Abraham

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

1.- REFERENCIA BÍBLICA: Ge 12-23

 

2.- RELATO SIMPLE

 

Abraham fue un gran viajero. Era beduino e hizo del trajinar la gran aventura de su vida. Sus cambios de residencia no obedecían a ningún capricho, lo hacía porque Dios le llamaba y se comunicaba con él en diferentes lugares. Había nacido en Ur de Caldea, que es para los arqueólogos el reino de Mari, ahora terreno fronterizo entre Irak e Irán. Se desplazó hacia  tierras occidentales y residió algún tiempo en lo que hoy es el sur de Turquía, que en la Biblia aparece con el nombre de Haran. Hasta entonces había vivido con su padre y con el resto de la numerosa familia que siempre acompaña a un clan nómada. A partir de ahora peregrinaría acompañado sólo de su sobrino Lot. Llamar soledad a su viajar es muy relativo, ya que con ellos iban los pastores, los sirvientes y una multitud de animales, pues la ganadería era su casi exclusivo medio de subsistencia. Sabemos que no pasaron demasiado tiempo juntos tío y sobrino, aquellas tierras no son prados alpinos, por mucho que se las llame el Creciente Fértil, así que era mucho mejor que cada uno se las apañara por su cuenta, en regiones diferentes y sin perjudicarse por interferencias en la utilización de lugares donde pastar los rebaños y las consiguientes riñas entre pastores y zagales.

 

Abraham era un peregrino del Absoluto, de aquí que guardara profundo silencio y se entregara a la contemplación en los lugares sagrados por donde pasaba: Siquén, Silo, Betel, Mambré. En estos sitios Dios le hablaba y le decía y repetía que era su amigo, que tendría numerosa descendencia, que serían estos descendientes suyos amos y señores de las tierras que ahora él pisaba y que su linaje sería reconocido, alabado y bendecido por siempre y para siempre. Abraham todos estos mensajes se los creía a pie  juntillas, pero mientras tanto constataba que su mujer Sara era estéril. Se explica esto para que se comprenda que la confianza en Dios que tenía el patriarca era heroica.

 

Se decidió un día a procurarse un hijo a partir de una esclava, en aquel tiempo la poligamia era moneda corriente, escogió a Agar y de ella le nació un hijo al que llamó Ismael. Dios le dijo que este niño, aunque sería el padre de un gran pueblo, no era el hijo predilecto que le había anunciado repetidamente. Finalmente, cuando el matrimonio  había llegado a la vejez, para que fuera más consciente de la intervención divina, le nació de Sara, su esposa, una criatura a la que llamó Isaac. Cuando ya era un niño crecidito, Dios quiso probar de una  manera radical y dura la fidelidad de Abraham, así que le dijo que fuera a la cumbre de una montaña y le ofreciera su retoño en sacrificio. Convencido de que lo mejor es obedecer siempre a Dios, no tardó en emprender el viaje para cumplir el mandato. Se llevó leña y fuego en un brasero, caminó un largo trecho y cuando llegó al lugar y tuvo todo preparado, preparado a su hijo para la inmolación, empezó a ejecutar la orden, fue entonces cuando un ángel le ordenó que no continuara, que se trataba sólo de una prueba a la que había querido someterle el Altísimo, que ahora ya estaba convencido de su fidelidad. La fe de Abraham tiene un inmenso valor. En primer lugar sus conocimientos religiosos le hacían creer que había diversos dioses, que Yahvé era el suyo, que era su amigo, pero que no era la única divinidad. Técnicamente decimos de él que era monólatra, pero aún no monoteísta. En segundo lugar Abraham no sabía que las personas estaban destinadas a la resurrección después de la vida histórica y terrena, ya que Dios todavía no había revelado esta extraordinaria capacidad del ser humano, y creía que su hijo, como él mismo, al morir se disolvían en la tierra. Se comprenderá ahora porqué se afirmaba más arriba que la fidelidad de Abraham era una actitud heroica y su confianza una enseñanza perenne para todos nosotros. Con la narración del hecho se proclamaba también que a Dios no le place de ningún modo que se sacrifiquen seres humanos, aun con las mejores intenciones que uno pueda tener o las excusas que pueda aducir.

