Oración al iniciarse el Adviento

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

Se trata de una plegaria muy sencilla. Se puede practicar al empezar un encuentro de preparación remota de la Navidad, hacia primeros de diciembre. Tal vez choque el inicio de la celebración, ¡ojalá así fuera!. La Navidad debería ser siempre una sorpresa esperada. He aquí su paradoja. Puede celebrarse en cualquier sitio, nosotros lo hicimos siempre en la iglesia, empezando junto a la puerta casi fuera del recinto cristiano.

 

Quitados los bancos, sentados en el suelo, tenemos ante nosotros, sin ninguna iluminación ni ornamentación: un fetiche africano auténtico, un ídolo precolombino también autentico y una reproducción de una divinidad femenina mesopotámica. Quien no tenga estos objetos que no se apure, puede sustituirlos perfectamente por láminas o cromos sacados de cualquier libro de historia primitiva. Se trata de tener una ornamentación que nos lleve a los orígenes de las culturas. Puede empezarse por comentar el sentido que aquellos pueblos dieron a las imágenes, para situarse en los momentos en que la humanidad está en el amanecer de lo trascendente pero todavía aprisionada por la penumbra.

 

Mirando a las figuras se leen estas súplicas.

 

(de los pigmeos, África ecuatorial. Khmvum es el nombre que dan al Ser Supremo)

 

El Creador, el maestro de todo lo que existe.

Maestro en la jungla, Señor de todas las cosas,

Amo de los hombres, oh Khmvum.

Nosotros pequeñitos, somos tus súbditos.

Oh, Khmvum, Señor de la vida y de la muerte,

Envíanos tus órdenes y te obedeceremos.

 

 

* El animal nace, vive mientras pasa y muere.

Llega entonces el gran frío

El gran frío de la noche profunda y todo es oscuro.

 

* El pájaro nace, parte volando y muere.

Lega entonces el gran frío

El gran frío de la noche profunda y todo es oscuro.

 

* El pez se escapa en cuanto nace, se escurre y huye

      y prono muere.

       Llega entonces el gran frío

       El gran frío de la noche profunda y todo es oscuro.

 

      * El hombre nace, come, duerme y pasa

Se siente frialdad.

El gran frío de la noche profunda y todo es oscuro.

 

Brillan aun las estrellas. El frío domina abajo,

La está en lo alto,

El hombre ha pasado al infinito,

Es prisionero y libre al mismo tiempo,

Desaparecen lentamente las sombras,

Desaparecen totalmente..

 

Khmvum, Khmvum, se dirige a ti nuestra llamaa

Khmvum, a ti te suplicamos.

 

(de “Le livre d’or de la Prière /Marabout université)

 

 

(de los indígenas irocos de Norteamérica)

 

Tu, ¡oh, Dios mío!, mi Señor,

Tu Madre mía, Tu Padre mío,

Señor de los montes y los valles.

Ahora, al igual que dentro de tres soles,

Comenzaré la recolección del maíz,

Ante tu boca, ante tu figura,

Señor de los montes y los valles.

Muéstramelo, pues, también delante de mi cuerpo

Y delante de mi ánima.

 

Te ofrezco un poco de tu alimento y un poco de tu bebida.

Es casi nada lo que te ofrezco.

Pero tengo muchas y muy bellas cosas

Que permiten mi sustento:

Eres Tu quien las has mostrado a mi alma y a mi cuerpo.

Tú Madre mía, Tú, Padre mío.

Comienzo, pues, hoy mi cosecha,

Ante tu boca, ante tu rostro.

 

¿Quién sabe cuántos soles, cuántos días tardaré en ello?

No hay que tener prisa en buscar las malas hierbas:

Yo no lo haré más que lentamente.

¿Quién sabe cuándo podré de nuevo hablarte?,

¡oh, Padre mío; oh, Madre mía!

¡Ángel, Señor de los Montes y Valles!

Pero volveré a rogarte:

¿Por qué no he de hacerlo, oh, Dios mío?

 

(de “Las más bellas oraciones del mundo /de Vecchi)

 

 

DE CÓMO EL HOMBRE RECIBIÓ EL FUEGO

 

El hombre hallaba alimentos en los árboles

Y en las cuevas protección segura.

Le gustaba tanto la libertad de la selva

Como esconderse al abrigo de una grieta entre las rocas.

 

Por la noche suspiraba compungido

¿por qué aquí dentro no puedo traerme al sol

que me ilumine, me caliente y me haga compañía?

¿por qué sin él, este recinto parece una carcel,

mas que un rincón acogedor?

¿por qué aquí dentro nada mejora, todo se pudre

revienta y muere?

 

El hombre se asomó y miró al cielo

Invocó a los espíritus de los animales

A la vida que está dentro de las plantas.

