Venga a nosotros tu Reino, Señor

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Un tema que creo nos ha de motivar a vivir un escanciado humor a sabor de felicidad y sabiduría profundamente humanas, que engaña los caminos normales de los hombres, para hacerlos sentir bellamente humanos, transformados en cielo abierto a la realización que él nos promete. 

Cuando el Señor mando a los 72 discípulos a predicar diciéndoles que fueran desprendidos, cuando, contentos, volvieron contando las maravillas que habían visto salir de sus manos y palabras, el Señor les dijo: no debéis alegraros porque hayáis tenido éxito, sino más bien hacedlo porque vuestro nombre está escrito en el reino de los cielos. Con esto nos hacía sentir que la verdadera realidad del hombre, mal que nos pese, no es otra que la realización del Reino de Dios entre nosotros. 

El éxito, es la palabra mágica de hoy; todo el ser nuestro consiste, al parecer de estos hombres, que son muchos, en obtenerlo, y poder vivir así a sus anchas, dicen ellos, olvidando que nuestro espíritu necesita unas alternancias más profundas, que no tienen que ver mucho con este éxito, que olvida el ser en sí mismo y sus exigencias, que no entrañan una razón de fin, y se entregan a la baratija de sus apariencias. Hoy las apariencias son de todo tipo, pero también es verdad, que la felicidad se ha escapado de nuestros lares, y se ha escondido en espacios inaccesibles al desconocimiento de nuestra realidad, y, sobre todo, a la falta de decisión para el cambio, tan necesario hoy. 

Los discípulos, tampoco entendían mucho qué cosa era esta del Reino de Dios, y por ello se pasaron por delante, toda su experiencia de tres años, en Cristo. Necesitaron, como el mismo Señor les había dicho, de su mismo Espíritu para resolver este problema. Y hay que confesar, agradecidos incluso, que, a partir de aquí, todo cambió en su vida, y que de verdad la hizo feliz, si fueron capaces de dar esta misma vida por El. Los primeros cristianos también atestiguaron con su vida, haber entendido muy bien esta caracterización cristiana, vivir esa conformación humana que supone estar abiertos a la verdad, al amor, a la justicia y a la paz... valores del todo acreditados como esencialmente humanos, y divinos, y como pertenecientes al reino de Dios, fuerza específica de unos Cristianos que al vivir revelan la grandeza de un Dios que se les ha revelado en la historia como bueno y entregado, a lo que en su Padre, él ha llegado a entender desde la eternidad.

“El Señor reina por siempre jamás” se nos dice en el libro del Éxodo (Éx.15,18) y aquí lo que se celebra es precisamente la salida de Egipto y la conquista de la tierra, como manifestaciones poderosos de Yahvé rey. Mas tarde, Samuel, al presentarles el rey, les hace ver que han hecho mal en pedir un rey, porque su Dios solo es el rey de Israel: “Reza al Señor, tu Dios para que tus siervos no mueran; porque a todos nuestros pecados hemos añadido la maldad de pedirnos un rey” (1 libro de Samuel 12, 1-25). Y podemos decir, que, a pesar de las varias citas y Salmos, que nos manifiestan la grandeza de Dios y su realeza, este tema en el A.T. no es central,... y sí lo es, en la actitud histórica y en la predicación de Jesús. Jesús de Nazaret polarizó su misión en torno a la realidad del reino de Dios. Y no creáis que Cristo se paró a definir el reino de Dios. Probablemente todos sabían muy bien qué quería decirles el Señor con esta expresión, pero ella es, una alegre noticia, una nueva buena para todos los hombres: Dios viene al encuentro de la humanidad con su acción de salvación, manifestando su fuerza de libertador soberano.

