Sentido y valor del trabajo humano

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Ayer celebrábamos la fiesta de San José. Claro, él fue un obrero de la gubia y la madera, pero ahí encontró el secreto de su realización como ser humano. Evidentemente eso no hubiera sucedido, si su mundo de relaciones humanas hubiera llegado a ser de paja, pero como fue consciente de su situación, aprovechándose de ella, llegó a ser lo que hoy vemos, un ejemplo para todos los obreros, y para el mundo entero.

Creo que ya he comentado el tema del trabajo, pero hoy como que me siento con fuerza para hacer otro intento, y ver si efectivamente puedo desentrañar el problema del trabajo como referencia necesaria al hombre, si piensa ser lo que la responsabilidad en cada caso le pide.

Pareciera, en principio, como que estamos en desventaja con la naturaleza. Porque la verdad es que ningún animal tiene que plantearse, me imagino, este tema del trabajo. La naturaleza es pródiga, y así se muestra con el animal, de modo que no tiene que preocuparse por nada que tenga que ver con su comida u otras de sus necesidades perentorias.

Digamos, pues, que esto del trabajo es un tema neta y radicalmente humano. Y claro, al decir que es nuestro, y solo nuestro, tenemos que ser también coherentes, y, en la reflexión propia, entender el por qué de esta situación, que no nos hace de ninguna manera extraños o de cualquier manera disminuidos, por la cuestión del trabajo. Pareciera, sin embargo, que modernamente algunos así lo toman, sobre todo jóvenes, que entienden poco de su vida, por circunstancias que no son del caso comentar.

Todos sabemos que el esfuerzo es necesario a cualquier intención de hacer, o a cualquier acto hecho. Y digo intención, porque de todos es conocido lo que nos cuesta, a ratos, pensar en algunas cosas desagradables, pero que hay que hacer. Entonces se ve que el esfuerzo, o el trabajo, llamémoslo como queramos, -aunque el nombre de trabajo se da a una condición de responsabilidad clara- nos acompaña siempre. Es por otra parte un elemento integrador del ser humano, porque la conciencia asume con gallardía lo hecho de forma que me puedo sentir orgulloso de ello. Y al mismo tiempo me disgusta, si, por lo que sea, no he sido capaz de levantarlo, o lo he dejado de lado, haciéndome el tonto, como se dice, y dando lugar a una frustración humana, mía o de otros. El pueblo dice normalmente, que sin esfuerzo, no hay futuro. Y tiene razón.

Por tanto, el sentido de lo humano, está íntimamente ligado al hecho del trabajo. Es decir hace sentido el que nosotros trabajemos. Con el trabajo crecemos y maduramos como humanos. El que no trabaja que no coma, decía S Pablo. Por otra parte, dar sentido a una cosa, es extraer de ella la razón profunda de su ser, que como natural está ahí, para que yo la domine, y que a su vez, en mi acción, hecha con todo el respeto posible, y hasta con el mimo y cariño que la cosa pide, me otorga el don de la serenidad y la paz interiores, por haber respetado ese ser, logrando al mismo tiempo, lo que quería, o se pedía de mí. Digamos, por ende, que el trabajo es el secreto de cada una de las personas, y es desde donde uno se realiza, en verdad y responsabilidad. Por ello, también es importante acertar con el trabajo que a cada uno le conviene. No todos valemos para todo. Ni es conveniente, ni posible al hecho humano, que alguien se presente ante los demás, o se crea poder con todo. El tema no es sencillo, evidente, pero eso le pide a los padres mucha más voluntad, decisión y circunspección para ayudar a sus hijos, y acertar en el tema de su preparación para ser hombres.

No nos cabe, pues, duda, de que el trabajo es algo humano por esencia, cuyo sentido es pertenecer a nuestro mundo íntimo y real, que lo realizamos y que nos hace señores de las sociedades en las que crecemos, el hogar y nuestro mundo profesional, desde donde nuestro esfuerzo personal se hace carisma por así decirlo, y nos define como hombres para los demás.

Hablar del valor del trabajo es volver a mirarlo desde la profundidad de lo humano como tal. Efectivamente los hombres hacemos lo que en filosofía se llama juicios de valor que no son otra cosa que saber lo que las cosas son para el hombre. “ Se expresa en ellos la resonancia de la realidad en el hombre y la no indiferencia con que se enfrenta con el mundo; por medio de estos juicios estima y discierne apreciando lo que las cosas significan para él. ( Mandrioni. Introducción a la filosofía. Editorial Kapelusz Buenos Aires. Pg. 128).

