este caso se aprovechó de las confidencias del joven y le dio una sorpresa pero sin traicionarle.

      Resultó que el chico le había explicado que deseaba recibir pronto un paquete de su casa, en secreto le había dicho que pronto seria su cumpleaños y que había encargado unos recuerdos de su pueblo para repartírselos a todos. El capellán, enterado de lo que se preparaba en el hospital, le dijo que no se preocupase, que tenía que ir por aquellas tierras a encontrarse con un compañero y que pasaría a recoger el encargo. El chico no le quiso dar detalles del contenido y él tampoco se lo preguntó; al capellán se le ocurrió una idea luminosa que debía realizar como una sorpresa para que gozase de su valor total.

      Llegó al pueblo, recogió el paquete y llamó a algunos jóvenes y les explicó la iniciativa que tenían los del hospital. El regalo del capellán fue llevarle a dos amigos compañeros de clase y dos chicas de la asociación, una de ellas, por pura casualidad, era la que había sido, hasta que salió del pueblo, su secreto amor. De paso, recogió una “polaroid” y compró dos packs de película. Con seguridad habría más de una máquina de retratar, pero quería que le quedase una imagen entrañable e inmediata del encuentro.

      La reunión en la habitación del hospital fue apoteósica, emocionante y ruidosa. Solo el capellán fue consciente de cómo se volvió colorada aquella chiquilla y de la mirada de agradecimiento del chico. Poco después la chica se dio cuenta de todo y miró furtivamente al capellán. Nunca había habido tanta charla en una mirada silenciosa, solo los ojos expresivos y las vergonzosas lágrimas dijeron todo el agradecimiento que sentía.

      El capellán, como si no pasara nada, sacó la “polaroid” y  la entregó para que hiciesen fotografías y los otros compañeros de clase las pudiesen ver. Después dijo disimuladamente que conservase una en un libro que le había traído él como regalo. Tal libro, muy bien presentado, no tenía ni título ni contenido, estaba destinado a ser, a partir de aquel día, el carnet de notas, el consolador y el confidente, el estimulo de superación, el acicate de la plegaria, de aquel chico. Es tan rica la utilidad de un libro que tiene todas sus páginas en blanco... Le volvió a decir que al libro le hacía falta que tuviese una fotografía, y él sabía muy bien cual iba a poner...

      De una manera discreta, el capellán salió de la habitación.

       *Había un hombre empleado de una compañía de seguros que no tenía nada que ver con el hospital, pero que todos los días iba aunque nadie sabía concretamente qué es lo que pretendía hacer. Llegó, como siempre aturdido, sonreía a todo el mundo, no dejaba de saludar a nadie por lejos que estuviese, pero él iba a lo suyo, lo que provocaba que cayera en equivocaciones de campeonato. Oyó hablar de lo que preparaban para el chico y fue en seguida a informarse y preguntó:

       -¿En qué almacenes ha hecho la lista?

       -¿Que lista? -le dijeron

       -La de regalos -respondió.

       -Pero ¿para qué  tenía que hacerse una lista?

       - No lo sé, es lo que se hace siempre. En la oficina, cuando alguien se casa, o se le hace un homenaje, siempre hay una lista, así no se encuentra con seis cafeteras sin ningún juego de tazas, o con quince ventiladores sin ni una sola estufa...

       -No, el chico no ha hecho ninguna lista, ni siquiera sabe que le haremos regalos. Si hubiese echo una lista se hubiera perdido el encanto y nosotros ahora no tendríamos esta ilusión.

       -Eso de las ilusiones está pasado de moda, hay que ir a lo práctico.

       Como no sabían cómo huir de la situación le dijeron:

       -Mira chico, vete a hablar con la gerencia...

       Se fue confundido. Y todo el mundo quedó satisfecho de que se alejara.

       *Había una visitadora de enfermos que era una mujer histérica. La enviaba una asociación benéfica, pero todos suponían que la asociación le había encargado el trabajo para alejarla de sus fines propios. No tenía sentido de la proporción ni de la oportunidad. En esta ocasión mandó traer una gran planta tropical que no pudieron entrar en la habitación a causa de su gran altura y que se murió en seguida, ya que el hospital no tenía invernadero y la fiesta se celebraba en plena temporada fría.

       *Una auxiliar de clínica, de pocos medios económicos, dijo que no podía comprarle nada, que la paga le llegaba justo para vivir, pero que buscaría la manera de unirse a la fiesta. Dijo que le tocaba guardia una noche, cosa que no era verdad, y aprovechó para tricotar un bonito casquete de veinticinco colores. Se lo llevó y le dijo:

            -Esto te lo pondrás en invierno cuando vayas a esquiar.

      ¡Qué detalle el de esta mujer! Se había sacrificado y además, con su regalo le infundía esperanza...

      *El paquete que le había llegado del pueblo contenía unos pins los primeros que se habían hecho en aquella población y que él había encargado con sus ahorros para repartir entre la gente del hospital, en aquella fecha tan importante para él. Resultó que los camaradas del Instituto quisieron, por suscripción, abonar los gastos, y encargaron también un banderín bordado con el logotipo del pin, para que lo colgase en la cabecera. Inicialmente sus compañeros lo colocaron así, pero enseguida lo quiso guardar muy bien guardado; una cosa tan pequeña estaba demasiado llena de valor espiritual para que pudiera perderse...

      Aquel día no hubo sesión clínica,  y nadie -ni siquiera el jefe de sección- fue capaz de concentrarse. Y para hablar del chico la única cosa que se les ocurría era reunirse en su habitación y hacerle alegre compañía...

      El Señor quedó en silencio. Había ido desgranando la narración con entusiasmo. Se notaba que la tenía preparada, pero que había improvisado añadiendo algunas cosas. Tenía razón, se necesitaba un rato libre como el de aquel atardecer que lloviznaba, protegidos sin prisas bajo aquel abrigo rocoso.

      Los amigos estaban en silencio; todos recordaban, comparaban, establecían preferencias... Finalmente, la reflexión más íntima era evidente: debían aprender el arte de regalar, un arte que nunca nadie les había enseñado en ninguna escuela, al que nadie dedicaba ningún cursillo.

      (Estos ejemplos no se han escogido al tuntún, esconden cada uno de ellos actitudes de generosidad o de egoísmo, es decir, cada uno tiene su enseñanza peculiar. El lector con toda seguridad, sabrá descubrirla)