Por qué nuestros niños sufren

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


La verdad es que no son, lamentablemente, sujetos de veneración los niños, hoy. Con lo bellos que son cuando los miras con amor, que siempre constituyen las delicias de los familiares, y el encanto de los que los observan. Verlos reír y gozar es el cielo mismo de nuestra propia realidad más humana.

Sin embargo, cuando estudias el medio en que vives y te das cuenta de lo que pasa en nuestras culturas nos quedamos horrorizados de lo que son capaces de aguantar y hasta sufrir los niños en la actualidad. Si me lo hubieran dicho no me lo hubiera creído, pero soy mayor y pienso, y leo, y veo... Por eso me duele que la misma ONU apruebe “con apuros” un plan para LA INFANCIA. Precisamente ahora que estamos gozando el campeonato mundial de fútbol, venimos a saber que son niños, la mayor parte de los que cosen los balones, por un sueldo que da vergüenza decirlo, unos centavos de dolar, con el agravante de que después se venden esos mismos balones por un buen número de dólares en el comercio oficial. ¿Cómo es posible que los que esto hacen, no sean capaces de levantar su coherencia hasta la sonrisa de unos niños satisfechos y gozosos, particularmente bien tratados al aire de una fiesta tan extraordinaria como es y se vive, esta, de un campeonato mundial de fútbol? Y ¿cómo no caen en la cuenta de que los niños no son para trabajar?

A quién no le cabe en la cabeza que estos niños no están para esto. Son niños que deberían pasar estos días cobijados por el encanto de las caricias, miradas abiertas y reconfortantes, y besos profundos de sus mamás que los mecerían con toda la ternura de que son capaces, cuando están seguras en su autoestima, de que tienen todo lo que deben, para ser las verdaderas mamás de sus hijos. Verlos correr, entonces, es un encanto mayor. Y también tienen su lugar propio en las escuelas, guardados por la pericia y profesionalidad de su buenos maestros. Pero si hoy tenemos millones de hombres y mujeres que no viven la dignidad que los derechos humanos, y, sobre todo, nuestro Dios les han dado, por las injusticias sociales, y la avaricia de un capitalismo que no tiene sentimientos, ni alma, ¿cómo podemos esperar que el mundo trate con el respeto que se merecen los niños, y no se tenga el menor sentimiento, digamos humano, al verlos sufrir y padecer en las situaciones en que les ponemos? Solo un loco puede poner un arma en la mano de un niño para que aprenda a matar, pero entonces, cuando esa trágica realidad se hace evidente en tantos países, incluso de nuestra América, tendremos que darnos prisa para patentar con ignominia que este mundo nuestro, está lleno de locos... Pero eso, con ser duro y vergonzante, es muy sencillo decirlo, y más con las estadísticas vivirlo, pero lo trágico continúa siendo para los niños, y por ello, nos duelen y rompen nuestro corazón las situaciones que los hombres creamos de deshumanización e injusticia que nunca deberíamos llevar adelante, pero sobre todo nos envilece que los hombres que estas atrocidades cometen, no paguen con su responsabilidad adecuada este tipo de crímenes, los más horrendos, sin duda, de la humanidad hoy, malos como ninguno otro, y sin embargo, los más impunes. Yo desde mi página protesto la lentitud para corregir estas cosas...