Clamó al sol y sintió angustia en su interior

(era esto una especie de plegaria que se hacía a sí mismo

mientras sentía lástima de él, al estar solo y desvalido)

 

La creación entera se conmovió y sintió compasión,

Lloró el cielo y al hombre le llegó la lluvia

(pero no era de agua de lo que sentía un gran anhelo)

El clamor llegó a lo más lejano

Allí donde el Altísimo reposa pero diligentemente

Existe, que nunca se ausenta,

Y se dio cuenta de que por un momento

Había olvidado al hombre.

Alargó entonces su poderosa y omnipotente mano

Y se le escurrió un rayo

Que llegó a la tierra

Con la solemnidad que correspondía a su origen.

El hombre entonces se asustó,

Se escondió en lo más profundo de su cueva,

Pero sintió mas que nunca allí el vacío.

Se atrevió a salir y mirar a lo alo

Y vio como un árbol había retenido el rayo

Y de él brotaban mil relucientes flores rojas

Con solemnidad cogió un buen ramo

Y lo introdujo en su morada.

Sonrió entonces muy contento

Pues tenía dentro de su casa

Un juguetón cachorro de sol.

Y su corazón se sintió feliz del todo

Pues era ya amo y señor del fuego.

 

 

Se encienden a continuación un racimo de candelas o velas colocadas en un tiesto o un buen número de lamparitas de parafina en un plato, serán símbolo del fuego, primer adelanto del hombre, que ya posee. Se colocará a la espalda de los objetos o imágenes. El grupo avanza dejando atrás, olvidando antiguas intuiciones. Es ahora el momento en que se ilumina una imagen , sea plástica, pintura o simple reproducción, de Santa Maria de la Esperanza, que así se llamaban las representaciones de la Virgen embarazada que ya desde tiempos del románico se vienen realizando.

 

Se lee el bello pasaje de San Bernardo que se copia aquí del Oficio litúrgico de Lectura para el día 20 de diciembre.

 

“Has oído, Virgen, que concebirás y darás a luz un hijo. Has oído que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta: ya es tiempo de que vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, condenados a muerte por una sentencia divina, esperamos, Señora, tu palabra de misericordia. En tus manos está el precio de nuestra salvación; si consientes, de inmediato seremos liberados. Todos fuimos creados por la Palabra eterna de Dios, pero ahora nos vemos condenados a muerte; si tú das una breve respuesta, seremos renovados y llamados nuevamente a la vida.

 

Virgen llena de bondad, te lo pide el desconsolado Adán, arrojado del Paraíso con toda su descendencia. Te lo pide Abraham, te lo pide David. También te lo piden ardientemente los otros patriarcas, tus antepasados, que habitan en la región de la sombra de muerte. Lo espera todo el mundo, postrado a tus pies.

 

Y no sin razón, ya que de tu respuesta depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación de todos los hijos de Adán, de toda tu raza.

 

Apresúrate a dar tu consentimiento, Virgen, responde sin demora al ángel, mejor dicho, al Señor, que te ha hablado por medio del ángel. Di una palabra y recibe al que es la Palabra, pronuncia tu palabra humana y concibe al que es la Palabra divina, profiere una palabra transitoria y recibe en tu seno al que es la Palabra eterna.

 

¿Por qué tardas? ¿Por qué dudas? Cree, acepta y recibe. Que la humildad se revista de valor, la timidez de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal olvide ahora la prudencia. Virgen prudente, no temas en este caso la presunción, porque si bien es amable el pudor en el silencio, ahora es más necesario que en tus palabras resplandezca la misericordia.

 

Abre, Virgen santa, tu corazón a la fe, tus labios al consentimiento, tu seno al Creador. Mira que el deseado de todas las naciones está junto a tu puerta y llama. Si te demoras, pasará de largo y entonces, con dolor, volverás a buscar al que ama tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por el amor, abre por el consentimiento. Aquí está –dice la Virgen- la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.”

 

 

Acabada la lectura, puede darse para mejor comprensión una fotocopia que cada uno tendrá a su vista mientras el lector la proclama con voz confidencial y clara, se reza el Ave Maria o, tal vez mejor, se canta la Salve Regina.

 

 

Dejando rodeada de iluminación, por delante y por detrás, la imagen de Santa Maria, se pasa a la proximidad del sagrario o alrededor del altar, según convenga y se pueda. Se lee entonces el relato evangélico de los discípulos de Meaux.

 

Puede extrañar que el fragmento bíblico no haga ninguna referencia explícita a la Navidad, pero es que lo que se pretende mediante esta oración es dar noticia del recorrido que hace la humanidad desde sus intuiciones de la Divinidad más primitivas, hasta el gozo del que nos es posible participar de la compañía de un Dios personal que se ha hecho amigo de cada uno de los hombres.