Salvemos la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.  

  

 


Debemos salvar la familia porque la verdad es que nos está preocupando, y mucho, desde el momento en que van tomando cuerpo ciertas noticias que inquietan nuestra facilidad de creencia en ella, como elemento social primario que la constituye y del que pareciera, que ciertos vientos, novedosos y de modernismo, quieren desalojarla del espacio que justamente ocupa, y por derecho, en la sociedad. Y no porque tengamos miedo de que finalmente desaparezca la familia, como quieren algunos, que locamente lo manifiestan, pues somos Iglesia, sino porque es evidente que debemos estar atentos a lo que pasa a nuestro alrededor, a lo que la cultura diariamente nos entrega, para que reflexionándolo, e interpretando los signos que esta cultura nos entrega, creyéndose, incluso, cada vez más fuertes en sus  ataques los que evidentemente luchan contra nuestros valores, vaya siendo diariamente alimento en nuestra almas y cuerpos, felices hasta hoy,  que no solo guarden la familia de verdad desde todos los campos y horizontes, por la experiencia expresa de felicidad que nos otorga y entrega diariamente, sino que incluso hagamos los esfuerzos necesarios para su defensa, si el caso nos  lo exige, con la preparación necesaria, y sin miedo, por la  justa coherencia que la Sociedad nos pide, y el ejemplo, que la Iglesia nos ofrece. 

 

Es evidente que lo peor que nos puede suceder es vivir engañados. Los días nos van pasando y pareciera que vivimos una inconsciente somnolencia, donde nada ocurre, y dados los golpes que día a día se nos van dando, para desengancharnos de este magnífico tren que los siglos han formado, pues debemos hacer conciencia de nuestro valor como cristianos y  cuidar este don maravilloso que la historia de la fe nos ha ido dando como son los  testimonios claros de la eficiencia, valor  y buena marcha de la familia. Tanto es así, que  para no dejarnos engañar de ninguna manera, la misma historia de la cultura habla y ha hablado siempre,   de que ella es consciente de cómo el matrimonio y sobre todo la familia, la han dado consistencia y permanente actualidad. Es tonto, de verdad imaginarnos que, sin la familia, hubiéramos podido vivir lo que hasta ahora hemos vivido, ni hacer tampoco la historia que hasta ahora hemos venido creando. Y digamos más, que siendo esto verdad, nunca  nos hemos preocupado de que este signo y realidad de la familia,  pudiera cambiar, y no va a cambiar, por cierto, estemos seguros, pero también es un hecho que nunca como hoy somos conscientes de cómo se pierden los valores en que se asienta la familia y nuestra cultura cristiana, y cómo los hijos  ya nos preocupan por su anormal desarrollo y respuesta histórica negativa a los esfuerzos y desvelos que nosotros hemos debido hacer por ellos,  y cómo la corrupción, que en general impera, no son precisamente augurios de buenos tiempos futuros, si no nos prevenimos, y conscientemente nos defendemos contra lo que puede tocar nuestro  cimientos y romper para siempre nuestra seguridad cristiana y humana.

Os soy franco, si os digo que yo he  despertado a esta preocupación durante estos días de felicidad que me ha dado la Navidad y mi cumpleaños, que, por cierto, ha sido celebrado   por muchos que me quieren y me hacen todo el bien que pueden. Gracias a todos. Y vamos al hecho. Me refiero a una misa en la que el Arzobispo de Madrid, en su homilía, ha hablado  de que efectivamente, la aprobación en España de la unión de los homosexuales y lesbianas, igualada al mismo matrimonio eclesiástico e incluso civil, rompería la esencia de la proporción cultural e histórica en que nos movemos, y sería un error evidente, con secuelas negativas para la sociedad. Pues ni cortos ni perezosos, los gays inmediatamente reaccionaron criticando al Arzobispo y Cardenal de Madrid con groseras alusiones, como si no tuviera el eclesiástico ningún derecho a  hablar y expresarse como quiera, sobre asuntos que le competen, en una sociedad abierta y múltiple, y por  supuesto metiéndose también con  la Iglesia de la que decían que era retrógada, igual que él. Y no veáis el escándalo que han armado, como si efectivamente tuvieran alguna razón, pues decidme, a quién van a convencer cuando se  trata de ver en un matrimonio la familia con sus hijos, que nos quieren hacer ver, contra el criterio de Psicólogos y Psiquiatras  que se van a criar sus niños, con la misma posibilidad de formación y bienestar que dentro de un matrimonio normal los niños viven. Hay que estar muy locos para defender que un matrimonio de gays puede también adoptar hijos, como si los niños no tuvieran tampoco sus derechos. Pues acudiendo a sus derechos nos convencemos de que  no es posible un matrimonio de gays, para hacer infelices a unos niños que no han podido reclamar sus derechos ante semejantes atropellos, pues la historia y la naturaleza nos dirán que estos niños  necesitan para ser ellos mismos, a su padre y a su madre, así de claro, y sin más, pero también, sin menos.

