Navidad

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

      


Estamos celebrando la Navidad, una fiesta que llama a lo más bello e interiorizante que el hombre puede vivir en ratos concretos, muy densos y especiales. Es una fiesta que ha hecho renacer las mejores ilusiones que los mortales han podido expresar en sus más encendidos momentos, y que olvidados y desnutridos, tal vez, por el abandono en que solemos dejar ciertos valores fundamentales a la felicidad de los humanos, por pereza o por debilidad, renacen ahora, en estos días íntimos, en esta noche maravillosa, que cada año en estos instantes se nos acerca, y amorosamente se nos da, para que descongelando nuestro mustio interior con esa su impronta conciencial que remueve desde la raiz los olvidos intencionados o aparentes, nos levante a un momento de sinceridad incomparable con nosotros mismos, en el medio que vivimos, en el hogar, nuestra familia, y poniéndonos, como en un espejo, la vida que hemos soñado para bien, nos de la fuerza y el realismo para dialogarla con sinceridad de nuevo, para tomar el toro por los cuernos, y caminar en la verdad con la mira puesta en el futuro enteramente positivo y real, que ahora nos cerca, y para pedirnos perdón, mutuamente, cuando la circunstancia lo amerite, en el abrazo de esta media noche, y en nombre de ese niño inocente que nos nace, en ese medio hirviente y familiar que suponen las alegrias y abrazos de la cena, siempre anhelados y hechos vida, en Navidad. No olvidemos, que el papa Juan Pablo II nos acaba de decir también, que la Navidad, es por encima de todo, fiesta de familia.

Es increíble la fuerza de esta Navidad en el horizonte de la historia de la teología, de la filosofía, de la historia, de la literatura, del arte. La teología nos dice que nace el Hijo de Dios, y después de tantos años, bien sabemos la grandeza que para el hombre ha sido, el saber que este niño es perfecto hombre y Dios verdadero. Perfección humana la de Cristo que influye, sin duda, en nuestra capacidad de maduración, pero que además supone en la raiz del hombre ese poder tender con derecho propio, a la perfección, e incluso ahora, porque el Padre en su Hijo nos lo ha dado, a hacer nuestra la eternidad en su nacimiento con esa garantía que empieza el proto evangelio cuando dice: “haré que haya enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya, esta te pisará la cabeza mientras tu te abalanzarás sobre su talón”. Aquí Dios maldice al demonio, pero no al hombre. Y en el nacimiento termina la promoción del pueblo elegido, y se acrecienta la nueva realidad humana en el cristiano. San León dice que “la Navidad es el sacramento prometido desde antiguo, dado, como fin, y que ha de permanedecer sin fin”. Nos ha nacido un niño, se nos ha dado un Hijo, nos ha nacido el Salvador. Se ha hecho nuestra carne. Somos familia de Dios. Así el don se resuelve en un intercambio, el admirabile commercium, de un Dios que se hace hombre, para que el hombre ascienda a las mismas alturas de la divinidad. A patir de aquí qué difícil se le hace al hombre despreciar a su hermano, u olvidar la eternidad como no cosa nuestra. Por ello la espiritualidad de la Navidad es profundamente humana, encarnada en el corazón del hombre unido al ser de Cristo que desde su nacimiento le ama. Cómo no vamos a ver y gozar la ternura, el calor de esta fiesta tan humana por Divina, de la Navidad.

Por otra parte, y por fijarme solamente en la historia del arte de la música, que belleza tan monumental de sentimiento y ternura expresa esa corta canción, pero eterna de inspiración en su valor, del “Noche de paz” que tradicionalmente cantamos, incluso unidos en familia. Es de una belleza y concentración única, que impone la comprensión de la comunión familiar, y ensancha el corazón del hombre de tal manera que imposibilita toda actitud que no esté regida por la nobleza y generosidad de espíritu, y por supuesto, lleva a la reconciliación y al abrazo. Y no solo y principalmente porque el nacimiento de Jesús, supone para los hombres creyentes un hito de concentración y altura en las vidas de cada uno de nosotros y de nuestros antepasados, sino sobre todo porque la Navidad ha cuajado, por asi decirlo, hasta en el arte, la pintura, la escultura, la música, de una manera tan honda en el corazón de la humanidad, que se hace irresistible pensar que llega, y llega pronto, precisamente para cambiar todo aquello que sabemos desdice de la humanidad, y por ende, del hombre concreto. Así es que entiendo, esa tendencia al cambio de lo vulgar y malo, a lo que vale la pena y es tierno, dentro de esta medida imponderable que el cristiano tiene cuando se sabe que es hermano del Señor, y que en su interior lleva la Navidad con naturalidad. Naturalidad y esencia de amor que sin duda tiene en sus entrañas esa bella canción de “Noche de paz”, que cantamos con tanto sentimiento personal, todos, en Navidad.

