Todos los Santos fueron hombres

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

 

 

Pues sí, la verdad es que todos los santos fueron hombres. Y no es que la frase tenga algo de original, pero sí que se hace evidente recordar el hecho, porque apuesto que alguno piensa que los santos son ultraterrestres, para darlos de lado, y en todo caso evitar la influencia que en algún caso concreto pudiérase inferir en nuestras vidas al toque singular de su fuerza, y en todo caso confirmar que su presencia nos es necesaria, si algo nuevo, y de alguna manera original, queremos crear entre nosotros, que tenga que ver con los valores espirituales del hombre.

No tendríamos más que recordar algunos de los hombres y mujeres que nosotros hemos conocido para darnos cuenta de que es verdad lo que acabo decir. Cuánta influencia pueden ellos tener en lo que hacen en nuestro mundo. De manera que se imponen cuando su acción se hace realidad, y no hay nadie que les discuta y menos se les oponga o les pare. Por ejemplo, la famosa santa para todos, Teresa de Calcuta, que ahora el papa acaba de beatificar, que ha hecho en la India con los pobres y abandonados, lo que antes nadie se había atrevido a realizar. Y lo hizo con autoridad y admiración de todos. De tal manera que ha llegado a ser una verdadera celebridad, y sobre todo querida y admirada por su talante sencillo y entregado, en aquel país, en el que su fama supera en todo, a los mismo políticos de los que se ríe con su acción creadora, pues siendo una labor que llama, sobre todo al político a la hora de su superación, ellos nunca la han tenido en cuenta y ha sido precisamente un alma y persona excepcional, mujer débil la que ha puesto el dedo en la llaga, y con su calor humano extra, ha transformado una realidad personal, que parecía imposible tocarla. Pero también nos ha hecho ver que es humano atender a esas personas desamparadas, dándoles una posibilidad de realizarse como hombres, y asegurándoles una autoestima personal que nunca antes nadie había podido dársela, y de esta manera hacerles tocar con sus propias manos la felicidad en este mundo, tan contrario, pareciera, a esta realidad.

La Sta. Iglesia, con razón, celebra en los primeros días de Noviembre, en concreto el primero del mismo mes la fiesta de todos los Santos. Y qué es lo que la Iglesia pretende con esta celebración. Pues algo tan sencillo como hacernos comprender, que ellos han llegado a la santidad porque se lo propusieron. Con su esfuerzo y la gracia de Dios llegaron donde están, e hicieron lo que en sus manos estaba con la fuerza y poder de Dios en ellos. El Señor nos dijo antes de partir que Él estaría con nosotros todos los días de nuestra vida. Es decir podemos estar acompañados siempre que nos lo propongamos, porque el Señor no nos falla y que consiguientemente también nosotros pudiéramos ser Santos. Así de sencillo.

Nuestra cultura en cambio ve las cosas de otra manera. Nos lleva a creer que podemos ser nosotros mismos sin el auxilio de nadie. Nos invitan a hacer lo que nos de la gana. Porque nuestro ser es realizarse desde nuestra propia libertad y ella es solo para sí, de modo que el hombre no puede querer otra cosa que no esté íntimamente relacionada con nosotros mismos, con nuestros egoísmos. Y así, no podemos dejarnos vencer por nada ni nadie, de otra manera no seremos nunca los hombres que queremos ser. Y en fin no podemos dejarnos manipular por nada ni nadie, y por supuesto tampoco por Dios, y como para ella Dios no existe, pues Dios no cuenta en nuestra cultura. Y lo que es peor, cómo nos creemos estas estupideces que aparentemente nos llenan, y apenas andamos unos metros en nuestra vida nos pasan la factura de nuestra infidelidad, porque en el fondo eso fue, infidelidad a los principios de la persona libre, infidelidad a Dios, infidelidad al matrimonio y a la familia, a los hijos y a nuestra vida. Y qué mal se pasa luego, si no sabemos, o no nos atrevemos a tomar el camino que perdimos…

En cambio nosotros sabemos la bondad de la fiesta de todos los santos. Ellos han trabajado como todo hombre su experiencia, desde una realidad diferente a la nuestra, es decir fundados sobre todo en Dios, y así han venido dándonos ejemplo de cómo se puede llegar a la realidad del mundo y transformarla, porque ese el tema, transformar el medio en que vivimos y hacerlo sencillamente más humano, que llegue para todos, y que todos se sientan animados a vivir la experiencia de la comunión de vida entre hermanos, aspirando a lo divino. Teresa de Calcuta nos ha gustado a todos, precisamente por su entrega, y no me digáis que lo que ha hecho en esa ciudad, y lo que sus hijas hacen en otras muchas ciudades y pueblos, no es transformar el terruño en que vivimos. Pero para ello han necesitado entrega, a partir de una fe profunda en un Dios que nos salva, y que a ellos, a los santos, les daba la seguridad de un amor profundo y convincente que les garantizaba su hacer de la mejor manera posible.

Esa nueva realidad que se arropa en la gracia de Dios, es la que debemos asumir nosotros para cambiar nuestra manera de mirar el mundo desde Dios, sin desesperarnos ante la realidad cruda que se nos avecina. Pero teniendo la seguridad de que podemos encauzar nuestras vidas en un orden espiritual adecuado, que proyecta Cristo de verdad en nosotros, si se lo pedimos y le buscamos. Es cierto que tenemos problemas, y muchos, en la familia, pero si sabemos que estamos invitados a ser santos, pues nos iremos haciendo a la idea de que tenemos que entrar en nosotros mismos, reconocer allí al Señor que nos habita y nos sustenta, analizar el qué y el por qué de lo que nos pasa, con pausa y detención, sin asombrarnos de los muchos problemas que nos aquejan, y en una profunda humildad, reconocerlos, que es muy bueno, para saber a qué atenernos, y al final de este examen, nos encontramos ya más tranquilos, nos vemos hacia dentro sin miedo, y, sobre todo, empezamos ya a saber de verdad, qué es lo que nos pasa.