No tenemos que hablar, hoy, lo que, para un hombre significa su trabajo. Perder el trabajo es como quedarse desnudo ante su propia realidad humana. Porque el valor, brota de la raíz misma del ser del hombre, y él sabe, que en el trabajo descansa, y hasta es la valoración de su ser en activo, y entendemos por ende, que la felicidad y entereza del mismo, viene supeditada a la existencia en él, o no, de este, como de los otros valores. El trabajo además es la demostración de esa nuestra manera de ser hacia dentro, y desde donde fascinamos a los demás, o sencillamente nos separamos de ellos, al ofenderlos con nuestro ineptitud. Es la disponibilidad del ser para los demás, aprendida al aire del amor de papá y mamá, a cuyo cuidado quedaba, vigilante, esa capacidad de nuestro ser y la despertaba hasta darle la fuerza de una responsabilidad entera, capaz de servir en la casa y en sus responsabilidades concretas, con la solvencia del hombre que, se siente, ser para los demás y valorado en su auto-estima, por los que le conocen y rodean.

El valor, por ende, se encuentra como os acabo de decir en la raíz del ser, frente a las cosas, que se vuelven ante ese juicio en apreciables o desestimadas, condición necesaria a todo ser para saber precisamente a qué atenerse, y sobre todo para poder darse, como don, a la hora de su verdad existencial en la relación humana. El bien, así, que nosotros hacemos en cada momento, podemos decir que toma su definición precisamente del valor que sabemos tiene tal acción, y desde donde damos vida a los que amamos, pero sobre todo tenemos una conciencia clara de que estamos madurando y creciendo, como nos corresponde a los humanos. El trabajo es por tanto un valor vital que afecta a toda nuestra realidad interior y afectiva, desde que somos conscientes, y que la mueve y transforma de modo que su contenido va trazando por así decirlo, el ser nuestro del futuro y logrando nuestro ser personal.

Lo que queremos decir con esto, es precisamente que debemos esforzarnos no solo en lo que solemos llamar nuestra responsabilidad de trabajo pagado, y que se constituye en un medio único para resolver las necesidades materiales de la casa, sino también, y si me apuráis, en primer lugar, sobre lo que sentimos como valor superior, el amor, al que hay que poner por encima de todo, y desde el cual, debemos definir el sentido más profundo de nuestro ser en relación, como familia. Y esto lleva a unas consecuencias, que hoy día no celebramos, lamentablemente, por ese nuestro afán de no descansar sobre lo que vale en término reales, sino sobre las apariencias, que vienen definidas, más o menos, por lo que el medio en que vivimos se expresa. Hoy, el consumismo nos tiene muy bien medidos, y la conversación se desarrolla sobre las posibilidades que en nuestros hogares, el dinero alienta.

Pero eso, no es muy humano, que digamos, y de hecho, en concreto, nos deshumaniza, lo que dice muy poco a favor de lo que realmente la sociedad necesita ahora mismo, pero mucho menos de lo que nosotros, como personas, podemos aceptar so pena de ver nuestros hogares destruidos, cosa frecuente en estos momentos.

De aquí, que como nos dice el ConcilioVaticano II debemos llevar esta creatividad de nuestro trabajo a todas nuestras acciones, incluso las más ordinarias. “Hombres y mujeres que mientras se ganan con trabajo, el sustento para sí y para la familia, organizan su trabajo de modo que resulte provechoso para la sociedad, tienen derecho a pensar que con este mismo trabajo complementan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia”. (Constitución pastoral. Gaudium et Spes: númr.33-34)

Debemos, por ende, pensar, en nuestra capacidad de ser hombres que miran hacia arriba, y que no se arredran por poner cada cosa en su sitio, y de esta manera ir asentando ese mundo nuestro de los valores, que bien pensados y mejor madurados pueden constituir, y tienen que hacerlo, el modo de pensar nuestro, para mejor resolver los problemas que a nuestro mundo concreto del hogar se acercan. Las respuestas que a este hay que darle son del todo originales, y no sirven recetas de afuera. Tienen que ver, más bien, con criterios o valores espirituales, el valor del amor como tal, solventes de lo humano que exige y pide esa coherencia existencial, y en personas decididas a dar al campo del hogar su ser completo. El trabajo por salvar el hogar, es hoy de valor exquisito, y necesita personas avezadas en este quehacer tan original.

Pero, sobre todo, debemos creer en que podemos hacerlo, no cabe la menor duda. Porque pensarlo está bien, pero no es suficiente. Otros, antes que nosotros, han sabido ver la verdad de este aserto, y estoy convencido de que es esta fuerza del valor que lo humano tiene como tal, desde el esfuerzo o trabajo personal, la que debe acabar por definir nuestra situación, y poniendo en nosotros el talante necesario al arreglo del hogar, aliente las fuerzas positivas y más nuestras, para ponernos a trabajar por lo que en algún momento, sí creímos que era, sin duda, lo mejor para nosotros.