El rostro humano de Jesús

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

 

 

Muchas veces, estoy seguro, se nos ha ocurrido pensar cómo sería el rostro de Jesús, en esas múltiples situaciones que le ofrecieron la única oportunidad de visualizar para todos los humanos, el esplendor de la gloria humana salida de Dios, en el momento de su manifestación entre nosotros, en la idea de que no podemos en otras múltiples circunstancias reconocernos en nuestro mundo interior, ni tampoco queremos encontrarnos con nosotros mismos, y menos, casi siempre hoy, con el rostro de ningún hermano o compañero, de forma que podamos alegrarnos y poner las bases de un encuentro humano de verdad desde donde podamos empezar a crear mundos originales y nuevos, a creer en nuestra personalidad y elegancia, y por qué no, en la gente y en general, en la humanidad entera. Por eso es que nos hace falta un rostro nuevo, muy conocido, por supuesto, pero que hace la diferencia y vincula su vida con nosotros de tal manera, que conociéndolo cada día más, y buscándole desde nuestra interioridad tan necesitada, por esa tierna y brillante mirada de su rostro, por ese encanto que su presencia provoca, nunca jamás, estoy seguro, le abandonaríamos.

Durante estos días de resurrección, muchos de nosotros, tal vez, hemos también pensado, viendo la preocupación que evidentemente aflora en Jesús por sus discípulos, que su nueva vida, transformada, a la vista de los que le esperan y quieren, mujeres y apóstoles, tan amable y natural como le ven, tan dispuesto a satisfacer sus necesidades, incluso impertinentes e irracionales, como la de Tomás, que su vida no es más que el talante entregado de un hombre – Dios, cuyo rostro respira encuentro y la satisfacción natural de ver a los que siendo amigos, hasta entonces, la duda de una acción que nunca creían ellos poder saldar con compositiva actitud, ya que nunca entendieron su muerte en la cruz, y naturalmente podía correr el riesgo de perderlos… Pues aquí tenemos a este Jesús, extraordinario que se plega a todo lo que en el corazón de los apóstoles vive, a pesar de todo, y porque en el fondo de su compasivo corazón es capaz de comprender hasta donde llega el limite de nuestra propia miseria, y porque, como somos, es un hecho que le quieren y le aman y desean verle, cómo no, entre otras razones para solventar sus dudas y recibir de su Señor el don de su amor salvador, el sentido total de su Reino, y la alegría de esa nueva Iglesia que está apunto de nacer, que da a Jesús el mejor contexto de una divinidad que tanto les costó entender a los suyos, y que tanto necesitaron, pero que ahora les aparece claro, como el rayo del sol que cada mañana iluminando sus vidas, recreando su rostro y contestando a la alegría de este Dios Creador que con tanta presencia de salvación en Cristo, su Hijo amado, les da su corazón, y por fin, unidos, son para siempre el testimonio más claro de la verdad, del amor, y de lo bueno,… todo lo bueno que este Jesús trajo para sus vidas, en su rostro revelador de lo que es Dios, y de todo lo que de divino, el hombre, tiene de Dios.

Me parece, sin embargo, que si del Rostro de Jesús se trata, me podríais decir que le vamos a encontrar en muchos lugares, e incluso que en múltiples pinturas donde el nombre del cuadro es, con un rostro, por supuesto, bien pertinente y elegante: SE BUSCA. No me cabe la menor duda de que pensáis que tenéis razón, pero, de verdad, lo humano de Jesús buscarlo en las imágenes, o en los cuadros, o en las puestas de sol, o donde queráis, me da, que va a ser difícil, porque por muy bueno que sea, y no dudo de que algunos cuadros lo son, no va a tener el encanto, la eficacia, y hasta la dulzura y frescor que sus palabras nos entregan en los Evangelios. Efectivamente, el rostro de Jesús son los Evangelios. En los Evangelios vemos la puntualidad de los gestos de Jesús, escuchamos sus palabras y contemplamos su vida entera, pues vemos su corazón que palpita cada vez que se encuentra con una necesidad humana, para darle el color del verdadero rostro de hombre, desaparecido por el pecado, pero arropado en las palabras de los que le suplican, y le piden, seguros, que por cierto nunca falla, la acción de este Jesús que ha venido, son sus palabras, a librarnos de la esclavitud, de la injusticia, del desamor, y para dar a los pobres la salvación. Y todo esto lo encontramos vivo, en la visión, que con calor y cariño, como el que tenían a su Jesús que conocieron algunos, al menos, y amaron profundamente todos, los Evangelistas nos han legado a toda la humanidad, y para siempre, en la seguridad de que nosotros sepamos apreciarlos y venerarlos, a ellos, y al Jesús que ellos nos entregan, con el corazón en vilo.

