Y la felicidad,… ¿te dice algo?

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    

 


Hoy, es francamente difícil hablar de este tema, a pesar de que fue una realidad durante siglos, y yo diría que siempre de una manera o de otra hemos andado persiguiendo este realidad de ser felices, o si queréis de realizarnos en felicidad. Por cierto que San Francisco de Sales nos ayudó a buscarla y vivirla, pues eso es, ni más ni menos lo que defendía al escribir muchas líneas para configurar la teoría de que una vida devota era una especie de cheque en blanco a la vida eterna. Y sí parece que, a pesar de todo, eran más felices que ahora lo es la humanidad, y muchos, qué duda cabe, lo hicieron a través de una practica devota, que les señaló siempre el camino de una vida para hacer el bien y acostarse con él, en una especie de amor mutuo, que de hecho posibilitaba una integración personal constatadamente feliz y una práctica social más coherente con las tradiciones verdaderamente religiosas y humanas. Yo ahora hablaría más bien, de la vida feliz a que tenemos derecho los hombres, y que parece que en todo caso anhelamos, pero que de verdad sea por lo que sea, y son muchas las razones, no logramos conjuntar los diversos objetivos que la felicidad comporta, y consecuentemente ella, también está brillando por su ausencia en nuestros días.

Una vida feliz es un programa abierto a todo hombre que salta a este mundo en cualquier familia, pues es claro que, por naturaleza, todos queremos la felicidad en nuestro pequeño mundo de vida social, al menos, dejadme que os diga que yo la vivo, y de verdad me siento feliz, por más que hoy esté bien vilipendiado este tema de la felicidad, tan necesario, por otra parte, a nuestra existencia humana. Esta debiera ser una realidad, que nos llevara a hacer sentir a todos los demás que debemos gozarla y, sobre todo, educar a los nuestros, con la seguridad que nos da el hecho de saber, que la felicidad es posible y real, y hay que sembrarla, con los hechos, desde la más tierna infancia en nuestras casas y hogares y en los centros de formación, para que no nos sintamos con que, al contrario, es el desasosiego y la inquietud lo que priva en nuestra sociedad actual, ya que en la mayoría de los matrimonios no se tiene otra opción que la que nos da el secuestro de los sentimientos humanos, la deslealtad, y sobre todo la falta de ese compromiso mutuo, que salido de un convencimiento interior y serio, nos hiciera sentir la felicidad, por dentro, que salvara esta especie de situación trágica familiar, es un decir, esta situación en que nos desenvolvemos, y dic que vivimos para atormentarnos unos a los otros.

Por otra parte se sufre tanto en este pequeño mundo, hay tanta soledad al derredor nuestro, tanto joven abandonado a su mundo de impericia, droga, licor, y desesperación, que no escupen en sus acciones de vida otra cosa que su propio desprecio, y falta de estilo, y hasta sentir que nada de lo que hacen tenga sentido, al vivir la vida que el Señor nos ha regalado. En fin, tanto vacío por dentro, que uno se tiene que preguntar, pero…¿es posible, hoy, la felicidad?... 

Y sí, es posible, y debemos, en esta seguridad, luchar por hacerla nuestra. Ahora mismo estaba viendo una película francesa de un joven médico, en un pueblo, que es todo para todos, dando lo mejor de sí mismo a cada uno de los que a él acuden profesional y personalmente, y por supuesto, que todo el mundo va también a contarle su dolor, pues pareciera que por ninguna parte asoma su rostro, el ser de la felicidad, y aquí y allá una familia y otra, una joven y otra, solo cuentan en la vida con su infelicidad, que, claro, va decantándose con las palabras que el médico da a cada uno, y que saliendo de un corazón bueno parece que de momento todos se vuelven consolados, hasta la vez siguiente, que no es, por cierto, muy distanciada de la anterior, y que proyecta un problema de más hondura psíquica y personal, como puede ser el de una interioridad abandonada, no tenida en cuenta, y que exige la verdad, para saber a qué atenernos, y desde ahí, en todo caso, buscar una solución real, es decir personal. Es claro que la felicidad tiene que ver, al fin y al cabo, con uno mismo, esto no podemos negarlo, como personas que somos y elegimos libremente, y es siempre el resultado de un encuentro con la realidad de cada uno y su manera de responderla en la circunstancia precisa. 

Desde siempre se ha contado con el tema este, y la verdad es que, desde muy antiguo, lo trataron en principio los filósofos griegos, Sócrates, Platón y Aristóteles, y podemos decir que nos han dado una definición realista, que está acabando por imponerse en la filosofía moderna incluso. Y es bueno que la filosofía se ocupe de este tema ahora, pues debe ir por delante de la sociedad y de este siglo, esa es su obligación y objetivo, y hacernos ver la coherencia de nuestra actitud en buscar la felicidad, porque nos señala que efectivamente la necesitamos, y por supuesto si ella habla, nosotros debemos poner nuestra parte, para que en su sintonía demos con los caminos que nos llevan a encontrarla y hacerla vida nuestra. 