Qué duda cabe que la Navidad concentra lo más hermoso de la vida y entrega de Jesús por los hombres, y probablemente, tambien, los más bellos recuerdos nuestros con contenidos que tienen que ver con la alfombra espiritual en que alguna vez hemos concentrado nuestro ser entero, como queriendo humildemente doblarnos, para que en ella pise el Señor, y alrededor, por cierto, del Belén del hogar. Y es que a Jesús niño, nadie debiera dejar de comprenderlo y menos de amarlo. Cuántas veces he oido a ciertas madres decir, que sus hijos no deberían crecer. Tánta es la ilusión que les penetra en los momentos en que las madres al quedarse mirándolos los contemplan, sin ningún remilgo, como la patente de la belleza en el mundo, pero siempre los ven tiernos, y además y sobre todo, como hijos de sus entrañas. Pues, queridos lectores, ahí, en la fiesta del nacimiento de Jesús, está contenido el sabor de los momentos más bellos en nuestra pequeña historia, y que todos tenemos la nuestra, pero nadie podría imaginarse que un Dios verdadero asumiera con tanto realismo una infancia tan significativa en lo que al verdadero humanismo se refiere, pues es cierto que no todas las familias se han visto envueltas en esas circunstancias tan difíciles que Jesús tuvo que hacer suyas en su infantil historia, y de una manera tan generosa y compasiva por su parte, cuan pobre suele ser la capacidad nuestra de reaccionar, con todo el alma, ante situaciones como estas en nuestras vidas. Por eso el adviento no es largo, para preparar esta noche santa del Nacimiento de Jesús, pero siempre la Navidad resulta corta, para concretar tantas cosas en la idea de mejorarlas, y más que todo ese nuestro mundo de eficaces ofertas interiores que tienen que ver con compromisos serios, alrededor de lo que indiscutiblemente nos llama a más atención personificada, porque así nos lo pide el amor entregado que prometimos y ahora sentimos, ante el portal de Belén, y sobre todo con la actitud comprensiva y abierta de este Niño que, en estos momentos, celebramos con entusiasmo.

La Navidad tiene que ser pues un nacimiento, tambien nuestro, a todo aquello que en su sufrimiento de niño, Jesús pudo asumir incluso, por un futuro con más sentido de nuestra parte. Aquí entramos en la comunión de unos con otros, o si queréis, en ese contexto tan nuevo y eterno de encarnarnos en los demas como Cristo se hace nuestra carne. La Navidad es el sueño de encarnarnos unos con otros. Celebramos la encarnación del Niño Dios, Jesús se hace nuestra carne. Y no veis ese significado fuerte, tan actual y preciso, por la falta que nos hace, de este Señor eterno, que se hace niño para abrirnos las puertas de su intimidad eterna, invitándonos, al mismo tiempo, con sus manitas abiertas y preguntonas de niño, a que nosotros también seamos hombres de verdad a la hora de vivirle con entusiasmo y satisfacción personal, que nos sintamos hombres de carne y hueso a la hora de tratar a los demás con la dignidad que en su carne Dios les ha entregado, y se merecen por ende, que nos encarnemos en ellos, y para hacerlo más sencillo, también en los demás.

Pero, hermanos, qué cruda es la realidad que pretendemos algunos vivir. La Navidad es ciertamente la fiesta cristiana de la que más se abusa, la que más se seculariza y se vacía de significado», denunció el Cardenal Lehmann de Maguncia, Alemania. «Para muchos coincide con la gran feria de los negocios, en los que un mundo consumista celebra el momento relevante del año».

Y es una gran verdad que pretende separarnos de lo constitutivamente es el Cristianismo, e incluso, de lo que nosotros pretendemos vivir y celelebrar estos días, a la luz de nuestra fe, que no puede quitarnos nadie,… pero si, la verdad es que aquí en Costa Rica pasa casi lo mismo, y me duele decirlo, porque esta no es una forma de celebrar la Navidad que como habéis podido ver, si estáis leyendo el artículo que os entrego, tiene un sentido tan profundo, el sentido real que el Cristianismo le da, y que conlleva una visión nueva y fuerte del hombre de siempre, que lo llama a un verdadero humanismo, encarnarse en los demás, único, y transformador interno de la misma historia, que contrasta profundamente con la rutinaria y egoísta, antihumana forma de ver, que tiene aquel a quien no le interesa otra cosa, que el dinero. Este, por supuesto, prescinde también de la realidad que revela en estos momentos la Virgen María que con su entrega total a la voluntad del Padre, merece nuestro respeto, y entra de lleno en el misterio de Dios que en la encarnación hace a María Madre del mismo Dios, Jesucristo. Por tanto no existe, tampoco, Navidad en la que no se celebre a la madre de este Dios y hombre, que es Jesús, nacido en Belén y de las entrañas de Maria, su madre.