 

Abraham también fue fiel a la amistad y a la hospitalidad humanas. Un día que hacía mucho calor, al mediodía, en el desierto, en un lugar llamado Mambré donde había plantado su tienda aquella temporada, vio pasar por la cercanía  a tres hombres, les saludó, les invitó a entrar para que la sombra del toldo les aliviara el sofoco y ofreció en su honor un banquete. En el gozo de aquel refrigerio descubrió quiénes eran sus invitados, comprobó asombrado que había albergado a Dios y a dos ángeles que le acompañaban. La alegría fue inmensa pero aún más cuando el Señor le dio la noticia por él tan esperada, le dijo concretamente cuándo iba a ser padre. Y además, entonces, ¡oh prodigio!, Dios se hizo confidente de Abraham, le anunció que iba a obrar con dura justicia en unos pueblos que merecían castigo; Abraham con tenacidad beduina regateó con Dios, rogó e intercedió en favor de los hombres que habitaban en aquellos lugares, aunque fuesen para él desconocidos, lo hizo con ahínco, pero era tan grande la maldad que solo se salvaron del castigo su sobrino y las mujeres que con él vivían.

 

Cuando murió su esposa, compró un terreno. Los beduinos sólo tienen en propiedad lo que en cada momento pisan y un cadáver debe reposar en tierra fija. Se desplazó a la vecina población de Hebrón y allí consiguió lo que buscaba, se trataba de una parcela con una gruta, muy apta pues para un tal menester, se llamaba Makpelá, allí enterró a su amada Sara. Mas tarde él y sus descendientes descansaron en el mismo lugar. De esta guisa el sitio aquel, la tumba de Abraham es venerable para las tres grandes religiones monoteístas: los judíos, que ven en él al Patriarca que inicia su estirpe, los árabes, que como Ismael es hijo también de Abraham y de la esclava Agar, le reconocen como su más lejano ancestro, y nosotros los cristianos, que lo recordamos como nuestro padre en la fe.

 

 

3.-RELATO "NAIF"

 

En una zona donde nunca faltan escaramuzas de guerra, situada en tierras de Irak o Irán, según se mire, en Ur exactamente, hace ahora 4.000 años, vino al mundo el Pequeño Gran Patriarca a quien sus padres llamaron Abrán, es decir, aquel que es de linaje noble. Le pusieron este rimbombante nombre porque sus negocios no les iban bien, hacía mucho que sufrían una pertinaz sequía, y esto a los ganaderos les perjudica mucho. En tales situaciones  y en dificultades de índole extrema, un apelativo de gran resonancia parece que les satisface a todos.

 

Donde nació nuestro protagonista extraen hoy en día mucho petróleo, eso lo sabemos nosotros, pero ellos lo ignoraban y si se hubieran enterado no les hubiera servido para nada. Ellos no adoraban al "oro negro" como nosotros, ellos reverenciaban a Sin, la Luna, la que cambia con frecuencia, porque es lunática, pero es aquella que provoca que el mal tiempo cambie y llegue la bonanza y que los leñadores sepan, por la cara que pone, cuándo es buena época para cortar los árboles y que, una vez seca la madera, la carcoma no la ataque y la eche a perder. La Luna en la primavera se exhibía oronda y presumida, de tal manera aparecía así que a los animales les entraba la risa y se juntaban muy apretaditos y de cada carcajada les nacía una cría.

 

El Pequeño Gran Patriarca, decidió irse a otras tierras, buscar otros parajes donde tal vez hubiera mejores pastos. Fue un viaje largo, como el de un extremo al otro de la Península Ibérica, y llegó a Haran, al Norte de Siria, ya en tierras turcas, hablando en términos actuales.

