Seamos buenos, en verdad

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


La verdad es que me parece que esto ha de sonar bastante mal, pues los tiempos en que vivimos, no dan para muchas ilusiones en temas de valores, y entusiasmos por la verdad del ser humano, y a la hora de buscar algo que valga la pena, como que parece que casi nada nos interesa, salvo, creo, el afán por el dinero, pero menos nos abre a la esperanza de que algún hombre de bien se pueda ilusionar, y al fin se entusiasme con la idea. De todas las maneras me voy a atrever a decir algo que tenga que ver con la bondad, en la seguridad, de que alguno que lo lea, pueda ilusionarse, e incluso abrirse definitivamente no solo a la idea, sino sobre todo a la realización del bien, de modo que podamos imaginarnos que estamos cerca de un hombre a quien le interesa ser bueno de verdad, que en otros tiempos, por cierto, no eran excepciones, y hasta puedo asegurar que se encontraban en la calle algunos más que ahora, por supuesto, pues la idea, no hace mucho, aún hacía sentido. 

Y qué es el bien? Pues si me apuráis un poco, os diría que bien es todo lo que vemos y palpamos diariamente con nuestros ojos, lo que existe en el cosmos y en la naturaleza por que todo lo que podemos observar tiene características de bueno. Nosotros mismos como parte de la naturaleza nos podemos observar en ella, y por qué no como ella, desde una relación de bondad con el Cosmos, cuyo orden real, nos invita, por cierto, a ello. El sol, que observamos todos los días, es, sin duda, bueno para todos nosotros, pues en verdad, sin él no podríamos vivir, nos calienta y da calor al mundo nuestro. Y el mar, también es bueno, pues de él comemos y nos alimentamos. Bueno es un filete, o un tomate o un carro o una computadora. Y ya podéis ver que no estamos tan disparatados, si nos atrevemos a llamar bueno también, a aquello que nos rodea, la casa, la esposa, los hijos, los padres los amigos, y demás, son evidentemente buenos, porque la verdad es que cuando Dios creo el mundo y todo lo que él contiene, al mirarlo ya existiendo, con gozo y satisfacción, nos dice la Sagrada Escritura: “Y vio Dios que era bueno”.

Pero estoy seguro que no todos los que lean esto estarán de acuerdo conmigo, porque para rato me van a conceder, por ejemplo, que en muchas oportunidades su esposa o su esposo sean buenos. Claro, aquí estamos hablando de un ser personal, donde interviene la libertad, y que además es falible, es decir que no tenemos la razón total de nuestro ser en nosotros mismos, y podemos cometer errores. Por tanto la deficiencia en el hombre es un hecho. Lo que significa que nuestra conciencia nos está exigiendo que tenemos que luchar por conocer nuestra verdad y bien, y sobre todo para ser capaces de realizarla como nuestra libertad pide y exige, en orden a superar, y reparar, precisamente, nuestra deficiencia. Aquí está entendida y exigida también, la necesidad que tenemos de formarnos, es decir de hacer una y muchas veces, y hacer de nuevo, un esfuerzo serio por ser lo que nuestra conciencia nos pide, dentro del orden racional y de fe, al que el hombre se debe, para saber en cada caso a qué atenerse. Así las cosas, les responderé, que sí, parece ser que en muchas ocasiones, no somos buenos, pero eso tiene que ver con nuestra libertad, es decir con nuestra responsabilidad, desde la que actuamos en la idea de que nuestra elección sea siempre en función de lo que en cada caso pida la realidad o circunstancia precisa, en relación a nuestro bien personal, y si somos poco elegantes, o por comodones fracasamos una y otra vez, o con franqueza, somos malos de verdad, definitivamente no hemos respondido a lo que la realidad nos exigía. Y esto, todos deberíamos, no solo saberlo, o mejor, tenerlo bien claro en nuestra conciencia, pero además y sobre todo, estar capacitados, ser capaces, para que en cada caso todos pudiéramos dar en la diana de la realidad y la exigencia verdadera, como supuestamente se merece el hombre. Y así, en verdad, si ella o él quisieran el bien para sí mismos, en sus elecciones, lo lógico es que los viéramos haciendo el bien, y siendo buena nuestra esposa, o el esposo porque harían el bien, nos tendrían encantados, de lo contrario, lo que se nos indica es, que, en todo caso, su formación no ha dado de sí lo debido, tal vez ni en tiempo ni en ejercicio, para poder hacer siempre en conformidad con lo que su conciencia les pedía. 