Precisamente hoy, me entregaron un papel bien interesante, donde se expone un sueño que la Madre de Dios tiene hoy, y que comiena así: Tuve un sueño, José, y realmente no lo puedo comprender, pero creo que se trataba del nacimiento de nuestro hijo. Toda la gente se veía feliz sonriente y emocionada por los regalos que se intercambiaban unos con otros, pero sabes, José? No quedaba ningún regalo para nuestro hijo; me daba la impresión de que nadie lo conocía, porque nunca mencionaban su nombre. Tuve la extraña sensación de que si nuestro hijo hubiera entrado a esos hogares para la celebración, hubiera sido solamente un intruso. Qué tristeza para Jesús, no ser deseado en su fiesta de cumpleaños. Y dice Maria, estoy contenta, porque solo fue un sueño. Pero qué terrible sería, si esto se convirtiera en realidad.

Y pensar que éste, el nacimiento de Jesús, La Navidad, es el fruto de la promesa de Dios, es el sueño, por asi decirlo, de la Santísima Trinidad en su misterioso amor por el hombre, que empieza a hacerse realidad en el proto evangelio, como os decia antes, y que ha sido cantado maravillosamente por los profetas que nos animan a vivir precisamente esperando ese sueño que Isaias ve, ya hecho realidad, y nos invita al asombro:”Mirad: la Virgen ha concebido y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel: <Dios-con-nosotros>. Este comerá requesón y miel, hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien” (Is 7, 14b-15). La promesa se está cumpliendo. Solo un Dios personal puede hacer este tipo de promesas, que maravillosamente encierran la historia del hombre, y enseñarnos, por cierto, a nosotros, personas, a guardar las nuestras, como imagen y semejanza de El que somos, pero, sobre todo, a agradecer este momento precioso de la Navidad que ahora se nos entrega, y ratificar esa grandeza humana que El nos dio en el hombre nuevo que amanece en su nacimiento, y deja su sello para asiempre, en el corazón de todos nosotros, donde sin duda podemos encontrarlo, y ahora en el Belén probable de nuestra casa, donde al mirale, podemos reconocernos en Él. Y de hecho, también nos dice Isaias, que el festin que se prepara para el momento de la Navidad de Jesús, es el cántico de los redimidos: “El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la roca perpetua: doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo y la aplastan los pies, los pies del humilde, las pisadas de los pobres” (Is 25, 6-26, 6).

Para terminar, su promesa con el hecho cumplido, del nacimiento de Jesús en el año 1º de nuestra era Cristiana. Y, efectivamente, Jesús nace en Belén de Juda para nosotros, no lo dudeis.

Y el dia de navidad la Iglesis nos dice: 
“El Padre eterno te engendró en su mente
desde la eternidad,
y antes que el mundo, ya eternamente,
fue tu Navidad.
La plenitud del tiempo está cumplida;
Rocío bienhechor
Baja del cielo, trae nueva vida
Al mundo pecador.
Tú eres el rey de paz, de ti recibe
Su luz el porvenir;
Angel del gran Consejo, por ti vive
Cuanto llega a existir.

Qué más, mis queridos lectores, podríamos esperar de este gran día en el que nos nace Dios. Yo os deseo que nazca de verdad en cada uno de vuestros corazones para vivir siempre, sin inmutarnos, y alegres, la felicidad de ser personas humanas, y Cristianas a la vez, que Cristo, este,niño pequeño nos trajo en Navidad.

El himno de Laudes para los sacerdotes dice así:
Hoy grande gozo en el cielo
todos tienen.
Porque en un barrio del suelo
Nace Dios.
¡Qué gran gozo y alegria
tengo yo!
Mas no nace solamente en Belén,
nace donde hay un caliente
corazón.
¡Qué gran gozo y alegria
tengo yo!
Nace en mí, nace en cualquiera
si hay amor;
nace donde hay verdadera comprensión.
¡Qué gran gozo y alegría
tiene Dios! Amén.

¡Feliz Navidad a todos vosotros!.