La navidad posee ricas enseñanzas contenidas en la liturgia
pero a menudo resbalan sin que sepamos aprender la lección

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

La catequesis más antigua y universal, la más estructurada y totalmente cíclica, para mantener una formación permanente, es la liturgia. En las reuniones cristianas se celebra un misterio salvífico, un sacramento que es fuente de gracia segura, pero acompañan al rito sagrado unas lecturas bíblicas, tal vez comentarios patrísticos o del Magisterio y unas oraciones que también son alimento del alma.

 

Cuando leemos los textos litúrgicos propios de estos días destacan los  siguientes aspectos.

 

En primer lugar impresiona la seriedad teológica. Excepto dos textos evangélicos, los relatos del Nacimiento de Jesús, según los Mateo y Lucas, que recogen detalles geográficos e históricos, los demás son densos y profundos, destacando el reconocimiento del misterio del día, aceptando la imperiosa necesidad el cambio de actitud personal que en la vida comporta y acabando con un anhelo esperanzado.

 

Uno piensa, al releer los textos citados en el párrafo anterior, que si lo hiciera un imaginario “habitante del planeta Marte” y luego se le invitara a describir como piensa que se celebran en la tierra estas verdades, con toda seguridad equivocaría su descripción. ¿Hay oposición entre lo que supone el contenido litúrgico y las concretas celebraciones populares, de las que se hablará en la segunda parte? Es muy oportuno el contenido del reciente documento “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia”, de reciente aparición y con él en la mano se puede afirmar que ambas realidades eclesiales se complementan (hay que recordar que la misma santa madre Iglesia que publica el documento es la que ha editado el misal, sin que por ello se quiera dar la misma categoría religiosa a ambos documentos)

 

Si las dos realidades se complementan, hay que lamentar que la dimensión popular es muy rica y que puesta al lado de la litúrgica no se pueda decir lo mismo de la segunda. ¿Tiene alguna solución este desequilibrio? Uno piensa que tal vez algo se podría alcanzar con el incremento de charlas dirigidas durante el Adviento, al modo de la práctica antigua de las “conferencias cuaresmales” preparatorias del Triduo Sacro.

 

En el terreno personal, íntimo e individual, quizá una solución sea salir de la vida cotidiana en el domicilio habitual, entregarse a la soledad de una ermita o a la compañía de una comunidad monacal. No se trata de olvidar el belén, sino de contemplarlo con gesto ignaciano.

 

El de Loyola, dice textualmente para este momento evangélico en los “Ejercicios espirituales”

 

“el primer puncto es ver las personas, es a saber, ver a Nuestra Señora y a Josef y a la ancila y al niño Jesús, después de “ser” nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos, y sirviéndolos, en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible; y después reflectir en mí mismo para sacar algún provecho.

2º pu El 2º, mirar, advertir y contemplar lo que hablan, y “reflitiendo” en mi mismo sacar algún provecho.

3º pu El 3º, mirar y considerar lo que hacen, así como es el caminar y trabajar, para que el Señor “sea nacido” en suma pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz, y todo esto por mí.Después “reflitiendo” sacar algún provecho espiritual.

Coloquio. Acabar con un coloquio, así como en la precedente contemplación y con un Pater noster”...

 

 (es curioso que así como hay alguna costumbre de practicar retiros durante la Semana Santa, no exista hacerlo durante estos días que también son vacación)

 

Para aquel que ya haya viajado y peregrinado, adviértase los dos aspectos, a Tierra Santa, puede ser la estancia en este bendito país una ocasión de enriquecimiento espiritual. Se trata de aquel que ya conoce los sitios, que ha recibido explicaciones arqueológicas y bíblicas y que va al lugar y se recluye y medita, al modo de San Ignacio, pero con el añadido de la proximidad de encontrarse junto al lugar de los hechos. Algo así como la elección que hizo San Jerónimo en el recinto de Belén para su trabajo de traducción de la Biblia al latín.