 

Abrán, que ya no era un crío, y se había hecho un joven de buen ver, se casó con Saray una jovencita a la que habían puesto este nombre que, por si no lo sabéis, significa princesa, como se dijo en otro lugar. Un día el Pequeño Gran Patriarca sintió una voz interior que le impelía, como ocurre a tantos jóvenes, a salir de su casa, a dejar a sus padres, a vivir por cuenta propia. Pero en este caso se trataba de un fenómeno diferente, no era la libertad lo que buscaba, era la convicción interior de que Alguien le requería en otra parte, que quería hablar con él en otro sitio, que deseaba un gran encuentro, que tenía pensado un buen proyecto para él, que debía, por consiguiente, escuchar atentamente esta voz. Abram, en una palabra, sintió una vocación y quiso ser fiel, sin pensar, como  ahora lo hacen tantos, si tenía provechosas salidas profesionales o si ganaría un buen sueldo allá adonde iba. Nunca se hubiera imaginado que esta aventura le llevaría a conocer profundamente a su Dios, a convertirse en su amigo y que él Abram, se convertiría en Abraham, es decir en el padre de una multitud de gente muy escogida y mimada del Señor.

 

Ya veréis cómo pasó todo esto. Él no creía en los extraterrestres, como tanta gente cree entre los nuestros. Él se relacionaba con ángeles, que son extraterrestres pero diferentes y con la ventaja de que nunca entablan ninguna guerra de galaxias. Los ángeles eran sus amigos, uno principalmente. Llegaron hasta tal punto a hacer migas, y a conocerse, que Abraham empezó a intuir que se trataba del Dios Altísimo, que venía revestido de hombre.

 

Los ángeles le habían enseñado a mirar las estrellas por la noche y la arena del desierto al amanecer, cuando no abrasa, le decían que su descendencia se multiplicaría como la cantidad de miles de millones de unidades, que en estos elementos había. Pero por más que mirase el resplandor del cielo y que se sacudiese el polvo de sus vestidos, nunca, en ningún sitio, aparecía un pequeñajo que se le echase a los brazos, se le abrazara, le pidiese un caramelo, una pelota y un triciclo y, para acabar le dijera: papá soy tu hijo y no me lo puedes negar.

 

Al llegar a este punto hay que advertir que Abraham, además de ser un hombre bueno, era un beduino, un hombre cargado hasta los topes de paciencia, de aquellos que, como habitan en el inmenso desierto, nunca tienen prisa. La impaciente era la esposa. Ella, cada vez que veía a aquellos angelotes, que le explicaban que pronto acariciaría a un niño en su regazo, no podía aguantar más, se metía en la tienda y hasta un día, la desvergonzada, se atrevió a reírse de ellos. Fue entonces cuando con semblante serio aquel espíritu le dijo: dentro de un año volveré y estáte  segura de que un chiquillo, un hijo de tus entrañas, colgará de tu pecho, dormirá en tu regazo, llorará cerca de ti. Sara se asustó al oírlo y se puso a temblar. Abraham con flema, lo escuchaba satisfecho, sonrió y dijo para sus adentros: ¡Cuánto tiempo esperaba que a la tal promesa se le pusiera un plazo! Si el Pequeño Gran Patriarca no estaba inquieto es porque era un beduino y estos saben muy bien que un huésped, sentado ante una buena mesa o más bien, en cuclillas ante un suculento yantar, hecho de buenas tajadas de carne recién sacrificada, como es de rigor entre esta gente, acompañada de tortas y de buena cuajada, nunca pronunciará palabras de mal augurio. Y él había sabido aderezar muy bien todo esto. El banquete transcurrió, pues, con tranquilidad y en medio de la alegría que le embargaba al anfitrión, por la buena noticia recibida, al llegar a los postres y siendo como son momentos de despedidas, también lo son de confidencias y, si al principio le había dado buenas noticias, ahora era el momento de compartir desagradables preocupaciones. Al decir popular, una de cal y otra de arena. "Voy a desembuchar de una vez", debería de pensar el Señor, así que le dijo al oído:

 

Un día prometí que nunca un diluvio inundaría el mundo, lo dije y lo repito, pero, sinceramente casi me arrepiento de haberlo dicho. Allá abajo, por donde sale el sol cada mañana, me han contado que hay un país donde viven hombres que son completamente malos, me voy ahora mismo a comprobarlo y obraré con la severidad que se merezcan.

 

- Yo creo que exageras, le decía Abraham. Obsérvalos con paciencia, míralos de cerca, estoy seguro de que verás que hay gente buena entre ellos.

 

Pues no, me han dicho que no hay nadie.

