Y qué hacer con lo correcto

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


No cabe la menor duda de que podríamos ser correctos en la vida, siquiera fuera con los más cercanos a cada uno de nosotros, por lo menos, con nuestra familia más nuestra, nuestra esposa, nuestros hijos, nuestros mejores amigos. Pero lamentablemente esto de la incorrección no tiene término, y me da la impresión de que a cada momento nos hacemos más groseros mutuamente, y lo más grave, ni nos damos cuenta de que nos estamos pasando, y destrozamos nuestras vidas, como si ellas no tuvieran referencias concretas en que apoyarse y a las que respetar, sobre todo, para asegurar nuestra identidad, que es nuestra, y al escapársenos,... como que se nos va lo más nuestro y de alguna manera nos perdemos.

Y claro, no es que la corrección sea difícil de entender, porque, hasta cierto punto debería ser recíproca, es decir lo que tu das, recibes, hablas con corrección y te responden de la misma manera, y debe llegarse a entender que así tiene que ser la vida, pero evidentemente, hoy, esta manera de hacer las cosas, no nos sirve, por razones claras de destrozo de la vida familiar, pero para colmo la corrección tiene una conexión profunda con la moral, y esto ya es otro cantar, porque además de no tener la oportunidad de estudiarla, porque estas cosas no interesan a casi nadie, no dan dinero, es que tampoco se abre el campo personal cuando al abandonar la casa de mala manera, lo que menos nos preocupan son esa cosas que llamamos “formas” humanas, y desde luego la oferta que encontramos en la sociedad de amigos o amigotes, nada tiene que ver con valores humanos, y sí con la ambición, el descontrol, y el irrespeto a uno mismo, y a los demás, hasta tal punto que eso va disecando nuestro mundo, casi sin darnos cuenta, y en adelante no sabemos a qué atenernos con este tipo de criterios, que llegan aparecernos obsoletos, y desde luego, incompatibles con la vida de hoy. Tan descarada es la vida hoy en lo que se refiere a criterios de vida correcta.

En principio no sé por qué no debamos actuar en la idea de que todo lo que hagamos debe ser correcto. De hecho la conciencia de cada uno pide una identidad en el pensar y en el hacer. Dependiendo de esto el futuro de nuestros hombres y mujeres, que se sienten cobijados, y fuertes para dar las respuestas adecuadas a las múltiples preguntas que la vida pide hoy, van a tener que dar el do de pecho, si quieren hacerse un futuro para ellos en consonancia con eso que entienden que es lo correcto. Por supuesto que es la familia, la encargada de ir haciendo que esto se tome con normalidad en la casa, sea un hecho en el hogar, hasta que la conducta de nuestros hijos se convierta en convincentes hábitos que enriquezcan el interior de cada uno, y les ayuden a responder en, cada caso, con la elegancia del fuerte y el toque del sabio, que se sabe seguro, y recibiendo, además, como paga, la más humana y responsable alegría, que este modo de obrar conlleva, pidiendo, incluso, muy desde dentro de nuestro ser, ese gesto noble de poder agradecer, a los que nos lo han enseñado, la preparación que, de suyo, ello conlleva, cuando nos enfrentamos a las primeras responsabilidades concretas que en el trato abierto y desenvuelto con los demás, aparecen no solo correctas, sino como deben ser.