No tengo que deciros que todo el Episcopado español se ha puesto de parte, cómo no, del Arzobispo y Cardenal  de Madrid, que la Iglesia se ha aliado con sus obispos en la seguridad de que tienen en esta ocasión, como en casi todas, la verdad en sus manos y que, por supuesto, puedan  sobre todo detener esta caprichosa actitud, y no tengo otra palabra mejor para definirlos, que llamarles caprichosos en lo que toca a esta pretensió inutil de tener hijos y pretender ser matrimonio, lo que no puede ser, y para lo que no hay otro camino que la generación  que la historia ha venido propiciando en los hogares matrimoniales normales, y que ellos no pueden aportar.   Gea Escolano, uno de los obispos más conservadores del país, asegura que los matrimonios entre homosexuales «no tienen sentido ni desde el punto de vista lógico ni de la ley natural».A su juicio, «querer equiparar el matrimonio entre homosexuales con el matrimonio normal y corriente, de unión definitiva entre hombres y mujeres, es como destruir el matrimonio y el sentido de la familia».

Se ve, mis queridos lectores, que cierta prensa está un tanto desbocada y  del lado del postmodernismo y filosofías oscurantistas y oportunistas,  desde una formación floja en lo que a valores humanos se refiere, y desde la  que se pide y exige el cumplimiento del capricho de cada individuo,  y la necesaria coherencia, dicen ellos, de que no se les manipule, desde ninguna perspectiva humana ni divina, como hombres que son. Y acaban por creérselo, cuando tan de inmediato se ven los efectos de  sus escritos, que como en este caso,  no tienen ninguna razón, ni lógica, ni natural, y que evidentemente tampoco deberían haber sido escritos,… pero esta es nuestra sociedad, la que vivimos que no nos acaba de gustar y que debemos superar si queremos vivir  en paz y comunión de unos con otros. Esto nos demuestra  la mutua interferencia entre sociedad, cultura y profesión, hoy más que nunca, pues nos encontramos con  múltiples estilos de vida y actuación, por no llamarlos valores, que no corresponden  a lo que hasta ahora veníamos llamando la raíz profunda y creíble de  nuestra sociedad, e incluso de la humanidad entera, y que nos empujan a hacer lo que no es, pues en muchas ocasiones no se trata de que  no conozcamos, tal vez,  lo que tenemos que escribir en nuestros periódicos, o de llevar a cabo en nuestras empresas, si no que esta potente cultura de deshumanización parece que nos maniata y nos deja sin sentido apropiado en la vida, sin valor para defendernos, y sin ideas para cumplimentar a una sociedad a la que, sin embargo, ofenden. Tanto es el clamor y exigencias de papel, que no de la verdad de esta cultura, insuficiente, con todo, para vivir lo humano, en su múltiple exigencia de contextos.