En los Evangelios, por ende, debemos mirarnos si queremos reconocernos, e incluso, aceptarnos como somos, para empujar hacia donde vamos, que en muchas ocasiones no lo sabemos y hacemos inconscientemente, pero en otras, no cabe la menor duda, de que con conciencia agresiva y mordaz, de hecho, deshumanizamos nuestro ser, que ya no se ajusta ni a la familia ni a la responsabilidad en general, rota en la desventura de ese egoísmo feroz que mata toda relación humana, y por ende al hombre desde dentro, porque nos miramos en los espejos de una cultura divisiva y profundamente egoísta que nos esta queriendo cercenar la vida.

En los Evangelios podemos fascinarnos contemplando por ejemplo el nacimiento de Jesús, y qué maravillosas virtudes podemos aprender, con solo vivir unas Navidades medianamente cristianas. Pero es que, en verdad nos llama la atención que siendo Dios quisiera hacerse hombre, y muchos de nuestros hermanos, esto todavía no lo entienden, y se quejan de que no tiene sentido un Dios hombre, claro también tengo que añadir que estos hermanos nuestros, no viven su humanismo en comunión con la verdad objetiva, que cualquier filósofo o teólogo aprecia y defiende, sino que se entregan al mundo científico, la inmensa mayoría desde una visión subjetiva, en la seguridad de que ahí van a tener todas las soluciones de lo humano, que ellos precisan, sin pensar que la libertad última, desde la que el hombre se reconociera señor del universo, dando el sumo sentido a todo lo humano, sin dejar en el corazón del hombre el más mínimo vacío, que en el siglo de las luces nos prometieron, todavía no la hemos visto. Pero si hemos vivido la grandeza que nos da su presencia real con nosotros, y la luz de ese rostro que ese expresa en camino, verdad y vida, y nos deja una paz incontenible que nunca puede dar, y menos desmentir, la cultura que hoy quiere matarnos el amor.

Claro, que si algo se ve en este nacimiento es precisamente la humildad, la ternura, el desprendimiento, y la obediencia, es decir el sentido que de lo humano Dios quiere aportar al hombre, para que viéndose en El, aprenda a sentir humanamente y a vivir desde la experiencia que El nos da, de la vida que El quiere que vivamos, recordando aquel momento maravilloso de la creación, cuando salimos de sus manos, capaces de vivir, gozar y sentir desde El, y hasta como El, y así sentirnos innovados y fuertes, para hacer lo que ese Rostro divino nos enseñó en su vida histórica, que vemos en los Evangelios, donde todo lo verdaderamente humano, capaz de transformar la necesidad del hombre que le suplica, y que en cada situación confronta, dándole su sentido más genuinamente humano, que cabía en sus acciones, llenando de satisfacción al que con humildad se había acercado a su providencia, se cumple. Este es el Jesús de Rostro transparente, el que no tiene jamás segundas intenciones, el que pregunta claro y responde directamente, el que da siempre la mano sin quedarse con nada en ella, el que te mira para salvarte, el que se hace don para que tu aprendas a cumplir tu palabra, y puedas ser el don que los demás esperan de ti, porque hace tiempo se lo prometiste.

