Sonata para violín y piano

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Quería decir el Señor unas palabras a los enamorados. Quería decírselas a aquellos que se aman y que quieren amarse siempre, a aquellos que quieren vivir amando. Y deseaba para ellos la felicidad que sentía Él en lo más profundo de su corazón. El momento oportuno fue un día que estaba entre los amigos una pareja de novios que conocía bien y por eso les dijo:

-Los enamorados no han de pretender ser iguales entre sí, ni hacerse idénticos. El ser humano es como un instrumento musical. Seguramente habéis oído todos alguna sonata para violín y piano, y habréis observado que las notas que da el instrumento de cuerda no son las mismas que las que emite el de percusión. El violín sabe que su sonido, su melodía, no es la misma que la del otro. Cada uno de los instrumentos va a su aire, pero la resultante que se oye es bonita y no hay desconcierto, porque los dos músicos son fieles a...

-La partitura, interrumpió la chica.

-Sí, tienes bastante razón, pero no toda. Deben ser fieles a la partitura y al sentido que a su música quería darle el compositor. Estarás de acuerdo conmigo en que hay una enorme diferencia entre una melodía tocada por un estudiante que se la prepara como lección de examen y la interpretación que de ella hace el profesional que, para ofrecerla en un concierto, ha visitado antes al compositor si todavía vive, o ha estudiado su época, su vida y los motivos que tuvo para escribirla.

Así pues, los enamorados tendrán éxito si buscan el sentido, la finalidad, la expresión, que ha querido mi Padre que tuviese su amor. Así como hay detalles que estaban en la imaginación del compositor pero que no pudo expresar en el pentagrama pero si puede explicarlos al instrumentista y este más tarde podrá expresarlos en la interpretación, así los enamorados podrán descubrir en la oración cómo ha de ser su amor para que resulte un triunfo personal, una satisfacción mutua y para que la melodía de su amor sean capaces de interpretarla hasta el último momento de su vida, sin que se haga monótona, sin estridencias, sin que uno vaya por veredas que no pueda pasar el otro.