La libertad y el libertinaje del adolescente

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.   

      

Parece mentira que algo tan normal, dentro de la familia, como lo es el adolescente, se nos haya escapado de nuestra consideración. Eso nos hace ver que pareciera que siempre acuden los temas, cuando más urgente parece su tratamiento, porque, de verdad, que hoy, sí me parece ocurrente, hablar de este tema tan importante en la familia, sociedad y mundo cultural en que vivimos.

Por supuesto que el tema, no me lo negará nadie, pertenece fundamentalmente a la familia, claro que no podemos olvidar que también el colegio tiene que ver, y en buen parte, con el adolescente. Y cómo no, los amigos, y demás mundo que puede aparecernos como real a los intereses del joven adolescente.

Pero es la familia, el ente dominador a la hora de la verdad, y sobre todo, el que debe influir y cuadrar con todas sus responsabilidades, en el tema de estos jóvenes, es decir, en su confianza en el medio que le rodea, en su maduración como personas, en su intuición del valor del amor que puede hacerse un problema cuando nunca debiera serlo, en el aprendizaje de la importancia de saber aprender a ser libres, porque esto se aprende, mis queridos lectores, y además, en el saber usar con tino y ponderación esta misma libertad que evidentemente no está en las manos del adolescente en su esplendor humano, porque tiene que aceptar que está aprendiendo a ser libre. Ahí es donde deben reconocerse como tales jóvenes con su nombre incluso, hasta identificarse plenamente en sí mismos, y dentro siempre del marco de la familia que le quiere, le ama, y tiene todos los justificativos necesarios y personales al ser de ese tal joven, para llevarle precisamente donde él necesita, aunque, a veces, el joven mismo no lo intuya o quiera.

Y esto es importante, y aquí empieza el juego de tira y afloja de la familia, que deshace la posibilidad verdadera de mutuo entendimiento y de formación, incluso, a la que todos sin excepción estamos llamados. Porque es claro que el joven adolescente tiene que reconocer su propia realidad. Y dentro de ella aceptar su evidente inestabilidad emocional, desde la que es imposible congeniar la libertad y hasta, a ratos el amor familiar, que tantas veces hace sufrir lo indecible a los que nos rodean, evidentemente, porque, en algunas ocasiones no saben a qué achacar sus sufrimientos, y mejor a qué atenerse en estas diferentes situaciones, y malos ratos consecuentes que aportan estas difíciles circunstancias humanas.

Por supuesto que los padres deben entender que los hijos con estas inestables situaciones no quieren hacerles sufrir, ni mucho menos, enfrentarse a ellos como si fueran enemigos, simplemente se expresan como son en ese momento, y nosotros debemos saber acompañarlos con la serenidad que ellos no tienen, Debemos entender que así somos todos, y que por estas pasamos antes nosotros. Hoy en día, las cosas se hacen más difíciles porque el medio es totalmente extraño al hombre, como tal, y por ende, ni le importa qué hacemos o dejamos de hacer con nuestros hijos, ni nos da criterios de acercamiento, ni nos invita a la observación de la realidad. Pero es evidente que la observación de la realidad nos irá dando medios e inteligencia para mejor ajustarnos en nuestra acción a la necesidad del hijo adolescente. A veces nos pedirá paciencia, mucha paciencia, y cuanta falta nos hace esta virtud ahora, otras veces se acentuará la ilusión inspiradora para hablarle desde cerca, desde el corazón armónico, que supuestamente es el tuyo, al de tu hijo desbordado o herido, y con la ternura y convicción necesaria a un buen entendimiento momentáneo, y en otras situaciones la prudencia nos pedirá silencio observador, en lugar de inquirir o alborotar el cotarro, para poder pensar desde dentro la situación del hijo y mejor acomodarnos a darle la mano y el apoyo necesario cuanto antes.

Si, mis queridos lectores, porque estos hijos necesitan todo el apoyo nuestro. No lo dudéis. Y en todos los momentos. Claro que ellos, con su situación, ahora penosa, y un momento después delirante de alegría y emoción, como si todo estuviese rendido a sus pies, no están en el mejor de los mundos soñados y apetecibles, pero eso debemos conocerlo, y sobre todo aceptarlo, sabiendo que, después de todo es un lapso, no largo de tiempo, que la adolescencia nos ofrece hasta para ayudarnos a los mayores a madurar, y ser un poco más conscientes de las verdaderas necesidades del hogar. La armonía de los padres se hace aquí evidentemente urgente, y la comprensión necesaria.

Pero unos y otros comprenderéis que aquí no brilla con especial resplandor la libertad. Y es que los jóvenes adolescentes deben saber que ella es el resultado de una lucha coherente y enfática por conquistarla y hacerla nuestra. Es una palabra, por otra parte, muy halagüeña, y que con énfasis, en su propias reuniones los jóvenes usan mucho, y hasta se ilusionan o se vanaglorian con poseerla, cuando entre amigos discuten el hacer y el decir de todos en el hogar de cada uno, denostándolo, por supuesto, porque ahí, en nuestras casas no nos dejan ser libres… Y nos quedamos tan contentos como si eso fuera una verdad a todo dar, sin advertir que es precisamente la adolescencia el lugar exacto y el tiempo preciso donde aprender todos los principios más humanamente representativos, desde el amor y la verdad o el bien, que vamos a necesitar en el futuro para ser los hombres del porvenir que soñemos. Y si no sois conscientes, mis queridos jóvenes de que eso está en vuestras manos, sobre todo, estaremos tocando el violón a cuatro manos.

Es evidente que las opciones humanas necesitan de una armonía constitucional y estable en el hacer, que no se casan muy bien con la inestabilidad emocional que presenta normalmente un adolescente. Por ende, habrá que decir, que en un tanto por ciento muy elevado, de lo que llamamos libertad en los adolescentes, será más bien libertinaje, o hacer, en otras palabras, lo que nos da la gana, que por cierto, no tiene que ver nada con la verdadera libertad del hombre que queréis ser. Y esto os debe llamar la atención para estar muy atentos a vuestra interioridad, allí donde se sabe de verdad lo que uno es y aporta, pues es muy cierto que deberíamos estar más sensibles a los sufrimientos y necesidades de los demás hasta dentro de nuestro hogar, para empezar a entender la importancia que como hombres tiene, el saber hacer felices a los demás, y ser así, más pertinentes en nuestros hogares con lo que hacemos y obedecemos, en orden a ir poco a poco posibilitando ese aval maravilloso de la libertad, la nuestra, con horizonte de futuro.

Por último, cómo quisiera hacer comprender a los papás, que estos hijos son siempre ricos, y deben ser queridos con toda vuestra alma, y además ser lo suficientemente cariñosos y sobre todo confiados en ellos, para entender que si ellos tienen ahora su tiempo para aprender a ser hombres, vosotros tenéis vuestra oportunidad para enseñarlos, poco a poco, a ser libres de verdad. Y esto debe hacerse con mucha confianza en su oportuno hacer, y en sus posibilidades, por favor no se las neguemos, y menos, nos burlemos de ellos, hay que tener incluso seguridad, de que os harán bien lo que ahora os piden realizar con cariño, o hasta con impertinente insistencia, pero siempre por vuestra parte, esforzaos para poner en sus manos el señuelo necesario a su realización personal y libre.

¡Qué bello, ver crecer así a unos hijos adolescentes, y qué singular, con unos padres tan abiertos y comprensivos!.