Dios quiere hombres esperanzados, como imperiosa exigencia

del Verbo, que planta su tienda entre los hombres

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

El hecho mismo de la Encarnación, el del Nacimiento, ambos de alguna manera  anunciados, son prueba de la actitud que desea Dios que tenga el hombre. No quiere sorprender con el hecho consumado, quiere anunciarlo para que durante algún tiempo viva ilusionado. La Esperanza no es un simple periodo de espera, como quien ha experimentado un largo periodo antes de la llegada de un tren, es una actitud interior que implica una satisfacción, una especie de nostalgia, que va creciendo y que no supone lamentarse como si fuera un tiempo perdido el tiempo transcurrido (algo de esto se explica en El Principito, de Saint Éxupery).

 

Santa María y San José son los prototipos de la esperanza. Los pastores y los magos de oriente son otros ejemplos, que nos resultan más próximos, por ser de menor categoría y sentirlos más próximos. O el viejo Simeón del Templo. Nada hubiéramos sabido de ellos si les hubiera faltado esta virtud. Para que haya Esperanza es necesario que haya primero anuncio y el gozo interior brota al aceptar este buen augurio. El primer adviento del Nuevo Testamento es la consecuencia de la notificación de un acontecimiento salvador y de una Persona concreta a unas gentes. Este primer Adviento no tiene dimensiones universales se concreta en determinados individuos que viven en concretos parajes.

 

Nacido y crecido el Niño, con su predicación, con su doctrina, provoca, exige, una actitud de Esperanza. Desde las Bienaventuranzas, que proclaman unos criterios y unas consecuencias que se seguirán a los que las acepten, pero que no se realizarán al instante. (La Esperanza, para ser goce genuinamente humano, debe de ser de alguna manera virtud enigmática y aventurera) todas las enseñanzas de Jesús, ponen al hombre en camino hacia un futuro no incierto, pero tal vez sí lejano, que se le promete feliz. El bien histórico que hace Jesús no es definitivo, las curaciones, las resucitaciones, serán bienes transitorios, pues los que las gocen, más tarde morirán, la felicidad que se promete estará en otra existencia. Deberían alegrarse más de que sus nombres estén escritos en el Cielo, añade cuando le explican gozosos sus amigos, los éxitos obtenidos enojando a los demonios y expulsándolos. Jesús quiere que sus amigos no tengan fija su mirada en el suelo de su tierra y en el día de su calendario, quiere que contemplen soñadores ya un horizonte infinito.

 

Al recordar la frase de san Juan: Dios es amor, ya advertía que era necesario saber que clase de amor es al que se refiere este texto sagrado, ya que en nuestros tiempos algunos se atreven a llamar amor a cualquier cosa, incluso a hechos totalmente surgidos del egoísmo. Algo semejante hay que decir respecto a la esperanza ya que a veces entra en conflicto lo que quiere Jesús de lo que albergan en su interior los hombres. Obsérvese algo de esto en el diálogo inmediatamente anterior a la Ascensión. Y recuérdese que se trata de amigos que han comido y caminado con Él y que le han visto resucitado.

 

Si he dicho que el nacimiento de Jesús es anunciado para crear un clima de esperanza, algo semejante hay que decir de la Resurrección. Jesús se aparece a aquellos que le van a buscar, en el caso de las mujeres buscan su cadáver, para completar la unción, en el de los discípulos de Emaús, primero prepara sus corazones y los estimula para por último y como consecuencia de la actitud que ha cambiado en su interior, mostrarse en la fracción del Pan. San Pablo se encuentra con Jesús durante un largo camino que ha emprendido, que él no sabe que está programado desde la eternidad. El cristiano goza por lo que espera ya que gracia y predilección son prenda de lo que recibirá.

 

Tanto en Israel como en Roma, lo que distingue a los cristianos de sus contemporáneos es la Esperanza. Lo dice san Pablo a los efesios y a los tesalonicenses y en la primera de san Pedro se nos dice que la esperanza debe ser vestido espiritual tan notorio que sorprenda a los demás y hay que proclamar la razón de ello sin tener pereza ni rubor de hacerlo.

 

“No tengáis miedo, yo he vencido al mundo, no tengáis miedo, no se turbe vuestro corazón ni se acobarde”, dice Jesús en la larga meditación en voz alta que comparte con los discípulos, según el evangelio de Juan, poco antes de la Pasión, para añadir hacia el final: “¡ánimo! Yo he vencido al mundo.”

 

La razón última de la Esperanza cristiana no es el cumplimiento de unas promesas, como ocurría con Abraham, sino la experiencia, la amistad, la fidelidad, a la persona de Jesús.

 

Vivir en esperanza es difícil, de aquí que sea necesaria la llegada y recepción del Espíritu Santo, como don del Padre y del Hijo.

 

“No tengáis miedo, abrid las puertas de par en par a Cristo”, es el mensaje jubilar de Juan-Pablo II a los jóvenes de ahora heridos de desencanto.