Un deber ser humano, de verdad, en el que se vierten los sentimientos, con todo lo que acompaña a la acción, en la seguridad que les da saber que están al servicio del ser de cada uno, y que en sus hábitos familiares les va convirtiendo en hombres, al proyectar su personalidad joven en un contexto de autoridad donde se pone lo que se tiene al servicio del bien, de lo que entendemos que es correcto. No podemos guiarnos nunca por los sentimientos solos, ellos nos traicionarrían fácilmente, por la sencilla razón de que son ciegos, y no proyectan un pensamiento que concierna a la acción que vamos a desarrollar, simplemente están ahí, y en todo caso debemos sabernos imponer al mundo de los sentimientos, y poniéndolos al servicio del yo personal, constatar el estado de conciencia nuestro, para que nunca nos jueguen, como se dice, una mala jugada. Kant pedía para la acción que fuera objeto de un deber absoluto, captado, por supuesto, por nuestra razón, a la que nos deberíamos con absoluto respeto, y solo a ella, lo que llevaría a representar en la mayoría de las oportunidades una especia de caricatura humana, y para colmo, demasiado fría, porque de hecho la razón es fría, pero eso, sería partir y, aún destrozar, la realidad del ser humano; las pasiones y los sentimientos no aportarían nada a la acción, lo que es un error muy caracterizado, porque lo cierto es que nuestro yo personal debe obrar siempre entero, como es, con sentimientos y pasiones, y miedos y esperanzas, y por ello cada acción debe integrarse con todo lo que el ser humano es y aporta, a las situaciones diferentes en que se desenvuelve. Ello significa que si los sentimientos, y hasta las pasiones, no pueden guiarnos, sí deben acompañarnos para dar un sentido de identidad personal completa, y de seguridad total en lo que hacemos, como realizado por el hombre tal y como es, que con sus sentimientos da color, calor, y su caracterización personal, a lo que lleva a cabo.

La vida correcta, por ende, caracteriza más que todo a la acción moral, es decir, a la que se llega desde una conciencia sana y libre, abierta al bien, e incluso a la realización de la felicidad humana, desde una visión seria de lo que Dios quiere de nosotros. Hoy, esto no es muy común entre los hombres, como no lo es la corrección, porque me da la impresión de que ambos términos, van profundamente implicados, y por ello, al caer una, se desintegra la otra, pero no debemos olvidar que el hombre se debe a Dios, y es desde ahí, desde donde quisiéramos habilitar los principios más a adecuados a todo lo que tiene que ver con nuestro ser humano, como ser que se mira en la perfección, a la que el mismo Señor nos llama. La corrección humana debe conllevar la alegría, el desparpajo, y la novedad en lo que llevamos adelante, precisamente porque ese debe ser el talante, más satisfactorio y remunerador para el que se atreve a obrar desde estos principios, por, otra parte, tan claros a la hora de saber lo que debemos hacer en nuestro mundo de relaciones humanas, empresariales, y de servicio o de oficina.

Este modo de hacer transformaría nuestra manera de ver y de sentir. Porque se hace evidente la necesitad que hoy tenemos de estos cambios que afectarán a nuestro modo de ser, para poder activar en cada hombre esa necesaria coherencia con el bien, y desde ahí mirar a nuestro hacer con la alegría de pensar que tendrá un futuro mejor que el actual, al podernos ilusionar con que lo correcto tiene una razón de ser. Una razón profunda que nos lleva hacia dentro, donde aprendemos lo que somos y queremos en función del ser de futuro, es allí donde de verdad vemos lo que apremia y nos conviene, porque en el fondo se mira lo que uno quiere ver, el rostro que me interesa, porque su toque me ayuda, la mirada que me arrebata, o la expresión fascinante que me alienta y empuja a lo mejor, y ahí podéis ver el valor de una mirada humana que se preocupa de su medio, y lo transforma. Pero el sentir debe ser también nuevo en el mejor de los casos, porque si el ser alienta por lo mejor, nuestro sentir se hace creativo, y proyecta ese rostro nuevo de la realidad que convence y atrae, retrato alucinante de nosotros mismos, pero desde esa condición nueva, la de nuestro ser, que acuerpa y acoge en la mejor expresión de abrazo, que dibuja siempre una idea de perfección y de encanto, porque a todos nos place y nos toca muy a lo dentro, con acentos de satisfacción cumplida.