Los otros niños que sufren son de, aparentemente, buenos hogares que, quién lo dijera, hacen sufrir a sus hijos lo indecible o lo inimaginable, pero que, por fuera, parecen hasta perfectos. Los padres son profesionales, ganan abundante dinero, pero eso sí, bastante hacen con dejar parte del dinero en la casa, los que lo dejan, que hay otros que hacen sufrir a sus esposas negándoles todo, o casi todo,... pero tampoco ellos tienen tiempo para sus hijos, ni para resolverles sus problemas, ni para escucharlos, ni para jugar con ellos haciéndose niños, menos para abrazarlos y hacerles sentir hijos al besarlos con ilusión, dejando dentro de sus experiencias de niños, el poder de la ternura y la riqueza de sentirse necesarios; tampoco tienen tiempo para dialogar con sus señoras, ni para decirles por la tarde o cuando llegan a sus casas, un confortante ¡hola! ¿cómo te fue?...Así las cosas, el padre que no llega, y la mujer o madre que se siente abandonada, y sola, y en su cabeza dándole vueltas al volcán de la infidelidad, porque no bebe del amor conyugal,... y entonces, ese mismo amor le traiciona, y se desespera y se deshumaniza, hasta con sus hijos ... Cuánta alegría podrán tener estos niños, los hijos de estos padres, por otra parte tan abundantes, que en su desespero abren sus brazos para encontrar alguien en su espacio que les de calor y esperanza, y una y otra vez frustrados, siempre frustrados, y hasta desesperados...son rechazados...Claro estos niños, tienen toda clase de inseguridades hogareñas que les quitan la paz que ellos necesitan para poder crecer como hombres, y madurar la autoestima que nunca han conocido, no, no saben qué es eso. Los esposos se gritan, se ofenden mutuamente, se quitan la autoridad el uno al otro sin rubor de conciencia, y no les importa hacerlo delante de los niños. Y esto un día y otro día, de modo que no hay forma de que se pueda esperar algún descanso, porque siempre hay un tema que tratar con el disgusto y la pesadez del desencanto, la soberbia, o el enojo, el insulto, o la pérdida de amor. Y los hijos ¿qué...

Pues ellos, no son el problema, como nos dicen en un bello anuncio, sin duda, por su contenido, en CNN, que quiera Dios produzca los efectos deseados e intentados. Y no lo son porque son inocentes, y no han pedido permiso para venir al mundo, y a nadie han ofendido, ni han hecho nada malo contra nadie. Son la solución, qué duda cabe, por que ellos formados y queridos como todo hombre necesita y se merece, y en todo caso ameritan, serán la esperanza de cada familia, y el futuro de una humanidad transformada, primero en lo humano pero después también en lo técnico, y superada, sobre todo, en la grandeza y generosidad de su entrega, que ellos, en un buen clima de acogida y comprensión, estoy seguro, han de desarrollar y hacer crecer, para bien de los suyos y de la humanidad entera.

Pues sí, mis queridos lectores, porque todos tenemos una madre que nos quiere con horizontes abiertos y seguros, a estos niños abandonados debemos buscárselos, dárselos, en una madre, antes que nada, si no la tienen, para que alcanzando las máximas cuotas de formación humana, las que normalmente pueden gozar y vivir en matrimonios avenidos, en los que conscientemente se cumple aquello maravilloso de sentirse unos y realizarse existencialmente unidos, y que en la mejor de sus experiencias, las de los dos, como pareja, y en su mejor creatividad, que al mirarse en los ojos se ven retratados en la imagen de sus hijos, para su alegría y confort,... y qué mayor que verlos crecer a su lado, seguros de si mismos, enteros, con la sonrisa siempre delante de ellos, como mensajera de futuro y con el gesto perenne de identidad familiar, que los redondea con aplomo, y que abarca y transforma, a los que los miran como suyos.

Estos padres ven crecer a sus hijos con ese peso radical, de sentirse hijos queridos, proyección de esa seguridad propia y personal, desde la que ven y juzgan todo, pero que para más gozo familiar no ven otra cosa mejor para sus vidas, que el poder agradecer a sus padres el don de ser sus hijos. Desde ahí, también, pueden todos entregarse con seguridad a un futuro prometedor, de hombres con esperanza, y recibir la bendición de sus auxilios y apoyos verdaderamente humanos, ya mayores,... con ese regusto interior que da la certeza de sabernos anclados en el poder de la familia unida.

