La Pascua de Resurrección

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Cómo deberíamos sentirnos orgullosos los Cristianos en la celebración de la Pascua. Sobre todo de nuestra Pascua Cristiana. Un largo amanecer que no terminará nunca, se perfila en la riqueza de este magnífico gesto de Jesús, que lanza lejos todas las tristezas unidas a los prometeicas y vanas promesas que nos quieren dar los hombres sin futuro, vacíos.

La Pascua es el fac totum de los grandes deseos del hombre. Es la realidad que cumple absolutamente con las mejores aspiraciones de cada hombre. Y es la vivencia más profunda y convincente, del que, porque tiene fe religiosa, sabe que Dios le ha salvado, para siempre y le hace posible una eternidad personal y resucitada con El.

La Pascua aparece primero que todo en la Biblia, Ex. 12,1-28. Ahí Mosiés recibe el mandato de Yavé de celebrar la Pascua en el país de Egipto: Este mes será para Ustedes. el comienzo de los meses, el primero del año. Es la fiesta por excelencia que les da el Señor a los Israelitas, y parece ser que los antepasados de los Israelitas, cuando peregrinaban con sus rebaños, antes de bajar a Egipto celebraban cada año la Pascua del cordero. Es la principal fiesta de los Israelitas. Se celebraba el el día 14 de Nisán ( último día antes de la luna llena que sigue al comienzo de la primavera en el hemisferio norte). En ella se conmemora la salida victoriosa de Egipto, la liberación de la esclavitud, del pueblo de Israel. Todos los Judíos deberían ir a Jerusalém a celebrar esta fiesta y lo celebraban matando el cordero. Jesús celebra esta Pascua y Juan nos dice en 13, 1-2, “antes de la fiesta de Pascua sabiendo Jesús que habia llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, así como habia amado a los suyos los amó hasta el fin”.

La Pascua por ende es, en todo caso, un acto profundo de amor, y preocupación de Dios, por su pueblo. A los Israelitas la sangre del cordero que cubre sus puertas les salva de la muerte de sus primogénitos, y les permite salir en libertad a la tierra de promisión que el Señor les dará. Dejan de ser esclavos.

Para nosotros los Cristianos, la Pascua asume un sentido de responsabilidad personal y de inmensa alegria, por el hecho de que ya no es un macho cabrío, ni su sangre, el que salva, sino la sangre del mismo Cristo, es decir su voluntad de morir en la Cruz, por el hombre, su amor al hombre. La persona de Cristo se interesa por el hombre y lo hace de qué manera. Dándose personalmente a su Padre y al hombre. El había dicho que venían tiempos en que había que adorar a Dios en Espíritu y en Verdad, es decir pasaba el tema de la salvación, a parámetros humano-divinos, que tienen que ver con lo personal, donde se decide siempre el ser de Dios y su mundo. Este amor que en el hombre es siempre dolor, también gozo, porque implica el esfuerzo por hacer feliz a la persona que se ama, y ese esfuerzo es por ende, salir de nosotros mismos para hacernos los otros, que es nuestra dificultad o cruz, Jesús lo asume con una grandeza que da sentido a lo que el Padre quiere de Él.”Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Ahora la liberación de los demás, es cuestión de voluntad, y la liberación de uno mismo, del orgullo y del pecado es la voluntad unida al don de Dios, su gracia, en nosotros. Nuestro mundo humano ahora o es en Espíritu y en Verdad, o no es nada. Por ello qué bello el sentido de la Pascua: celebramos la muerte y Resurrección de Jesús que nos salva, y nos orienta a la eternidad donde el vive para siempre como triunfador de la muerte y del pecado, un día eterno y sin fin.

El esfuerzo que en estos días hemos hecho por ponernos a bien con el Señor, desde el plano de nuestra conciencia, desde ese hombre profundo casi siempre olvidado, y en la seguridad de que Dios acepta nuestra palabra de cambio, y nos da su perdón,...cuánta alegría, de verdad, no da, a nuestra vida el peso de esa paz, que evidentemente se ha posado, por fin, en nuestro corazón, y que ha logrado que nos empecemos a sentir humanos. Sentirse humano, con referencia a esa inmortalidad que tocamos con las manos, y que hacemos realidad cada día vivido en el Señor, es lo específico de la Pascua. Esta es una alegria que no se puede desmentir, y que tapa todas las miserias humanas, las segundas y terceras intenciones, y todo lo que de avieso y maléfico pueda tener el hombre. Esta alegría que nos marca a los Cristianos, siente como valor, la palabra adecuada donde haga falta, la ternura y el encanto para el que las necesita, siempre, la escucha como el medio para entrar en estos humanos, tan difíciles de hoy, la alegría, en fin, de sentirnos amados y queridos, de tal manera por Dios, por nuestro hermano Jesús, que no dudó en entregrse por nosotros a la muerte y muerte de Cruz, para resucitar glorioso y hacer así sentido, con nuestra resurrección, a nuestra vida.

La Pascua es grandeza humana, qué duda cabe. Es mirada de Dios sobre lo que le interesa y específicamente ama. Es gratificación y donación, de lo más bello que Dios tiene en sí: su mundo personal para el hombre. Es el mismo Dios haciéndose hombre, y dándonos la seguridad de ser como El, amados de su Padre en el Espíritu. Es gozo, es alegría , es paz...es ilusión y felicidad.

Desde ahora se hacen posibles todas las experiencias más legítimas del hombre en busca de su Dios, con la seguridad de poder encontrarlo. Pro ello me atrevo a hacerlo en la confesión humilde de un Manuel Regal que, desde Galicia, habla de Jesús Resucitado,

Desde mi honda y personal experiencia
de fragilidad de pecado y de muerte,
¡Creo en ti, Jesús Resucitado!

Desde la desesperada esperanza
de todos los pueblos pobres del mundo,
¡creo en ti, Jesús Resucitado!

Desde la ilusión inocente 
de los niños maltratados del Tercer Mundo,
¡creo en ti, Jesús Resucitado!

Desde el amanecer limpio y prometedor
de cada mañana de primavera,
¡creo en ti, Jesús Resucitado!

Desde todas las mañanas de Pascua,
iluminadas con la luz de tu presencia nueva,
¡creo en ti, Jesús Resucitado!

Desde el clamor comunitario
que anuncia la hermandad deseada,
¡creo en ti, Jesús Resucitado!

Desde tu propio esplendor
Comienzo y adelanto de nuestro propio esplendor,
¡creo en ti, Jesús Resucitado!