Entonces, no es que no se pueda hacer el bien, y ser bueno, lo que pasa es que estamos muy lejos, sobre todo hoy, de saber y de querer ejercitarnos en lo propio del hombre, que a no dudarlo tiene que ver con la verdad y el bien. Sencillamente nos cuesta mucho creer hoy, en una palabra, que el amor, la verdad y el bien son nuestros mejores y primeros valores.

Queda por tanto bien claro que todo es bueno para el hombre, salvo las personas que nos rodean, u otras que claramente tengamos como enemigos, que efectivamente pueden ser una cosa o la contraria en relación a su propia realización humana, y si son negativas pues, ni modo, tendremos que actuar para que las cosas cambien, porque siempre será cierto que la determinante fundamental del hombre tiene que ser la idea de bien, y hay muchos, ahora mismo, que no están por hacerlo realidad, pero de que tienen que hacerlo, no nos cabe la menor duda. Por ello nos será necesario entender, para ayudarnos un poco en la realización del bien, es decir en ser buenos, que hay bienes que son fines y otros que son medios. Unos que son personificados y a la persona debemos referirlos siempre, y otros, que nos deben servir y de hecho lo hacen de mil maneras, siempre en una proyección real nuestra. Por ejemplo Kant ya nos dijo que todas las personas son fines, lo que quiere decir que ellas, están siempre por encima de los medios. Medio es lo que nos sirve para algo. Así el carro, la computadora, la casa, la TV, son medios que nos ayudan a vivir mejor, no estoy tan seguro si nos sirven para ser mejores, para nuestra realización humana, aunque, hablando con franqueza, debieran lograrlo. Pero, en todo caso, nunca han de estar por encima de un hombre o una mujer, que somos fines siempre, aún en los casos de los más abandonados, y pobres cuya apariencia de hombre en muchas ocasiones, interesa hacer desparecer. Pero en sí mismos son hombres con todos los derechos como los demás.

Ya aquí, tenemos grandes dificultades para aplicar la idea de buenas a ciertas personas que efectivamente están más cerca de sí mismos que de los demás, o sencillamente porque nos parecen otra cosa diferente de lo que en efecto son. Hoy, por cierto, nos gusta mucho juzgar a los demás, y sobre todo las apariencias. Pero a lo que vamos, cuántas personas apuestan primero y antes que nada, por su carro, sin ir más lejos, en franca confrontación con su mujer o sus hijos. Aquí, es claro, que ante todo, dejadme que os diga, que somos muy inconscientes de nuestra realidad humana y de su valor, y pasamos por encima de ella de una forma, tan fácil, que asusta. Es decir, en este caso tratamos a la mujer como un objeto, y por supuesto, más pequeño que el que le estamos negando. Pues si queremos ser buenos de verdad, tenemos que poner por encima de todo a la persona humana, y por supuesto, a nuestra esposa, y no tratarla, como, con ese cacharro, por muy excelente que él sea. Y os pediría, de verdad, que reflexionáramos un poco, para no cometer nunca esta clase de disparates, que además, ofenden en lo profundo del alma, porque es una clara manifestación de deshumanización, y cuyas heridas no son fáciles de restañar, y nos dan a entender pésimamente, que nuestras esposas son simples servidoras nuestros y que deben estar a nuestra disposición, y punto. Lo que como personas jamás deberíamos admitir, y debemos hacerlo entender, pase lo que pase, y porque además tiene que ver también con mucho sufrimiento de parte de estas personas, pues no es cierto que se van a sentir cómodas con situaciones como estas que desconciertan en serio, e incluso, pensado en los hijos, a quienes estamos dando un ejemplo funesto, y dejándoles además con una sensación de desagrado en su mundo interno que puede debilitar y hasta anular, su auto-estima.

Hoy realmente hay muchas dificultades para entender lo que, hasta ahora hemos venido diciendo, porque como os exponía al principio, sobre todo, teniendo en cuenta la fuerza de una cultura que cada día tiene más garras y exigencias en la imposición de sus criterios inhumanos, y que tienen que ver con la facilidad de la vida, con criterios de que la libertad humana debe estar por encima de todo, incluso de Dios, lo que efectivamente no favorece la práctica del bien objetivamente hablando, pues la verdad es que estas personas convierten el mundo en un pilón enorme de maldad, subjetivo, y que suena y se mueve profundamente desde lo hondo, sacando a flote todas sus iniquidades, con sus múltiples egoísmos, notables por cierto, a los que no es fácil negarse, y que al final son la única temática que se nos ofrece, y que no estamos dispuestos a molestarnos, decimos, dejando de satisfacer nuestros caprichos. 