Os habéis dado cuenta de cómo en una simple reunión, incluso casual, expresamos lo mejor de nosotros, cuando al encontrarnos nos empujamos a recordar ciertos momentos en que gozamos juntos. El encuentro nos lo pone todo a la mano, se ilumina por sí mismo, y buscando razones importantes de nuestro acontecer pasado, asentimos con las conversaciones que nos fascinaron, los planes que conformamos, y que todos parecían sencillos y reales, y llenos a rebosar con el gozo del momento que la fortuna nos ha ofrecido, nos abrazamos, empujados por un fuerte resorte interior que nos lleva a ello, como antaño, envueltos y arropados por el azul de visiones que se agolpan y se asientan en el fulgor y brillo de esa palabra, casi mágica, que tantas veces pronunciamos y escuchamos: “correcto”, que nos brota henchido, con su momento expresivo de satisfacción, capaz de resucitar todo nuestro ayer histórico, haciéndolo verdadero y hasta atractivamente contrastante.

Lo correcto debe haber tenido significado en nuestras vidas. Claro que sí. Lo correcto tiene que habernos hecho explotar en sonrisas elocuentes y gratificadoras, afirmación posible de que la felicidad fue un hecho, y con ello todavía posible, pero sobre todo debe recordarnos que entonces éramos diferentes, más sensatos, responsables, como quien cree en sí mismo, y hasta podíamos sonreír a la vida, y ella nos sonreía, cosa que hoy nos resulta francamente difícil, si no imposible. Lo correcto pudo ser la afirmación de ese ser que queríamos para siempre, que se poseía entero y se afirmaba en cada situación porque lo positivo del ser se imponía como por encanto. Lo correcto tenía un nombre con su fuerza apropiada, y talante empujador, tal vez el tuyo, y te hacía lumbrera y esperanza para los que contigo vivían, en la seguridad soñada de que tu nobleza creativa y hermanada, prometiera lo mejor para todos los que contigo expresaban sus emociones de confianza envolvente y firme, y tuviera futuro. Todos creían y soñaban que siempre fuera así.

Hoy, mis lectores, lo correcto es excepción. Hay mucha corrupción y mentira, pero sobre todo cansancio y aburrimiento a nuestro alrededor,... ¿ No sería posible que esta situación que nos desmiente lo humano como tema, nos molesta y nos vacía, estuviera a punto de irrumpir con la sensatez en la mano, intentando cambiar lo que fue causa de muchos sueños, pero que, a la hora de la verdad, nada positivo ofrecen sus encantos?. Tendríamos que hacer algún esfuerzo, porque nada conscientemente buscado y soñado con el empuje y atracción de lo verdadero, se deja con la alegría que vivieron los momentos del enganche, al contrario, la frustración es un retén cauteloso, y no se consigue darla de lado con solo pensarlo, si las manos están atadas, y sin la fuerza usual para el encanto... mas, si es correcto lo que buscamos, estoy seguro que tendríamos que ayudarnos unos a otros, los que estamos cerca, en esta misión de rescate de los valores, y entonces sí, con la alegría de la presencia amada de otros tiempos, y el esfuerzo reconocido por encontrarla ahora, podremos dibujar en nuestras vidas nuevos horizontes, tal vez los soñados en otros momentos fuertes, pero idos, que, con no, mucha historia nueva, sino con hechos continuados y hermosamente sugerentes en cada caso, comenzarán a ser pasión renovada por vivir juntos, e ilusión encontrada por hacer ese mundo real, que al fin sabemos qué es, y empezamos a hacer nuestro, con el gozo de lo reencontrado, que tiene que ver, sin duda, con la idea y el sabor de lo correcto.

Parece todo un sueño, mis queridos lectores, pero si el hecho real es que lo necesitamos, y quién no está convencido de que la corrección hace falta ya en nuestros hogares, ¿por qué no ponernos a soñar con la fuerza de nuestros mejores momentos, en la seguridad de que ella nos traerá la realidad, es decir, lo que necesitamos para la felicidad de ahora, y que no puede ser otra cosa que volver a jugar con la corrección en nuestras vidas, al servicio de los que amamos?....