 

¡Eres un exagerado! ¡perdón! Yo sí que soy impertinente y maleducado. Pero ¿tú crees que entre todas esas ciudades no hay ni siquiera cincuenta vecinos dignos de salvar a todos?

 

- ¡Ojalá fuera verdad! Por la bondad de cincuenta salvaría a todos.

 

- ¿Y si hubiera menos? ( Abraham, como buen beduino, empezó a regatear y el Señor le siguió la corriente, pero no, no iba a encontrar a nadie, los informes se los habían dado gente de total confianza.)

 

Abraham constató que, como siempre, Dios tenía razón y al despedirse cabizbajo y con mirada triste imploró clemencia por lo menos para su sobrino Lot.

 

Dios, sí, aquel angelote lo era, protege no sólo al amigo, sino a los parientes del amigo y al llegar a aquel triste lugar para purificarlo, salvó primero a Lot y a los que con él vivían, aunque le costó bastante conseguirlo, les reservó un rinconcito en aquel tenebroso valle y después la naturaleza se encargó de lo restante. Si un día vais por aquel lugar tan profundo, no hay en toda la Tierra una explanada que lo sea tanto, notaréis que todavía el aire hiede y os acordaréis de la maldad de aquellos vecinos, pero no os entretengáis demasiado, es mejor recordar cosas bonitas.

 

Pasó el tiempo correspondiente y Sara dio a luz un hijo, y se reía satisfecha, por eso a la criatura la llamó Isaac. Le dio de mamar durante mucho tiempo, como entonces se acostumbraba, hasta que su pecho se secó y creyó que no le quedaba nada más en sus entrañas. Organizó, para celebrar la independencia de que ya gozaba su retoño, una fiesta del destete. Soñó grandes proyectos para su hijo: matrimonio, riqueza, salud hasta una longeva vejez, todo lo que una buena madre desea para su hijo querido. No explicamos, para no alargarnos, la prueba que con su marido tuvo que compartir, cuando aquel Dios, amigo del esposo, le pidió que se lo sacrificara. Es fácil imaginar su desconsuelo.

 

Sara ya era muy anciana y un día se murió. Abraham se dio cuenta entonces de uno de los inconvenientes de ser beduino: hay que enterrar a los muertos y esto se hace en tierra firme, cosa que ellos nunca tienen. Hay que comprar un terreno a perpetuidad y él nunca lo había hecho. Se fue a la población más próxima, a Hebrón, mercadeó un campo que tenía una caverna, lo compró a buen precio y dejó reposar allí el cuerpo de su amada esposa. Día vendría en que a él y a los suyos los enterrarían también en el mismo sitio.

 

Si alguna vez vais a Tierra Santa, no dejéis de visitar Hebrón. En el centro de la ciudad, que es la población que desde la más remota antigüedad ha estado siempre habitada, veréis un gran edificio. No tengáis miedo, entrad y rezad. Veréis que a vuestro lado hay musulmanes y judíos, tal vez comprobaréis que sois los únicos cristianos que allí rezan, es una cosa que nunca he entendido. Dejaos llevar por la emoción, estáis en el lugar donde reposa el Pequeño Gran Patriarca, Al Khalil Er-Rahman  le llaman, o sea del amigo del Señor, en la lengua local. Junto con él descansan ahora los demás patriarcas y matriarcas. Se trata, os lo aseguro, de un lugar impresionante, que muchos viajeros se pierden y es una pena.

 

 

4.- INVOCACIÓN A ABRAHAM QUE CORRE DETRÁS DEL GANADO, PERO SE PARA UN MOMENTO PARA OÍRNOS.

 

¡Oh! Abraham, a ti te observo en el viajero que de su desplazamiento hace un negocio, en el turista que busca nuevos rincones, nuevos paisajes, nuevas sensaciones, manjares típicos u hombres de costumbres diferentes. También te veo en el emigrante que, insatisfecho de su tierra, donde no puede encontrar sustento, o huye de la opresión, o de  la corrupción que hay en su país, espera encontrar en otro sitio un lugar acogedor. En todos ellos estás un poco, pero ninguno de ellos puede compararse a ti, ya que tú te desplazas de un sitio a otro, pero en ninguno estás a gusto, ni te deja indiferente. En cada lugar, bajo la sombra de una encina o en medio de la noche, acribillado por los miles de estrellas que solo en tu tierra es posible ver, escuchas atento la voz de Dios.

