Siquén

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

(las ruinas de este lugar, conocidas hoy en día con el nombre de Tel Balata se encuentran a las afueras de la ciudad palestina de Nablús, junto a la tumba del patriarca José y del pozo del encuentro de Jesús con la mujer samaritana.)

 

Desde mi primer viaje a Tierra Santa he visitado varias veces este lugar, no siempre es posible hacerlo por las peculiares dificultades derivadas de los enfrentamientos entre israelíes y palestinos. Siempre he lamentado el abandono en que se encuentra, la suciedad que lo invade y el desconocimiento que de este lugar sagrado se tiene. Ocurre a veces que sabe uno que está próximo a las ruinas pero las variaciones que frecuentemente sufren los asentamientos de refugiados impiden la visión. Uno no entiende que se ignore el lugar que guarda tantos recuerdos bíblicos y que, por tratarse en algún caso de referencias a Abraham, deberían interesar no solo a judíos y cristianos, sino a los mismos seguidores del Islam. El conjunto de edificaciones sacadas a la luz por diferentes expediciones arqueológicas es impresionante y uno quisiera encontrar en cada piedra alguna marca que le indicara lo que junto a ella ocurrió. Pero siempre es posible cerrar los ojos para descubrir el misterio que aquel ámbito encierra y escuchar el mensaje que se trasmitió y que todavía es vigente.

 

Había salido el Patriarca de su tierra por fidelidad a una vocación divina. Había peregrinado con los suyos hacia el oeste. Lo que hizo no parecía para sus contemporáneos algo extraordinario. Se sabe que en aquella época fueron numerosos los jeques beduinos que emigraron, seguramente en busca de tierras donde el régimen de lluvias les fuera más propicio. Lo peculiar de Abraham fue que abandonó en Harran, al sur de la actual Turquía, a su padre Najor y, acompañado sólo por su sobrino Lot, habiendo reunido su numeroso ganado y sus cuidadores, pastores y zagales, marchó al sur. En llegando a Siquén, escuchó el primer mensaje concreto de esperanza. Yahvé se apareció y le dijo: a tu descendencia he de dar esta tierra. Esta promesa sería a nuestro modo de ver muy poca cosa, pero las circunstancias personales, las ideas que sobre la vida, la familia y la propiedad, entonces se tenían, daban un valor enorme a lo prometido. Por lo explicado y para perpetuar la memoria, él edificó allí un altar, lo levantó junto a la encina de Moré. Si el lugar era considerado sagrado, entonces a partir de aquel momento lo sería mucho más. Busca uno alguna encina por entre las piedras, se acerca a las puertas de doble tenaza o a la piedra alzada en la terraza de un templo, como signo religioso que pusieron posteriores moradores. Lo importante nunca es visible, pues es perecedero, dirá San Pablo. El asombro surge de una contemplación interior, aislado en cuanto pueda de todo lo que le distraiga. Fue aquí donde nació la Esperanza. Como era la primera vez que esto ocurría se trataba de una criatura chiquitita. Venía del Cielo pero anidaba en el interior de aquel hombre fiel, joven soñador e intrépido. Ya se había diferenciado de sus vecinos de Ur de los caldeos, la antigua Mari de los arqueólogos por su actitud hacia lo trascendente. Había puesto su fe en un Dios personal y para él único, sus contemporáneos aceptaban muchas divinidades cósmicas, empezando por la luna. Pero es diferente tener confianza en una divinidad, que es algo así como considerarla un amuleto grande, a creer en un único Dios personal del que uno espera hacerse amigo. Hasta Siquén había albergado en su interior la Fe, en este lugar recibe el don de una promesa. Es como una semilla que por pequeña que parezca tiene virtud para convertirse en corpulento árbol. (Por pequeño que sea el piñón tiene poder para hacerse árbol grande, mientras que la más abultada patata no dejará nunca de ser simple hortaliza.) Enriquecido con este don, su vida sería desde entonces una apasionante aventura. La fe, si es autentica, supone algunas dosis de duda, de otra manera no lo es y se torna fanatismo. La Esperanza enraizada en la fidelidad llena a rebosar el interior de gozo.

 

Los capítulos que seguirán al de este episodio serán el desarrollo de este anuncio. Nos chocará constatar usos y costumbres que no se estilan entre nosotros, hasta que están en contra de preceptos que nosotros consideramos fundamentales, pero Dios no exigió entonces a Abraham que se desnudara de su cultura beduina, de su escala de valores, de sus costumbres, se contentó con pedirle que le fuera fiel y que se relacionara con Él con la confianza que se tiene en un amigo. Viviendo así el Patriarca poco a poco fue descubriendo una cosa que le era totalmente desconocida: el Amor. Arropado por este amor que recibe, va creciendo su esperanza, independientemente de que su experiencia le incline al pesimismo. Abraham no sabía que tras la muerte había una ulterior existencia, tampoco que aquel dios que había aceptado como único para sí, era un Dios único para todo lo creado. Creía que su manera de permanecer estaba en su descendencia y él, día tras día, constataba que no era capaz de tener ni siquiera un hijo que le perpetuase. Fue generoso con su sobrino Lot y le dio a escoger los terrenos que quisiera para engordar a sus ganados, este no había recibido ninguna promesa y, no obstante esta carencia, tenía dos hijas que le darían, fuera como fuese, futura descendencia. Pero no sintió envidia, cosa que no hubiera sido de extrañar, salió en su defensa, armó un ejercito para salvarle de reyes opresores, volviendo victorioso, y al recibir el homenaje de aquel rey sacerdote de Salem, supo ser también ser generoso y le obsequió a él y a su Dios con pan y vino, sin saber que estaba adelantando signos prodigiosos. Era biológicamente estéril, pero prolífico en bondad, no en vano en su seno, volvamos a recordarlo, se estaba gestando la Esperanza.