En Sócrates y Platón podemos decir que es el gran tema que provoca la discusión de cada día. Sócrates es ante todo un crítico de la sociedad en que vive. No le gustan los mentirosos que engañan a la gente y se aprovechan de ella. Por eso les ataca en público y les hace ver que la verdad es lo único que nos merece respeto, si queremos vivir en una sociedad que nos atienda, como hombres y humanos que somos. Todo esto, por supuesto, le trajo la enquina y enemistad de todos estos poderosos falsificadores de la vida, que, como sabemos, al final, se lo llevarían por delante en un juicio injusto que le suposo la vida. Pero lo interesante es observar cómo, en aquel tiempo, en el ágora se reúne la gente, ávida de escuchar esto, que siempre es novedad para el hombre, ¿cómo puede ser el hombre feliz?. Y él con su sistema mayéutico, es decir, preguntando y esperando la respuesta del sorprendido embustero, hacía feliz al público, pues de alguna manera se sacaba de dentro la ponzoña y rencor que esta situación les creaba. Y qué bien hizo a la sociedad este hombre bueno, Sócrates, que por pensar y hacer pensar, no mereció otro premio que la muerte. 

Platón con su “banquete” nos da una muestra de cómo hablar de la felicidad, por más que al final no supiera en este caso darnos solución clara del camino a ese verdadero encuentro con ella. Es Aristóteles el filósofo que más influencia está teniendo hoy día en la reintroducción de este tema en la cultura que hoy vivimos, el que con su obra Ética a Nicómaco, la define como religada íntimamente a la virtud, de modo que virtud y felicidad son dos términos muy afines, o muy hermanados a la hora de pensar en nuestra propia felicidad. Claro, con el pensamiento puesto en la finalidad del hombre, es decir, demostrándonos que el hombre es un ser transcendente, idea que Aristóteles reafirma, porque sin esto, la verdad es que no habría horizonte humano serio. Que esto, ni más ni menos, les ha ocurrido a algunos pensadores de hoy, y por eso han llegado a creer, que, para qué el hombre necesita estas martingalas. Ahora bien, si miramos cómo está la feria, diríamos que no se trata de martingalas, sino de valores que urgentemente necesitamos poner en su sitio, si hemos de cambiar a mejor, que buena falta nos hace.

Y esto es lo que a nosotros nos hace falta hoy. Hasta me imagino que es cuestión de saber ahora qué es la virtud, pues no hemos vivido con suerte a la hora de aprenderla en nuestro hogar, bien por la falta de práctica de nuestros padres, o porque nunca se preocuparon de enseñarnos, que hoy es lo más normal, es decir abandonaron el tema de la formación de sus hijos, porque no lo creyeron oportuno, pensando que ellos se valdrían por su cuenta, o más bien, porque juzgaron que darles todo lo que ellos les pedían o necesitaban, era lo único necesario a la hora de la verdad en el hogar. De hecho, ahora escuchamos hablar de sacrificio y esfuerzo, y me da la impresión de que hay un público, sobre todo una juventud, y esto es muy grave, que no está por ello, que no cree en esto tan humano, de sacrificarnos unos por otros, de darnos unos a otros, de hacernos don para todos a través del amor que Cristo nos enseña y exige que practiquemos, sino que en seguida nos defendemos contra el intruso que se atreve a hablarnos de semejante esfuerzo, o cosa parecida, en un mundo y en circunstancias como la nuestras, en las que tenemos todo, con la facilidad que la vida le da a cada uno para hacerse con ello. Y este argumento que parece verdad para algunos, convence a muchos que no sienten necesidad de interiorizar sus virtudes o vicios, y no se dan cuenta de que la virtud es cuestión de reflexión y esfuerzo, de repetir y reiterar la acción que queremos buena, de la virtud que sea, o de lo que se trate, hasta sentirnos satisfechos con lo que hacemos. Después, se siente uno, de verdad, feliz.

No me cabe la menor duda de que tenemos que cambiar, si la felicidad tiene que representar para nosotros, algo más, que ser un nombre bonito, o una buena aspiración, y queremos, de verdad, hacernos con ella. Pensar que un ser divino, deja su cielo particular, para venir a hacerse hombre, y salvarnos, haciéndonos felices de verdad a través de su entrega personal, una entrega tan singular que supone su muerte en Cruz, seguramente ahora nos dice muy poco y nos deja fríos, pero esto de pende de nuestra particular circunstancia, lo que de verdad siento, y convengamos, además, en que nadie ha hecho una cosa igual. Y que siendo Dios, lo hizo, para que aprendiéramos que si queríamos ser hombres, deberíamos seguir su ejemplo, es decir, aceptar el sacrificio como camino de maduración, y formación humana, que no es otra cosa que sabiendo lo que necesitamos como hombres, trabajar con fuerza por ello, hasta que estemos seguros de haberlo conseguido. ¿Creéis vosotros que Cristo se hizo hombre, por otra razón diferente? Y si no, cómo, diablos, pensar en la felicidad, o que, en todo caso, podamos hacernos felices, de verdad, sin contar con Él.