Y la generosidad ¿qué pasa con ella?

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


La generosidad es también un punto demasiado negro en la relación cultural o religiosa de los hombres de hoy. Debiendo ser una condición primaria del hombre, dado, que ahora, pareciera sentirse en desventaja, al mirarse en los demás, que no nos invitan a nada superior, pues nos vemos a través de nuestra pequeña historia humana, un tanto desarticulados y torpes,... lo cierto es que si algo priva hoy, es justamente esa pobreza generalizada de sentimientos toscos y hasta bárbaros, que envueltos en una manta feroz de egoísmo, destruyen lo humano, atisbo de injusticia muchas veces disimulada, y, en todo caso, de una falta de consideración indiscutible al medio en que vivimos, y profundamente significativa como deficiencia atroz, a los demás.

Hay una paradoja humana, hasta no ir más allá, que de alguna manera reduce el ser a su propia estatura, y debería hacerlo más sensato y correcto, y es la confirmación histórica y personalmente asegurada de que más se gana dando que recibiendo. En todo caso la regla de oro de la acción humana: “no quieras para los otros lo que no deseas para ti”, tendría que ser una especie de revulsivo para todo hombre, que nos pusiera a tono con lo que, dada la exigencia situacional, deberíamos hacer en las ocasiones diferentes que normalmente se nos presentan. Y es que esa actitud interna desde la que nos aceptamos como cercanos y en paz con nosotros mismos, y en el mejor de los casos casi identificados con la bondad, cuando de hecho hemos podido cerrar una llaga abierta y profunda, desde la generosidad que se nos ha presentado de actuar en el momento preciso, y con los efectos deseados, vuelve a dejarnos en ridículo, el experimentar la armonía de nuestro ser, ahora, frente al pensamiento, también claro, de que tantas veces hemos desechado y hasta desestimado el mandato interno de ser generosos con nuestros compañeros y amigos.

Si, en consecuencia comparamos la verdad del hecho de ser generosos, con lo que en nuestros tiempos y a nuestro alrededor sucede, nos vamos a encontrar con que la lucha exigida para el triunfo y el logro de nuestras pretensiones, se va haciendo a cada momento más tormentosa y espesa, por esa falta de coherencia en nuestras actitudes, que nos traicionan, porque nos olvidamos con facilidad de ese principio tan locuaz, claro y evidente, a la luz de la historia y de la razón humana, de la generosidad. Y es que claro, no puede ser de otra manera, pues no podemos negar nuestra condición de abertura a los demás, punto clave en nuestra relación diaria, que al ser una realidad, nos permite una identificación con nuestra propia realización, y desde donde, a no dudarlo, podríamos partir para intentar definirnos, y seguros de un conocimiento propio más serio, caminar poco a poco y con una visión clara de lo que estamos haciendo y queremos, hacia esa unidad del ser, que asumida, nos predispondría a la movilidad necesaria y continuada por conseguir, desde ahí, lo que se puede ser.

No es fácil desde luego esta lucha, pues siendo el bien, fundamental al hecho de ser hombres, ya que es la puerta de nuestras opciones, nos encontramos con que el mal, también nos acecha desde el primer momento asentado a nuestro lado, y digo bien, asentado, que no identificado con nosotros, pero que no deja, esta contradicción tan cercana a nuestra realidad, de ejercer sus pretensiones, en orden a imponerse y establecer sus principios, por otra parte, tan cercanos a nuestra debilidad egoísta, que puede ahogarnos la fiesta, si es que alguna vez hemos pensado en ella.

Me viene a la mente aquel joven que se presentó a Jesús preguntándole, con la intención, quizá, de sorprenderle, en su pretensión de creerse joven bueno, pues cumplía los mandamientos. ¿Qué he de hacer para conseguir la vida eterna? Y, Jesús, satisfecho y contento por la actitud que en principio demuestra el joven, le dice: pues, guarda los mandamientos. ¡Señor, todos ellos los he guardado desde mi mas tierna infancia!, le responde bien tieso y seguro, apuesto, el joven. Pero ahora, Jesús, mirándole con cariño le asegura, una cosa te falta. Anda, vete, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres; después vienes y me sigues... Y ante esta exigencia se dobló la supuesta grandeza de aquel joven, y volviendo la testuz y dándole la espalda, se alejó... Puestos a imaginar no sabemos lo que este joven hubiera podido llegar a ser. Lo tuvo todo en sus manos. ¡Por Dios, que el mismo Jesús lo mire con cariño, y que todo eso se rechace justamente por falta de generosidad...! Fijaros si la lucha es dura y exigente.

Franz Kafka nos dice: “ las dificultades para terminar aunque sea un breve ensayo no radican en el hecho de que nuestro sentimiento, para la terminación del trabajo, requiere un fuego que el contenido real de lo anteriormente escrito no ha sido capaz de suscitar por sí mismo, sino que dichas dificultades se deben más bien a que el más insignificante ensayo exige que el autor esté satisfecho de sí mismo y se pierda en su interior”. (Franz Kafka, Diarios 1910-1913, Lumen, Barcelona, 1975, pg. 287)

Es claro, y hoy sufrimos mucha dispersión y enfriamiento de nuestras relaciones, consecuencia evidente de esta falta de atención a nosotros mismos y más que todo a esa falta de interioridad que nos impide reconocer y vivir esa experiencia siempre nueva y redentora de la generosidad. Decidme si las injusticias evidentes que ahora nos agobian en casi todos los países del mundo, podrían preocuparnos, si nos hubiéramos dedicado un poco más a esta coherencia interna que la realidad nos pide, pero que la rapidez con que nos movemos, al favorecer nuestra irreflexión, nos impide ver incluso los beneficios que una generosidad libremente promocionada traería para nuestra sociedad, e incluso, para nosotros personalmente y los que queremos de nuestra familia.