 

¡Oh! Abraham, de ti no guardamos monumentos, no nos queda ningún dolmen ni menhir, ni puntas de flecha o hachas de sílex como tenemos de otros hombres de tu tiempo. Ni siquiera cerámica troceada y recompuesta. De ti conservamos la fe, una fe que todavía está nueva, fresca, reluciente, viva. Una fe que para ti fue dejarte amar, dejarte convertir en amigo de Dios, confiar en Él, fiarte de Él en todo y obrar como él quería.

 

¡Oh! Abraham, lo que más admiro de ti es el coraje de estar convencido de que serás un gran padre mientras tu esposa y tú envejecéis sin engendrar ni un hijo, creer que apadrinarás una numerosa descendencia, mientras marchas hacia la colina de Moriah con la intención de sacrificar a tu único chiquillo Isaac.

 

¡Oh! Abraham, cuando te contemplo en la interioridad de la plegaria, tú engrandeces, te agigantas, mientras yo empequeñezco. Pero no me das miedo, muy al contrario te siento tierno, cordial y fuerte a mi lado.

 

Eres, Abraham, padre de los peregrinos de lo Absoluto, de todos aquellos que aceptan el misterio, de los que ansían y buscan ser iluminados por la fe.

 

Esta noche, te lo digo sinceramente, quisiera que tú fueras mi amigo y me protegieses.

 

 

5.- ORACIÓN A DIOS AL DEJAR A ABRAHAM REPOSANDO EN LA CAVERNA DE MAKPELÁ

 

Señor, enséñanos a no encerrarnos en nuestra casa, que puede degenerar en ser sólo una guarida, en un refugio que nos aísle del mundo exterior, de los demás hombres que nos ha tocado que vivan junto a nosotros. Líbranos, Señor, de encerrarnos en nosotros mismos, dentro de nuestros conocimientos, de nuestras precauciones, de nuestros afectos, guardándonos todo para nosotros mismos. Enséñanos a salir, a peregrinar lejos de la familia que nos engendró, lejos del pueblo donde nos acogimos, lejos de todo lo que consideramos nuestro, para que en la libertad de la desnudez te podamos escuchar en el desierto. Que las estrellas y la arena, las montañas y las bestias, nos hablen de ti, de tu poder, de tu providencia, de la ternura que sientes por tus amigos.

 

Señor, enséñanos a vivir vida como una aventura, a no quedar indiferentes a nada de lo que nos concierne, sea a nosotros o a nuestros hermanos los hombres, sean quienes sean, de donde sean o dondequiera que habiten. Enséñanos a no ser abúlicos, a no dejarnos abatir por la dureza del clima, por los acontecimientos imprevistos, por el poder y la fuerza de los que poseen armas o dinero, pero son débiles de espíritu.

 

Señor, té solicitamos nos concedas la fe que Abraham tuvo en ti. Si la muerte de él no lo pulverizó, si vive en ti, pero alguna cosa de él reposa entre nosotros, haz que estas cenizas se vuelvan simiente de confianza, de fidelidad, de fortaleza.

 

Señor, tú que le hiciste padre de judíos, cristianos y musulmanes, haz que al aceptarlo como a tal, nos encontremos los tres pueblos como hermanos. Haz que su tierra, Tierra Santa, toda la tierra, por la aceptación de Abrahán, nos haga ser conscientes de la necesidad de que la paz reine entre nosotros. Haz pues que en el país donde todos los intermediarios fracasan, donde se rompen los pactos y el terror y el odio son maleza que brota en cualquier rincón, por tu providencia amorosa, haya buena convivencia, amor, felicidad.

 

Y para nosotros, Señor, y para nuestros amigos, queremos también que aun saboreando las dudas, los malentendidos y los peligros, quedemos libres de todo sufrimiento, de todo desánimo, de toda desorientación y un día nos encontremos contigo y con Abraham, formando una sola familia, un solo pueblo, una feliz humanidad.