Mientras tanto, habremos de seguir sufriendo el sabor amargo de tanto niño fuera de lugar, o en trabajos que no pueden levantar, porque son pequeños y tiernos, y además se deben solo la educación y a la escuela,... porque no me digáis, que su lugar pueda ser la prostitución, niña, o el campo y la labranza, destrozando sus vidas soñadoras, ¡qué horrendo!, o condenados a muerte... ¡qué incoherencia, Señor,! lejos de un hogar que aliente sus inquietudes e inseguridades infantiles, y en medios donde solo es posible pensar en el horror de estos niños, así traicionados, recibiendo cachetes y patadas como si fueran animales, que tampoco las merecen, y absorbiendo el desencanto de un futuro posible, solo con que una mirada humana revirtiera, a su favor, los beneficios que, solo por ser niños se merecen.

Y qué decir de los niños de la guerra, no solo los que se quedan huérfanos por la pérdida de sus padres, pero sobre todo los niños que son contados como soldados normales constituyendo un batallón de la muerte, me imagino, solo porque, a algunos hombres, no les parece mal, que a falta de escuelas, se preparen para servir en el ejército, y de este modo hagan patria, en lugar de hacerles escuelas donde vivan y aprendan a ser hombres.

Niños que son arrancados de las manos de sus padres para llevarlos a países extraños y lejanos, donde se hace imposible una liberación humana, desprovistos de los detalles más tiernamente significativos para el hombre, y sobre todo el niño, sin compasión ni delicadeza de ninguna clase, que todos, sin embargo, buscamos con afán, y que se niegan a estos hombres, niños, solo porque el vicio paga, y embrutece a los inescrupulosos delincuentes, criminales y cobardes incapaces de ver nada malo en lo que hacen, y ofendiendo, cada vez que se tercia, la dignidad de estos niños, por ser, además estos sinvergüenzas, lacayos de sus amos.

Cómo me gustaría que todos tomáramos, cada uno en su país, o en su circunstancia particular, el cuidado suficiente para que más nunca, se cometieran esta suerte de atropellos contra los derechos humanos más tiernos de estos niños, para no dejarnos sorprender por estos criminales de apariencia humana, que abusan de nuestros niños, y cuidáramos de prevenir las diferentes situaciones en las que nos podamos encontrar, y en que, de hecho, pudiéramos dañar la sensibilidad de la infancia, porque ellos han de recibir el todo de nuestros esfuerzos, y cuidados razonables y humanos, hasta asegurarnos de que, por nuestra parte, ni un solo niño, aquí y ahora, sea faltado al respeto en su dignidad.

Corren por ahí, los 10 mandamientos a favor del niño. El séptimo dice así: “por favor, dame libertad para tomar decisiones propias. Permite que me equivoque, para que pueda aprender de mis errores. Así algún día estaré preparado para tomar las decisiones que la vida requiere de mí”.

La Sta. Sede con motivo de los juegos mundiales de fútbol en Corea y Japón, ha comenzado una campaña de sensibilidad contra el abuso del trabajo infantil. Quizá nosotros debamos empezar por algunos cursos de esta sensibilidad que estamos perdiendo del todo, hasta en nuestros hogares. Es por ello importante prestar la atención a todas estas motivaciones que nos vienen de afuera, para que, poco a poco, vayamos conectándonos a esta sensibilidad, diría yo nueva, y que nos hace mucha falta, sobre todo con los niños, los nuestros, y de esta manera abrirnos a la posibilidad de ser nosotros mismos, para que nuestros hijos puedan ser, también, ellos mismos en su infancia, aprendiendo a vivirla con nitidez y espontánea alegría.

Termino, qué mal nos sonaba esta palabra “explotar”, cuando ella se refería a obreros humanos, tratados inhumanamente por gente también “humanos” que porque tenían dinero, se creían superiores, a aquellos que les hacían ricos; cuando esta explotación se refiere a nuestros hijos, niños, solo podemos preguntarnos...pero... ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Y sobre todo ¿ Por qué sufren tanto, nuestros niños?