Mambré

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

De nuevo, en un sitio donde hay una venerable encina, donde había, dicho para el lector actual, en el lugar santo de Mambré, junto a la antigua población de Hebrón, habla Dios a Abraham y refuerza la promesa que ya le había hecho: pronto va a tener un hijo, enseguida podrá su mujer mecerlo, aunque ella no lo crea. La revelación se le hace después de haber invitado él, el Patriarca, a Dios, sin haberse dado cuenta de quién se trataba, por el simple hecho de que pasaba junto a su tienda y su aspecto era de hombre de bien. La hospitalidad es virtud suma para un beduino, en este pasaje y en el episodio que tiene como escenario la región de Araba y como protagonista al sobrino, en ambos, la hospitalidad es aceptada con agrado por Dios, aunque en el segundo caso, de acuerdo con nuestra sensibilidad y convicciones, irrite nuestra sensibilidad. Olvidando disquisiciones interesantes, pero que no son del caso, hay que decir que el hijo nació en el tiempo anunciado, que recibió las predilecciones del Gran Jefe, que llegado el día de dejar de darle el pecho, que en aquel tiempo duraba unos cuantos años, organizaron una fiesta, se trataba de la presentación oficial del hijo al clan, del reconocimiento público de su categoría beduina.

 

Para que crezca la Esperanza es necesario dar firmeza a la Fe. Para que se entienda pondré un ejemplo. El labrador sabe que para que las ramas de un árbol crezcan y den buen fruto es necesario que el terreno donde se hunden las raíces esté labrado y sea esponjoso. Dios pone a prueba la Fe de Abraham solicitándole el sacrificio de su hijo único, aquel que era el resultado de tantos años de espera, aquel que había conseguido siguiendo totalmente las normas. Porque Abraham, como ocurre con todos los que se encuentran en grave aprieto, había querido enmendar el plan de Dios, había hecho una pequeña trampa y había conseguido un hijo de su esclava Agar. Era hijo suyo pero no hijo de promesas, era resultado de cálculos, pero no de confianza. Dios no lo quiso abandonar, pero no le llenó de predilección, inició con él un gran pueblo, el árabe, pero la íntima amistad la conservó con el de Sara, su esposa de toda la vida.

 

Me había desviado del discurso y recojo ahora el hilo de la narración. Dios pone a prueba la fidelidad de Abraham pidiéndole que le sacrifique a su hijo, que haga aquello que otros hombres de su tiempo hacían y que llenaba de dolor a las madres que los engendraban. Parecía que el Dios de Abraham pensaba diferente de los otros dioses, pero ahora descubría que era igual. Por difícil que resultara había que ejecutarlo, así que marchó al país que le había sido indicado, a la colina señalada, lo preparó todo, empezó el ceremonial con decisión y fue entonces cuando Dios le dijo que ya era suficiente, que había comprobado su fidelidad. Abraham escuchó solemnes palabras: por mí mismo juro, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tu único hijo, yo te colmaré de bendiciones y acrecentare muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido mí voz.

 

Algo parecido ya se le había adelantado a Abraham en el episodio que narra el capítulo 15 del Génesis. No se habla en este de ninguna encina; el escenario son las inmensas montañas del desierto y el impresionante firmamento estrellado que solamente en lugares así se puede ver, pero ya es bastante lo que se ha dicho del Patriarca, a partir de él, los que le sucedan, el pueblo que llamamos de Israel, será el pueblo de las promesas, el de la Esperanza. De ninguno otro se puede afirmar tal cosa. Vendrán épocas de  difícil trabajo en suelo hostil, le sucederán las de peregrinaje por el Sinaí, las del aprendizaje de una Ley norma de vida y seguridad, las de conquista, las de dominio. Tendrán sucesores: sacerdotes, reyes y profetas, maestros y escritores, nada les faltará. Pero sobresaldrán por ser pueblo que espera. En el bolero de Ravel escuchamos unas melodías que aparentemente se suceden con monotonía pero que crean un clima de expectación que por fin revientan como un clavel en las notas del final. Algo parecido sucede en la Historia Sagrada. El clavel reventón es el Mesías, el más ínclito sucesor de Abraham, y con Él continua de una manera, eso sí, sublime la Esperanza nueva. Una esperanza que será posible poseer por parte de todo aquel que lo acepte como Enviado y que lo ame como don que es del Padre.