Más, Jesús anuncia que el reino de Dios está entre nosotros, y claro, la grandeza de este tema se hace presente y salvación para cada uno de nosotros, cada vez, que porque nos sentimos cristianos, somos capaces de testimoniar que la verdad tiene algo que hacer entre nosotros, sin sentirse dominada por la rutinaria generosidad de la mentira, que todo lo socava; que el amor debe transformar nuestras mentalidades y abrirlas a la generosa conformación de la entrega, que la justicia tiene que hacer su casa entre nuestras familias cristianas, distribuyéndose de la manera más auténtica y señorial, y que la fe y la esperanza nuestras, son algo más, que un recurso fácil de la palabra, para manifestar lo que no vivimos.

Si recordáis, el Señor Jesús cuando enseñó a su apóstoles a rezar, a petición de ellos mismos, les dijo: cuando recéis hacedlo así: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino. No se le podía escapar a El el significado de lo que nosotros le pudiéramos pedir, que venga su reino sobre nosotros. Podríamos sospechar la felicidad que a nosotros nos llegara, si consecuentes con lo que rezamos, nos abriéramos del todo a la inmensidad de este hombre, Jesús, para el que tan fácil resultara hacernos vivir la presencia de su reino en nuestras vidas. Aquí cabría también recordar aquello que en el pozo de Jacob le dijo a la samaritana: si conocieras el don de Dios... y ella, tocada en su corazón se marcha al pueblo en la seguridad de que ha conocido al Mesías.

Y es que “si el reino influye en nuestro presente en cuanto exigencia de conversión, motivo fundamental de la bienaventuranza de los pobres y fuerza liberadora del hombre y del mundo, no deja de ser una magnitud de futuro último, la realidad destinada a revelarse plenamente en el día del Señor”. (Nuevo diccionario de Teología. Reino de Dios. pg 1429)

Por ello, mis queridas familias, cuánta debe ser la importancia que deis a esta petición del padre nuestro, para vosotros, ya que diariamente, al tratar de recitarla, no solo la gustéis como el mejor manjar a una vida espiritual profunda y de sentido de correspondencia humana, sino que insertada en lo más íntimo de vuestro corazón, sea el camino a ese avance diario en la perfección espiritual, en la vivencia del reino de Dios, que Cristo pedía a los hombres, como gran deseo de nuestro Padre. 

Me parece que nos hace falta una mirada al interior de nuestro ser, para descubrir lo bien que a nuestro personalidad humana le va, de hecho, el vivir las potencialidades del reino de Dios entre nosotros. La delicadeza de expresión y todos los gestos más humanos aparecerían como la forma más natural de acompañamiento a esta situación sobrenatural del desenvolvimiento humano mutuo, y empezaríamos a sentirnos a disgusto con lo que rechazara los presupuestos de este reino de Dios, y a pujar, por así decirlo, por ser los maestros de esta nueva perspectiva humana que Cristo nos aporta. Madurar, en una palabra, en la vivencia fuerte de Pablo: “porque Dios no sacó del dominio de las tinieblas para trasladarnos al reino de su Hijo querido, por quien tenemos la redención y el perdón de los pecados” (Col 1, 13-14)

Y esta es la forma más preciosa de documentar, al mismo tiempo, que Dios reina en nuestros corazones, en principio, y por supuesto en nuestras familias, como unas extensión real del domino de Dios sobre el mundo, donde tiene que aparecer como un dato fundamental de nuestra existencia humana testimoniada, que Dios está por encima de toda matemática y negociación, y que la creación, siendo la mejor llamada al mundo de su gracia, solo tiene sentido en sus manos, si nosotros, en nuestra fe, le alargamos también la nuestra, y al estrechársela, sentimos que estamos con El y trabajamos para El, realizándonos como hombres de verdad. 

Las familias así, qué bien se sentirían, si al mismo tiempo, al rezar, pronunciaran esas palabras divinas: Venga a nosotros tu Reino, Señor, y su interior se llenara de esa luminosidad que da, el saber que se está con Dios, al orar siempre con el horizonte del reino de Dios, entre nosotros.