De otra manera no me cabe en la cabeza que tan pronto, o mejor, casi de inmediato, se armara un suculento lío en una sociedad variada, con tanta provocación e insulto al otro bando,  es decir  a los católicos, que no acabo de entender, si no es que los instintos fuertes  de estos provocados estuvieran fuera de control, cuando se trata de respetar otras ideas y personas que las defienden, y a las que tienen el mismo y pleno  derecho, que  ellos, los insultados, según dicen, a las suyas. Y esto nos lleva, como de la mano, a otra situación mucho más difícil e hiriente  a la que  estamos   llegando, y de la que nos hacemos responsables.  Me  refiero a esta sociedad intransigente, y francamente irrespetuosa con los derechos de los demás, y que no se siente capaz de aceptar lo que no coincide con nuestros pensamientos, lo que evidentemente no dice casi nada  a favor de la cultura que estamos creando, y que además, me parece francamente muy  serio, pues ya otros autores también nos lo vienen recordando, que sin darnos cuenta vamos yendo a situaciones y criterios que los Españoles vivimos y pagamos ¿inútilmente?, los años treinta del siglo pasado, con una guerra civil horrorosa, que nuestros políticos, con muy buen acierto, no han querido nunca recordar en sus campañas, y desde  donde pudimos finalmente entender, a cañonazo limpio o culatazos en la cabeza y tiros de gracia sin compasión, que excluir, para quedarnos nosotros solos, no lleva nunca a cosa buena. Y esta tan tétrica y dura reacción a la cultura cristiana que hemos visto en España, me suena a que lleva su ración de venganza, lo que no quisiera asegurar de nuevo en mi vida, pues bastante duro fue lo que me toco sufrir, en nuestra pasada guerra civil española. Vivo en América, y escribo  desde América, pero sigo siendo español y por cierto, muy querido, aquí, en este bello país  de Costa Rica.

Por eso no puedo entender que un hombre constituido en autoridad y dignidad no pueda hablar de sus temas con libertad, sin  que nadie le ofenda, o le persiga real o imaginativamente, por escrito o de palabra, como si fuera una persona non grata. La actitud que contra él se tiene, manifiesta nuestra poca  capacidad de absorción  humana en nuestra cabeza y en nuestro corazón. Es decir, los valores pudieron  ser nuestro tema, en otro tiempo, y no ahora, con acciones que no nos dicen como somos, ni expresan con la elegancia que el ser humano tiene y se merece, y,  por supuesto, la poca capacidad de libertad que  manifestamos al desnudarnos de nuestro humano ser, nos entregan a la sociedad indefensos del todo, para manifestar a los demás nuestro rostro de fiera que ofende sin sentido y sin necesidad.

Por ello, mis queridos lectores, os decía al principio que debemos estar bien conscientes de los momentos que nos toca vivir, sobre todo en lo que se refiere nuestros valores más nuestros, permitidme la expresión, como son el matrimonio y la familia. Es importante que aprendamos de la sociedad en que vivimos a defendernos de lo que no nos gusta y hasta a ratos nos ofende, poniendo con nuestra conducta el sentido del valor en el acto. Que no tengamos miedo a exponer ante los demás una idea, que, aunque no sea nuestra,  y tal vez nunca la hayamos defendido en público,  a explicarla con valentía y vigor, si estamos seguros de que es apropiada a  nuestro mundo de valores, como positiva, o también negativa, si ese es el caso, contra la cual nos expresemos con seguridad, si queremos una sociedad decente y cristiana.

Hoy más que nunca necesitamos una imagen respetuosa de unos con otros, para que en nuestra conciencia no funcione nunca el margen de error que nos lleva a hacer  disparates mayúsculos, y con consecuenas hasta negativas, como los que os he venido relatando. Pero menos,  a dejarnos irrespetar desde otras esquinas donde pueden observar nuestros valores y hasta querer arrebatárnoslos en su afán de  expropiar a la sociedad de sus derechos, que como el matrimonio y la familia, a los que  no podemos nunca traicionar,  y que nos piden siempre  una respuesta adecuada y valiente. Prevengámonos de los que quieren  sencillamente medrar a cuenta nuestra, y nos proponen criterios que nos chocan como no nuestros. Este, y no otro, será el medio de que esta sociedad de hoy, tan nociva en muchos aspectos, se haga poco a poco abierta a los valores que nos salvan a todos.

Y sobre todo, abrámonos al mundo de nuestro matrimonio cristiano, para darle con nuestra vida,   la importancia que significativamente tiene, que vivamos conscientes de que la llamada a la perfección nos empuja y no solo por nuestra realización humana divina, con las ventajas que ese mismo lleva, sino que al mismo tiempo al sentirnos Iglesia   ayude a todos los nuestros, que necesitan de nuestra calor y nuestra  fuerza, tal vez, para asegurar la del más débil, que aparentemente no funciona de momento, pero que con nuestro ejemplo se puede ir entonando hasta llegar a ser  primero. Creando al mismo tiempo una conciencia clara de defender con valor, lo que es nuestro y muy nuestro.