La navidad, fuera y cuando fuese, tiene unas

implicaciones teólogicas

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

La “semilla” de la Navidad aparece el día glorioso de la Encarnación, de la Anunciación del ángel Gabriel y la aceptación de María. El Enmanuel, Dios con nosotros, se hace realidad imperceptiblemente, en el seno de la Virgen. Este día, esta solemnidad, debería ocupar un lugar más relevante en las comunidades cristianas, pero no es este el momento de reivindicaciones de tal clase. Hay que señalar que la celebración litúrgica, cuya fecha en el calendario litúrgico y contenido doctrinal es tan ignorado por los fieles, goza de un peculiar privilegio que comparte con Navidad, durante la recitación del Credo en la misa, al llegar a la frase “y por obra del Espíritu Santo se encarno de María, la Virgen, y se hizo hombre” en ambos días, todos se arrodillan, dice la rúbrica. 

Si el cogollo teológico está en la Encarnación, este misterio se realiza en el silencio de Nazaret, en un encuentro íntimo entre el enviado de Yahvé y una doncella que tendría poco más de doce años, que dijo sí, que aceptó generosa los propósitos de Dios, sin saber demasiado qué significado tenían, qué representaba en plenitud su acto de fidelidad al Señor. (no podemos olvidar que la vida espiritual de Santa María, como la cualquier hombre, está fundada en la Fe, y que esta virtud, dicen los teólogos, es esencialmente oscura). La Gracia que llenaba por completo a la Virgen, hacía más soportable el enigma del misterio, pero no suprimía del todo sus incomodidades, como se preocupa de advertirlo el Evangelio al referir las dudas de San José, que repercutían en María, los anuncios de Simeón, la respuesta incomprensible del ya joven Jesús, encontrado en el Templo, discutiendo por su cuenta con los rabinos, o el episodio de Caná, pese a la posterior actitud benévola de Cristo. No es este el momento de resumir un tratado de mariología, pero sí señalar que si hubiéramos tenido ocasión de encontrarnos con Santa María en aquellos días y hubiéramos pretendido hacerle preguntas de calado teológico, seguramente nos hubiera dicho que era la madre de aquella preciosa criatura, que con seguridad Dios rondaba por allí, pero que ella pretendía únicamente ser fiel a los planes divinos. Ya llegaría la experiencia de la Resurrección y la efusión de Pentecostés para comprender bastantes cosas más. 

Con frecuencia leemos u oímos, que se hace referencia a las Religiones del Libro, incluyendo en ellas, con el Islam y el judaísmo, al Cristianismo. Sin ser falsa la afirmación hay que advertir que la peculiaridad de la Fe católica está en la Encarnación. En este encuentro y unión sólida, del Verbo de Dios con la naturaleza humana, recibida de María, que termina en el Dios-hombre, al que le ponen, por insistente interés de Dios, el nombre de Jesús, que significa el salvador o en lenguaje actual tal vez también podríamos llamarle el socorrista y que nosotros lo reconocemos como el Mesías, el Cristo, el Ungido, el Señor nuestro y de todo lo creado. Este misterio fundamental de nuestra Fe, se hace visible en la Navidad. Recordamos alegremente un nacimiento y celebramos asombrados un gran misterio. Lo primero está cargado de tradiciones, plásticas, musicales y hasta culinarias, de las que se hablará en la otra parte. Lo segundo lo encontraremos en la celebración de la Liturgia de la Horas y en la misa, que por tradición se celebra en tres momentos (por la noche, la llamada del gallo, al amanecer y al mediodía). 

Si la salvación del género humano, la redención, nos llegó por la muerte y resurrección de Cristo, para que esta fuera posible, era necesario que empezara naciendo. De alguna manera, pues, podemos decir que la Navidad es el inicio de Pascua o que el himno angélico de Belén, es el primer pregón pascual.

Los antiguos decían: “nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu”, nada está en la inteligencia que no hay pasado primeramente por los sentidos, sería la traducción. El peligro está en que la experiencia sensorial, con frecuencia no penetra en la interioridad humana y se queda en puro y simple goce corporal. La Navidad no se escapa a este peligro. Se deberá tener muy en cuenta el misterio escondido en Belén, meditar sus enseñanzas y ser consecuente con ellas. No se trata de adoptar una actitud trágica y, por ejemplo, considerando los que en este día sufren enfermedad, mueren de hambre o víctimas de injusticias, adoptar unas costumbres severas y rígidas, no es día de ayunos y cilicios, la alegría, la esperanza, que es el mensaje de esta fiesta, ha de traslucir en el rostro, de tal manera que quien se cruce este día con un cristiano, ha de sentir envidia en su interior, envidia de su simple alegría, de su franciscana alegría, para decirlo de una manera gráfica (junto al “poverello” en Greccio, se hubieran encontrado a gusto ricos y pobres, sanos y enfermos, jóvenes y viejos, blancos y negros, sin sentirse ninguno discriminado ni ambicionar situaciones ajenas)