San Pablo escribe a los de Corinto : “Os queremos dar a conocer la gracia de Dios que se ha manifestado en las Iglesias de Macedonia. Pasaban por una dura prueba de escasez y, sin embargo, su rebosante gozo y su extremada pobreza culminaron en la riqueza de su liberalidad. Porque según sus posibilidades (de esto soy testigo), y aun por encima de ellas, nos pedían espontáneamente y con mucha insistencia la gracia de poder participar en este servicio a favor de los fieles de Jerusalén”. Es evidente el fervor de la primera Iglesia de Dios, pero aquí no hacen más que confirmar la inmensa alegría que se recibe al dar. Lo que al mismo tiempo nos debe asegurar de que estas exigentes necesidades, y de todo tipo, hoy manifiestas en la sociedad, son lo que nosotros necesitamos para empezar a marcar pautas que restablezcan esa condición natural del hombre, hechas vida exigente en la generosidad para con los demás. No quiero dejar de citar las dificultades que los filósofos tienen siempre a la hora de presentarnos una ética para el mundo de hoy, que ampare tantas cosas que tenemos que hacer y hacerlas bien. El principio de la ética, dicen, está en correr ese pequeño campo entre el convencimiento de que puedo y el hecho de hacerlo. Ese es el fundamento de la libertad humana, el momento más grande del ser, ahí me siento el héroe de la situación que conformo y establezco. Pero más difícil todavía es aceptar al otro como el otro mío, mi imagen y semejanza. Cuando esto podemos hacer, creo simplemente que empezamos a ser hombres de verdad.

No me cabe la menor duda de que esta es la pauta que sigue el Señor al educar a sus apóstoles, la de la exigencia personal, la del servicio. De donde sacaría si no S. Pablo la fuerza para ayudar a la Iglesia de Jerusalén, que les dice a los de Corinto: “por lo tanto, así como sobresalís en toda clase de carismas de fe, de discursos, de ciencia, en toda obra de celo y en caridad que hemos puesto en vosotros, sobresalid también en esta obra de generosidad”.

Pero sobre todo vale la pena recordar cómo paga el Señor a los generosos. Pedro que tenía mucha confianza con el maestro, al ver lo difícil que lo iban a tener los ricos, y viéndose a sí mismo generoso con su entrega personal a Jesús, se atreve a preguntarle: Señor,... y nosotros que lo hemos dejado todo por seguirte ¿qué vamos a recibir? Y sorprendentemente, Cristo le responde: Recibiréis el ciento por uno, aquí en la tierra, con sufrimientos, y después la vida eterna. No olvidemos nunca que Cristo está educando a sus apóstoles, por ello es tan realista, incluso ahora, que trata de dar una respuesta evidentemente generosa a toda la humanidad que, siguiéndole, se entrena en su generosidad con los hermanos.

Nosotros podemos pensar que nos educamos los unos a los otros, pero es un hecho real que, en esta labor, necesitamos inculcar para ello, la exigencia de soportar el sufrimiento, y no como causa de desasosiego e intranquilidad, o de dolor, sino como camino necesario al rompimiento con el mal que nos ata, y que al identificarse con nuestra comodidad, inhabilita nuestros esfuerzos mejores. El sufrimiento, es una realidad que está ahí, cualquier esfuerzo por superarnos, lo supone, y nos debe alertar a verlo como condición humana natural al crecimiento señorial y personal. Jamás sin embargo, debemos temerlo, ni mucho menos verlo como un obstáculo a nuestra superación. Pero siendo un medio para obtener lo que queremos, no nos podemos quedar en él. Y la dicha y el gozo deben llenarnos cuando, a pesar de todo, podemos asegurarnos, que hemos conseguido lo que tanto nos ha costado.

La generosidad también duele, porque directamente se refiere a su contrario, el egoísmo de percibir, tal vez, que lo que tenemos nos ha supuesto una entrega nada común a lo que hacemos y logramos. Muy bien, pero nuestra forma de responder como educados, y mejor cristianos, e incluso de dar el ejemplo necesario a nuestros hijos, nos debe hacer entender que podemos prescindir de lo que tanto nos ha costado, si con ello podemos hacer felices a los que lo necesitan de verdad. Estoy seguro que así las cosas, gozaríamos de una vida que se nos haría verdaderamente original a cada instante, es decir, la vida se nos mostrará como ella es, para el goce y la alegría de participar todos, en ese principio generoso de que el que da, recibe siempre más.

No sé si he acertado con el tema. En lo que sí estoy seguro es en la necesidad que todos tenemos de salir de nuestro estrecho rincón humano, para darnos cuenta de qué está pasando en el mundo que vivimos, de las miserias, muchas de ellas absurdas, que nos rodean, y de la poca ilusión que, hoy por hoy, ofrecemos a los que más nos necesitan de verdad. Probablemente sea esa falta de visión, lo que nos esté perdiendo. En todo caso, al leerme, aprendamos a ser más generosos, hasta con nosotros mismos. La familia primero, después los demás, aprenderían a darnos gracias de corazón.