Pero lo maravilloso de este Rostro es que allí donde aparezca una necesidad humana allí se transforma en cumplimiento y entrega, dando la mano a todos los que con sentido de hombre perdido, se le presenta a Jesús buscando el camino al encuentro consigo mismo, llámense leprosos, que por cierto vivían tratados como animales, o paralíticos, y eso Jesús no lo podía consentir y se veía en la necesidad de curarlos, insertándolos de nuevo en la sociedad a la que pertenecían, como hijos de Dios, y hombres que eran, imágenes del mismo soberano Señor. Y porque ellos no estaban enfermos porque hubieran pecado.

Qué verían, los que querían a Jesús, en ese Rostro maravilloso cuando estando cerca de su pueblo, predicando en Cafarnaún, no pueden llevar un enfermo paralítico, por causa de la multitud, y deben perforar el techo de la casa para presentarlo a Jesús, y cuando Jesús le ve, lo primero que suelta de esa su boca divina es el gesto de su corazón misericordioso que lee también, la interioridad vacía de cada uno de nosotros, para anunciarle que sus pecados quedan perdonados. Y para los de buena voluntad, porque todos no la tenían, qué alegría y satisfacción cuando le oyen argumentar, pues para que veáis que el hijo del hombre puede perdonar los pecados, joven, a ti te digo, toma tu camilla y vete a tu casa.

Y es que aquí queda plasmado ese corazón de oro que antes que nada busca la paz interior de cada uno de nosotros, para darnos en la diana de nuestro ser personal donde no entra nadie, si no es El, y desde donde podemos darnos cuenta de cuánto vale la paz, y ese mundo valioso e interiorizado nuestro, y reflexionado con la paz, precisamente, y por eso, perdona los pecados, los nuestros y los de todos, y los de la Magdalena, a quien convence y subyuga, permitidme el término, de tal manera, que en adelante no tendrá otro Señor, y no querrá otro amor que no sea la persona misma de Cristo. Qué de extraño tiene que a la hora de la verdad, Cristo se apareciera a esta mujer antes que a nadie…

Que Rostro tan sin igual vio la Samaritana en aquella charla tan sorpresiva y original, que imprevistamente tuvo, con aquel que le descubrió todo, y corriendo al pueblo, ya enamorada de Él, estoy seguro, les dice, he visto al Mesías, y me ha dicho esto y aquello y me ha descubierto absolutamente todo, y en aquel Mesías ve el rostro tierno, compasivo y misericordioso del corazón de Jesús. Ahora sí podemos decirlo con toda verdad, que le ha robado el alma, ese rostro translúcido que le mira, la transforma y la quiere para El.

El Salmo 4 nos dice: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”, y todos sabemos que los salmos son cantos de oración y de encuentro con el Señor. Deberíamos recitarlo todos los días, para que él fuera la puerta abierta al espíritu de los Santos Evangelios, donde si cada día leemos nuestra partecita, y nuestros versículos, estoy seguro que acabaremos por saber a la perfección donde se encuentra el rostro del Señor, y, sobre todo, cómo es ese maravilloso rostro, compasivo, tierno, misericordioso, y abierto a los demás, que ha atraído a muchos y a subyugado a tantos para nunca abandonarle. Porque conocer a Jesús es el tema por excelencia de todos los Evangelios. Y contemplar su rostro, ya aquí, entre nosotros, tiene que se nuestra más lúcida y responsable aspiración humana. “¿Quién nos hará ver la dicha si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?” continúa el Salmo, y es que en verdad, esa paz que todos buscamos solo nos la puede regalar El, que ha sabido ser don para todos, y cómo no nos va a dar la paz. En paz me acuesto, y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo. ¿Verdad que es bella la terminación de este bonito y expresivo Salmo 4?. Pues ahí vamos, mis queridos lectores, no me digáis ahora que este es un tema difícil. Todos ahora sabemos donde podemos ver la imagen más real, es decir su rostro, y desde este momento estoy seguro que vamos a encontrar el ánimo para parecernos cada día más, y reproducir amorosa, tiernamente, y como amigos de El, su rostro a los demás.