Seamos amables

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Parece mentira que no hayamos tratado este tema en todo el tiempo que llevo escribiendo para Internet. Las cosas, como las ideas, de todas las maneras al final vienen, y hoy vamos a pasar un buen rato hablando sobre este tema precioso, me parece, para todo hombre, que quiera serlo de verdad, y a fondo.

Cómo nos hace falta esta virtud, o condición humana, necesaria a todo encuentro, y capaz de dar satisfacción cumplida a todo aquel que, convencido de su necesidad, se anima a practicar la amabilidad. Claro, no debe ser fácil hacerlo, cuando hoy sentimos esta necesidad mucho más claramente que en otros tiempos, y que incluso los del Santiago Apóstol, que en su carta 3,13-18 nos invita a distinguir la verdadera sabiduría de la falsa recomendando la amabilidad frente a las múltiples ofertas que la cultura de entonces ponía entonces en sus manos. Y es que evidentemente, hoy también, como que la cultura que vivimos quiere confundirnos y hacernos sentir bien a través del halago, cuando no coincidimos en nuestra conciencia con ella, como si eso fuera lo mejor que se nos puede dar, o se pudiera engañar uno a si mismo, simplemente con hacer lo contrario de lo que nuestro ser responsable nos pide. Son múltiples los hogares y reuniones humanas en los que se hecha de menos esta amabilidad de unos con otros. Lo que no podemos dudar es que ella es la razón del buen obrar humano, y fuente de la sabiduría divina, que disocia todo aquello que respondiendo a situaciones egoístas personales, hoy muy abundantes, odios, rencores, envidias, discordias y toda falsa actitud, nos hace sentir pobres con los demás, y sobre todo, falsos con nosotros mismos, invitándonos a la coherencia de lo humano, que tiene que ver con el buen hacer y la benevolencia con los demás.

Evidentemente la amabilidad viene del verbo amare=amar y es una actitud de acogimiento inspirada por el amor. “El amor suscita respeto, en el sentido profundo de estima del valor que alberga cada persona sencillamente por serlo. Consideramos amable a la persona que se comporta amorosamente con los demás, y es por ello digna de ser amada” (Gustavo Villapalos, Alfonso López Quintas, El libro de los valores pg. 139).

Por supuesto, como veis, esta virtud tiene que ver con la bondad y con el amor, los dos paradigmas más profundamente humanos, porque de hecho constituyen la base o raíz del ser humano. Todo lo que el hombre es, lo siente cuando al mirarse en su profundidad de sujeto, se ve ante ese espejo de su conciencia de yo personal, donde aparecen estos valores como fuerzas mayores y exigentes de lo que el hombre puede escoger para ser. Porque no vamos a negarlo, todo lo nuestro tiene que ver con nuestra propia opción, que como tal debe ser esforzada, y cubierta siempre por esa condición de saber mirar, en cada caso, lo mejor. Y ni que decir tiene que es desde ellos desde donde se vislumbra así, la unidad de nuestro ser, y de nuestra familia, y de nuestra empresa, fruto siempre no solo de un pensamiento continuado de estas dos realidades constitutivas nuestras, sino sobre todo de esa condición de practicidad que debemos vivir con exigencia de creatividad y de futuro para nosotros. Lamentablemente estas cosas no salen en estos tiempos a flote, porque casi nadie cree en ellas, pero los resultados negativos que estamos sufriendo nos tienen que hacer ver, que hay que esforzarse por dar sentido a nuestra vida humana que tiene que ver con todas estas grandezas que implican el amor y la bondad, fuentes de la alegría y felicidad que, por otra parte, tan ansiosamente buscamos. Porque la verdad es que no hay otro hombre, ni podemos inventárnoslo nosotros, porque sencillamente no tenemos ese poder, pero pareciera que hoy buscamos ese otro hombre que no sea manipulado por nada ni por nadie, señor de sí mismo, aunque ello, por la experiencia sea imposible.

La amabilidad con los que nos rodean y nos quieren nos haría sentirnos diferentes, y puntos “fuerte” de la relación humana, porque aglutinaría las diferencias, y en nuestras casas todos tendrían a donde mirar, al padre, a la madre amables continuamente con los suyos, su esposo, sus hijos, y aspirando cada vez a cosas mayores y mejores, tocaríamos con las manos la unidad de la familia y el hogar. ¿No os parece que este cuadro debería ser el retrato unánime de lo que hoy las gentes quisieran y debieran protagonizar? Por qué avergonzarnos cada día con nuestra insolencia arropada en la mentira y en el dulce fare niente de nuestra comodidad sin medida?

Hoy, ver un rostro que se salva en su sonrisa y servicial acogida, es sencillamente fascinante, porque estamos hartos de sufrir los inconvenientes del grito y del desprecio, acumulados en nuestras múltiples opciones relacionales o comerciales en que normalmente nos movemos. No hay forma de llegar a casa desde esta situación, con ganas de ser y hacer algo positivo, si todo el día lo pasamos mascando inconvenientes de posturas deshumanizante que rompen el contexto de lo más diferente y bello que entregan el amor y el bien conscientemente vividos. La donación de uno mismo, entonces, a los demás, se convierte en el encanto de la felicidad contenida en unos labios que explotan de fuerza expresiva, y unos ojos que proyectan la atracción de su fulgurante mirada, expresión abrasadora de una faz sólida y tierna, convicción más fuerte de lo que constituyen lo social y personal, el hogar y el matrimonio.