Ahora y mirando uno por uno nuestros problemas, los iremos corrigiendo poco a poco, y uno por uno, nunca todos a la vez. Pero iremos sabiendo que tenemos una nueva vida, con su fuerza original, que nuestra sensibilidad como que se ha hecho humana, miramos a los demás con un sentido nuevo, nos importa mucho más la realidad de cada uno de los nuestros que antes los veíamos desde una nube que confundía nuestra casa y vida, y sobre todo nos hacemos a la idea de que es posible el cambio, pues nos gusta y sobre todo nos une. Nos da la impresión, por ejemplo, de que San Francisco de Asís se convirtió en un momento, cuando plantado ante su padre, y rechazando sus riquezas que eran muchas le dice, quédate con todo ello, que yo me voy a servir al Señor en pobreza. Allí la gracia le tumba, cierto, pero supo ir recorriendo su interioridad hasta dejarse saber que Dios habitaba en ella, sabiendo en cada momento que Dios le limpiaba completamente, en la media en que él ponía su esfuerzo personal, y poco a poco llegó a ser el “poberello” y el hombre entregado a los demás, y desde Dios, la admiración de todos. Por ello, nosotros debemos fijarnos en la medida de nuestro ser, para, poco a poco ir moderándolo para cambiar lo que nos rodea, sintiendo que vamos celebrando el ser nuestro, ya santo, porque otros, humanos como nosotros, ya han probado que definitivamente es bueno ser santo.

Pero es que además celebramos en este día otros muchos santos que nadie conoce, todos los santos que están en el cielo, pero que sabemos gozan de Dios en la eternidad la felicidad que ocultamente se ganaron. Por ende, la fiesta, es una motivación interior profunda y llena de esperanza en que nosotros también sabremos encontrarnos con ellos y con Él. Porque cuántos sencillos, hombres de cuerpo entero que nadie, tal vez supo apreciar su santidad, pero que callando, y con su pasito humilde se ganaron el cielo que hoy tienen, mostrándonos a nosotros una profunda y comprometida vida humana, y nos invitan a ser como ellos, sencillos, humildes, entregados, libres, y a la postre de verdad y señores, como ellos, de su realidad, llámese hogar, empresa o calle de Dios. Pues el ánimo que tanto necesitamos debe llenarnos el corazón en la seguridad de que cómo a ellos también a nosotros nos quiere el Señor para Él, y nos va a ayudar con toda clase de bendiciones, que en nuestro asombro no vamos ni esperar, pues de inmediato la generosidad misericordiosa de nuestro Dios, en su Palabra, se va a hacer presente, conociendo nuestros mejores deseos, y llenándonos, al mismo tiempo que nuestra vida nueva y alegre cobra el total sentido de Dios con nosotros, su vida.

Precisamente un santo de la Edad media, Balduino de Cantorbery, obispo, nos dice que “la palabra de Dios es viva, ya que el Padre le ha concedido poseer la vida en sí misma, como el mismo Padre posee la vida en sí mismo. Por lo cual hay que decir que esta palabra no solo es viva, sino que es la misma vida como afirma el propio Señor, cuando dice: Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Precisamente porque esta palabra es la vida es también viva y vivificante; por esta razón está escrito: Lo mismo que el Padre resucita a los muertos, devolviéndoles la vida, así también el Hijo dispensa la vida a los que quiere. Es vivificante cuando llama a Lázaro del sepulcro, diciendo al que estaba muerto: Lázaro sal fuera.

Precisamente eso es lo que os quería decir, que la palabra es transformadora para el que la recibe con corazón abierto y claro. Y en ella una luz sin ocaso iluminará a todos los santos, y un júbilo eterno será su parte. Y este júbilo es lo que celebra la Iglesia precisamente este día 1º de Noviembre en todos los santos, que además es cierto que nos invitan a nosotros a seguir su suerte, que puede ser más o menos recia y hasta difícil, nos imaginamos nosotros, pero que nunca deja de ser libre y hasta amable, pues el calor de Dios siempre va a estar con nosotros, y va a darnos esa seguridad que ahora nos falta para poder en todo caso hacer como el quiere, y contando con Él, todo es posible.

Me parece que deberíamos darle la importancia que tiene, a este bello día de noviembre, su belleza está en sabernos presentar unos cuantos hombres, mejor muchos hombres, que han sorprendido a la humanidad, dándonos a toda la humanidad, un rostro diferente al que estamos acostumbrados a recibir de los demás, la sonrisa, la mirada tierna, el hablar pausado e interesado por lo que reciben y pueden dar a los demás, la escucha, la ternura en los gestos, la felicidad de la vida, la mano alargada siempre, y sobre todo el bien y la verdad de sus vidas, entregadas de tal manera a la humanidad, de tal manera a todos nosotros, que me dan ganas de decir al mundo entero. Cierto, todos los santos son hombres, pero, si tan bien les fue a ellos, por qué no esforzarnos porque todos los hombres fuéramos santos?.