Introducción

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: En torno a Adviento y Navidad

 

 

El autor ha de confesar algunas experiencias para justificar el contenido y el estilo de estas páginas. Se le propuso hace un tiempo dirigir un retiro con motivo del inicio del Adviento. En su época académica había aprendido que las últimas adquisiciones, que los más atrevidos contenidos que uno pudiera imaginar, no se encontraban en los macizos libros de las vetustas bibliotecas. Para estar al día debía suscribirse a revistas especializadas. El aserto era evidente, la dificultad estaba en el desembolso económico que esto suponía. Empezó a rellenar boletines y llegándole a continuación ejemplares, le resultaba difícil leer todo lo que recibía, después deshizo el camino, resultaba caro el mantener tantas ediciones y descubrió también que debía recobrar la libertad interior. Las revistas están siempre, de alguna manera, encasilladas y pretenden encasillar a los lectores. Puede uno modificar su postura y pasar de lector a colaborador-escritor, si le es posible, pero no a todo el mundo le resulta fácil, ni posee cualidades para ello. 

Aparece entonces una época de insatisfacción, de desnutrición espiritual. Esto no acontece si se pertenece a una institución dotada de biblioteca, hemeroteca y recibe las novedades que se van publicando. Pero no es esta la situación del autor. 

Irrumpe con furia Internet en nuestro mundo y el hombre inquieto se mete en la Red de Redes con más ingenuidad y curiosidad que destreza. Si buscadores y portales tratan de igual manera de encasillar al navegador sabe este que, sin desembolso por su parte, puede mantener su libertad pero descubre en este mundo virtual, a poco ducho que sea, la enorme y compleja aportación de datos que recibe. Desde la experiencia de teclear una palabra y recibir la respuesta de que se le ofrecen 7456 documentos por parte de el buscador elegido y cifra parecida por los otros mas que existen, hasta la jocosa comprobación de la manera que puede emplear el sistema para agrupar documentos. Está pensando el autor que la primera vez que marcó la palabra Biblia, entre los miles de archivos que aparecían, había algunos con el peregrino nombre de: La biblia del automóvil o La biblia de las plantas, que, como es de suponer, ninguna referencia tenían con el libro revelado. De Internet no puede uno prescindir, pero debe protegerse para no caer abrumado. 

  Piensa uno, al llegar a esta situación, que el arduo trabajo de elaborar algo sólido debe quedar reservado a eruditos con suficiente tiempo libre o para aspirantes al doctorado que están obligados a defender una tesis. Y acepta discretamente que no le es exigible el asumir y resumir todo lo que los demás han dicho sino que su responsabilidad está en ofrecer aquello que uno cree ha elaborado interiormente, que se ve capaz de presentar y que resulta de una cierta originalidad. Y que sea el lector el que escoja o rehúse, lo de él y lo de los demás. 

Una segunda dificultad tuvo el autor. Cuando se propuso reunir en un volumen una serie de contenidos que bullían en su interior, algunos ya hechos públicos de alguna manera, obró como se debe obrar. Tomo unos papeles, garabateó un esquema, fue llenando de anotaciones cada frase y cuando creyó que su trabajo estaba a punto empezó a redactar en el ordenador. 

Los libros deben pesar, ya que la materia con que están hechos, el papel de hoy en día, no es liviano. Lo malo en este caso es que su peso ideológico, su forma, su composición, sus justificaciones y demostraciones, dado el tema no podían ser superficiales. Constatando lo dicho, empezó el autor a elaborar. Al esquema siguió un borrador, a este le sustituyó un texto redactado concienzudamente. Guardó cuidadosamente en un archivo del disco duro no sin antes sacar una copia, que dejó en su mesa de trabajo entre un montón de papeles fruto de otros proyectos, cartas recibidas que debía contestar y no lo hacía, recortes de revista etc. Al cabo de un mes el autor hizo su arqueología cultural y encontró aquella redacción. Ha de confesar sinceramente que su lectura le resultó difícil y su contenido de un estilo enormemente rebuscado. Estaba tan convencido de lo que decía que había llenado el texto de citas que fragmentaban el texto y dificultaban la comprensión del conjunto. Sintió tedio, fatiga y antipatía por aquel escrito que él mismo había redactado. No sabía que era más pesado si el papel o el contenido, de manera que era ilegible para cualquier persona que no estuviera aburrida y dispusiese sólo de aquella composición para entretenerse. 

Analizándose a sí mismo hizo otra constatación. En su presente personal calculó que llevaría redactados unos trescientos artículos de cuarenta y cinco líneas para un semanario, amén de unos cuantos más para otras publicaciones, algunos, por necesidad mucho más cortos. Tal experiencia condiciona y hasta esclaviza. no había otro remedio que aceptarlo y obrar de acuerdo con esta deformación. Imagine pues el lector que el autor se ha puesto a escribir siempre en domingo, sin que esta vez tenga delimitada la extensión del texto. 

Resumiendo. No busque el lector doctrina exhaustiva, encontrará únicamente comentarios personales que se desea  resulten de utilidad. Cada composición, el autor no se atreve a llamarla capítulo, tendrá una cierta autonomía y una cierta dependencia de los demás, tratará de que el lenguaje sea ligero y ameno, tal vez pueda llamársele periodístico, no le meterá notas a pie de página y, si a algo quiere dar mayor relieve o fundamento, añadirá algún comentario al final, tal vez algo extenso, pero señalado con una redacción en caracteres de diferente tipo. A lo mejor considera el lector que la parte más interesante sea para él el material para oraciones colectivas o individuales. Con tal que le sea útil algo el autor se sentirá satisfecho. 

Respecto a lo último quisiera el autor hacer notar que hoy en día se encuentra abundante material para reuniones, plegarias y retiros, pero con frecuencia están pensados para comunidades numerosas y bien preparadas técnica y espiritualmente. No ignora el autor que en una ocasión se le encomendó la dirección de una reunión de plegaria en la maravillosa basílica gótica de Santa María del Mar de Barcelona, pero esto fue una excepción, generalmente su experiencia es con pequeños grupos que en muchas ocasiones ni disponen de una simple guitarra para entonar y acompañar los cantos. Hay que saber ser modestos cuando se es poca gente y sacar provecho del intimismo, la comunicación personal casi secreta y el compromiso individual que puede seguirse a un encuentro de tal tipo. Cree también el autor que los textos pueden tener también utilidad para una lectura individual, en soledad. Como son fruto de su vida íntima, interior y sincera y, por encima de todo, de la ayuda de Dios que nunca le ha faltado a lo largo de su vida,  con toda seguridad aprovecharán a algunos.