Claro, la amabilidad puede ser enorme y hasta en crecimiento continuo, ganada con el esfuerzo de todos los días, y una reflexión diaria activada en la grandeza que da ese sentimiento seguro de una realización personal y humana plena, que se acoge con dulzura y agradecimiento. En una palabra, puesta al servicio de la santidad entregada, expulsa todo movimiento confundido, dándonos el sentido de un sueño profundamente original y propio, atrayente que existió en otros tiempos, y supongo que hoy también, y que ahora se hace realidad a cada respuesta verdaderamente acogedora del otro. Tan deslumbrante resulta esta realidad de los hombres comprometidos en ser amables, que atrae fácilmente la atención de los buenos narradores y escritores de peso para expresar con pundonor y fuerza en sus paginas, la entrega de un hombre cargado de amor que se hace don para todos en la experiencia gozada y gozosa del máximo desprendimiento que se afirma más y más en su casa, cuando puede llegar a ser mansión, también, para el pobre y desvalido, que pide compasión y aceptación de su vida miserable.

Resulta tan bella la bondad entregada y abierta en nuestro mundo de opciones, que, cada vez más, nos sorprenden gestos como estos, porque los hay qué duda cabe,... pero hoy, desnaturalizados, por el acervo de momentos desagradables, por decir lo menos, que tenemos que aguantar y tolerar, hasta en situaciones importantes de nuestras vidas, sin rechistar, porque... ¡ hay de aquel que se atreva a poner la bondad en su sitio, ¡ qué ironía más grande, cuando sabemos que ella es el aliento de los mejores logros en todos los campos, y yo diría, que condición necesaria a toda superación humana.

Hoy nos hace falta sonreír. Sonreír es signo de poder y seguridad personal. Es proyección de la confianza que uno lleva consigo para construir sus propios mundos, en los que caben, por supuesto todos los hombres de buena voluntad. La sonrisa tiene el encanto de la atracción personal más cualificada, porque proyecta una autoestima agresiva y bien templada, capaz de sacar de las dudas a todos aquellos cuyo interior es un cajón de problemas y chichas, sin ganas de propiciar el encuentro creador. Pero, sobre todo, la sonrisa nos trae un mundo de paz, cada vez más lejana para nosotros y nuestros días. Esa paz, encuentro de uno mismo con su ser personal, y más fuerte si es unido al de Dios, sin mentiras, ni engaños, gestora de la amabilidad más contundente y sincera, que se hace abrazo para el necesitado, luz para el confundido, y trabajo generoso para todos, en un afán de eficacia creadora allí donde hay algo que hacer. La sonrisa que nace de lo más profundo de nuestro ser, es el retrato de todo la bondad que el ser posee,... atrae, y nos convence de que la vida vale la pena vivirla, que la tenemos para ser felices, y que nadie nos la puede quitar por gusto, si en nuestra interioridad todos los días trabajamos, desde la conciencia reflexiva, por ponernos más a tono con nosotros mismos, desde donde vemos lo necesario al cambio, porque nos interesan los hombres y personas a quienes amamos, que nos mantendrá la sonrisa perenne, a no dudarlo, y nos pondrá las ganas para el esfuerzo necesario a esa amabilidad forjadora de hombres con sus sonrisas halagadoras y enteras.

Lo que más me duele es que, evidentemente, lejos de la amabilidad las posibilidades se nos cierran, las gentes nos abandonan y desconocen, las relaciones humanas se pervierten y se alejan, y nos vamos convirtiendo en brutos, casi perfectos, -si no fuera porque la fuerte imagen de Dios nos lo impide,-- y que no ayudan a nada, ni fueron nunca intención de nadie, sino de nuestra egoísta terquedad inoperante, pero eso sí, nos apartan cada vez más del mundo de los valores, constitutivo interno del hombre y fundamento de su realización en libertad y responsabilidad, sin posibilidad de encontrarnos en el sueño de ser hombres.

Tratad de inculcar la amabilidad a estas gentes desprovistas del sentido de lo humano, y veréis qué difícil resulta ese empeño, hoy. Yo os puedo garantizar que mi trabajo sacerdotal, a veces resulta duro, de verdad, por las difíciles situaciones que se nos crean con gentes que no tienen voluntad de cambio, para nada. Uno se pregunta ¿habrá algo de ellos, aparte de su egoísmo gordo, inoperante y frustrativo?... Les ahuyenta el venir a hablar con nosotros, pero hacen de la vida de sus esposas un martirio continuado al no querer entender las exigencias del cambio, de lo vulgar a lo amable, del sacrifico al amor, de lo relativo al valor, de lo temporal a lo eterno.

Y...“Se puede ser compasivo, comprensivo y amable sin dejar de ser enérgico y exigente. Bondad no equivale a bonachonería blanda, permisividad dulzona, indiferencia respecto al bien y el mal. Es una aceptación del ser humano visto como una realidad finita llamada a progresar hacia la plenitud”. (Gustavo Villapalos, Alfonso López Quintas El libro de los valores Pg142)

Seamos amables, por favor...! que nos hace mucha, pero mucha falta.