Ante situaciones como estas, me parece necesario advertir que hoy, debemos usar, y ahora más que nunca, de una manera muy exigente y determinante para nuestro bien, el discernimiento. El discreto, por supuesto, sabe de qué cosas debe hablar y qué otras debe callar. Pero sobre todo piensa qué cosas le son pertinentes y cuales otras no, qué cosas le son esenciales digámoslo así, y cuáles de ellas son accidentales, que, incluso le da lo mismo poseerlas que negárselas, en la idea de buscar lo que sabe perfectamente que es suyo, humanamente suyo. 

Esto, creo, ser fundamental al hecho de conocernos y querer ser como efectivamente somos en la mente de Dios, es decir hombres y humanos responsables, que luchamos porque el bien triunfe y levante la cara de los caídos, hoy. Y pienso que ello nos llevaría, como en nuestra adolescencia, a reconocer que el bien y la verdad son presupuestos humanos, es decir que sin ellos ni siquiera podemos pensar en realizarnos como tales, y menos querer andar corriendo de aquí para allá con nuestro propio egoísmo, como si fuera un gozo realmente humano, y como si nada pasara al traicionarnos, pues ello, no debiera ser, en manera alguna, moneda corriente, en la seguridad de que vamos a encontrarnos con nuestro propio vacío y desencanto. 

Debemos, pues, instrumentar este tipo de criterios, aún en la idea de saber que nos va a costar lo suyo, porque sabemos perfectamente que nada vale, si no lleva el contrafuerte del sacrificio. Y debemos aprovecharnos del Bien y la Verdad, no solo para sentirnos unos, identificados con estos básicos valores, sino sobre todo intentando comprometernos con que debemos dárselo a los demás, a todos a aquellos que conformando un mundo humano con nosotros se merecen nuestro respeto y admiración, para ir cambiando lo que de absurdo y primario tiene nuestra cultura hoy, y hacerla un mundo nuevo de realidades y proyectos desde los que nos sintamos orgullosos de nosotros mismos, de ser hombres de hoy, y con sentido propio. 

Claro, todo ello a través de una buena reflexión que nos permitiera saber que estamos en lo que en todo tiempo debimos andar. Ese discernir, de que os he hablado, nos va a plantar en la realidad de nuestro medio más duro y cruel. Pero sobre todo, nos va a hacer conocer también la lógica impositiva y opresora del medio que nos rodea. Porque no parece difícil entender cuando un hombre que se busca a sí mismo, quiere utilizar como medio a los demás para usándolos, desgastarlos y hacerles sentir estúpidos, incapaces de ser ellos mismos y de aceptarse como personas. Es entonces, cuando ante la verdad de la lucha, debemos perdiendo el miedo, confrontar sus ideas con el bien y la verdad que nosotros poseemos, para iluminar los valores en ese medio hostil, con acciones nuestras claras y significativas, que a muchos, no lo dudo, les va a hacer fortalecerse ante la idea de estos valientes, que ante la dificultad, se proyectan como auténticos hombres de hoy, apoyando a estos débiles. Cierto que hay muchos comidos por el medio, no lo dudéis, hasta el momento, pero eso en gran parte ha sido así, porque se creían, o se sentían tal vez muy solos, pero que, ahora, unidos a nuestra fuerza, pueden ser relevantes y definitivos para la contención del mal en nuestra cultura, de forma que pueda renacer la esperanza en nosotros, de estar en sintonía con la nueva realidad que, efectivamente, queremos y estamos apoyando con todo nuestro esfuerzo. 

Tenemos que empeñarnos en hacernos creer que sea posible que exista como la forma más natural de ser hombre, el hombre bueno, hombres que apoyándose en la verdad de sí mismos se expresan desde la bondad de su corazón, dentro de ese nuevo humanismo que el mundo necesita hoy. Si somos de la verdad, no puede ser, incluso hoy, tan difícil de hacerlo. Podemos, sin duda, ser “el hombre bueno”, de hoy.